domingo, 25 de noviembre de 2012

Momento Filosófico



Cuan difícil es poder describir un simple objeto de la vida cotidiana, con el objetivo de que el lector pueda imaginárselo lo más fiel a la realidad posible; cuan difícil es atrapar su forma en palabras, su textura, su color y su tonalidad exacta, cuan difícil se torna, teniendo en cuenta que el objeto es algo solido y tangible. ¿Pero que sucede cuando lo que queremos retratar es algo que va más allá del espacio físico? ¿Qué sucede cuando lo que queremos retratar es un sentimiento, una emoción, algo que viene del alma y la forma más simple de entenderlo en toda su amplitud, es nada más ni nada menos que experimentándolo? Aun así, no todo el mundo experimenta de la misma manera un sentimiento en específico, lo que transforma el trabajo del narrador de describir esta emoción, en una faena casi imposible. Incluso podría decirse, que los sentimientos son únicos para cada ser existente sobre la faz de este planeta, que éstos nunca se repiten en dos personas a la vez y que cuando llegamos a coincidir con alguien en que hemos experimentado algo parecido, es simplemente porque las palabras que utilizamos para expresarlo, son tan vanas que no logramos entender nada realmente.
Luego de todo esto, viene la parte más difícil, aquella parte en la que el escritor se frustra y siente esa presión molesta en la cabeza que le hace desear arrojar todo por la ventana. Viene esa horrible instancia en la que el narrador se encuentra intentando describir una emoción que ni él mismo comprende en plenitud. Luego de la limitación de las letras, luego del camaleónico sentimiento, llega la ignorancia. Todos y cada uno de nosotros, nos hemos enfrentado alguna vez a esa sensación apostrófica en contra de nuestra salud mental, que nos retuerce y enmudece, nos enmudece incluso en la intimidad de nuestros pensamientos… No podemos saber que es lo que sentimos, no podemos darle forma, no podemos saber si es acaso lo mismo que oímos nombrar una vez en algún lado. Intentamos clasificarlo dentro de los estándares que nos ha entregado la sociedad, pero ¿Acaso eso lo explica en su totalidad? ¿Acaso es realmente lo que sentimos?
El Amor. El amor es el sentimiento más recurrente en las cavilaciones de muchos escritores, de mucha gente común y corriente… de aquellos incluso que nunca se han enamorado. El amor, es el nombre que se le dio a esa serie de sensaciones y sentimientos que se experimentan alguna vez en la vida por causa de otra persona, quizá por los padres, quizá hermanos o abuelos, quizá por esa persona del otro sexo. ¿Pero que es el amor realmente? ¿Cómo podemos saber si estamos experimentándolo? ¿El amor es necesidad? ¿El amor es bienestar? Si decimos que amamos a alguien ¿Es porque hemos escuchado que así les ha sucedido a otras personas en una situación parecida a la nuestra o porque nos llega una iluminación divina que nos los indica? Cuando un narrador habla sobre el amor, cuando nos cuenta que el protagonista de su novela está irrevocablemente enamorado, nosotros creemos saber a que se refiere, aceptamos empáticamente todas las estupideces que el protagonista llega a realizar por este amor incondicional que está sintiendo…
Intentemos dar una explicación sobre el amor: Según algunos, el amor es estar dispuesto a dar la vida por esa otra persona, o eso es lo que he escuchado decir. Claro, uno puede aceptar esta frase y no cuestionarla, pero eso no es amor… eso es lo que a experimentación del amor te lleva a hacer. Otros dicen, que el amor es sentir mariposas revoloteando en el estómago y con eso concluyo que: O nunca me he enamorado, lo que es muy posible, ó, quién dio esa definición se quedó con la boca abierta durmiendo la siesta en el patio, un día de primavera.
El amor es la luz del sol cada mañana, aun cuando las nubes grises cubran el cielo. El amor es sentirte volar. El amor es magia. El amor es la felicidad inmediata. El amor es querer abandonar la belleza de un sueño por la otra persona. El amor es esto y el amor es lo otro. Quizá el amor es todo y está bien. Pero ahora. ¿Cuál es la sensación de la luz del sol? ¿Cuál es la sensación de volar, la magia, la felicidad…? Aun después de querer dar todas esas explicaciones completamente loables, nos quedamos en un sinfín de sentimientos que nos costarían un millón de páginas para poder explicarlos, quizá, sin siquiera lograr el objetivo.
Podemos decir entonces, que los sentimientos son inexplicables. Quién pueda explicarme tan solo una sensación, incluso el roce de una tela sobre la piel, recibirá todo mi respeto y admiración, porque sinceramente, no encuentro trabajo más arduo en el ámbito de la literatura, que el de una simple descripción.
Lo único que se puede hacer, en estas situaciones, es tomar los estándares de sentimientos que nos ha entregado la sociedad, adornar con sensaciones propias, haciendo uso de figuras retóricas y dejar el resto a la imaginación del lector, porque a fin de cuentas, es el lector el que hace toda la historia.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Lavel 2



Capítulo 3
Un secuestro sin querer queriendo
Lavel se sintió mareada y confundida al despertar. No recordaba nada de lo que había pasado, ni como había llegado a esa minúscula habitación gris. Inspeccionó con la mirada a su alrededor y lo único que encontró fue la cama en la que estaba tendida… no había nada más en esa pequeña habitación de cuatro paredes.
El corazón comenzó a latirle con fuerza. ¿Dónde rayos estaba metida? ¿Qué había pasado? ¿Porqué no recordaba nada?
Se incorporó, sentándose y comenzó a hacer memoria. Recordaba haberse levantado por la mañana con la emoción de que aquel sería el día del mes en que comería comida. Su padre había salido temprano, para su turno en la Guarda, y a ella le quedaba la casa completa a su disposición. Había salido a comprar caminando la mayor parte del trayecto y solo luego  de varios minutos había podido encontrar un coche independiente que se prestaba a llevar gente, en estos días de inestabilidad carretera. Mucci, el rubio bigotudo al que visitaba cada mes, le había vendido un pollo crudo recién desplumado y recién destripado… ella estaba contenta, a su madre le encantaba el pollo. Había vuelto a su casa, de la misma forma en como había partido y se había preparado el almuerzo, luego había comenzado a ver el visor… pero…
El pitido la había sobresaltado. Su padre. Lerón. La habían secuestrado. Desde ese punto en adelante las imágenes comenzaron a avanzar por su cabeza con fluidez, trayendo consigo la misma pena y miedo que la había agobiado todo aquel día. Lo último que recordaba eran las palabras despreocupadas de la mujer: “Que no vea” y como siempre, le hicieron caso. Uno de los hombres pasó la mano por el cuello de Lavel y no bastó demasiado tiempo para que el débil pinchazo surtiera efecto.
La habían dormido.
Pero eso apenas le importó por un segundo y luego, toda su atención volvió al hombre de overol negro que había encontrado tendido en el suelo del campo de batalla con una dardo dorado clavado en su sien, un pequeño instrumento casi tan delgado como una hebra de lana, pero irremediablemente letal.
Miró su mano vacía, sintiendo la ausencia de aquel terrible objeto que había conservado atrapado en su puño hasta que la habían drogado. Debía de habérsele caído dentro del coche independiente… Pero… ¿Para que lo quería? ¿Cómo un recordatorio constante del odio que sentía por aquella maldita organización? ¿O solo porque era lo único que había logrado salvar del cuerpo de su padre antes de que la tomaran como prisionera?
Las lagrimas aflojaron en sus ojos, y sin siquiera tener la necesidad de pestañear, estas cayeron ardientes, justo por la mitad de sus mejillas, desplomándose como una cascada furiosa de ira y de pena desde sus pestañas oscuras.
Se levantó de su cómodo asiento y se dirigió hacia la puerta negra de la habitación, con la intención de salir y golpear a todo aquel que se cruzara por su camino, pero la rabia, la pena y el miedo fueron más fuertes y la obligaron a retroceder tambaleante hasta la esquina más oscura de la habitación, donde se desplomó cargada de angustia a llorar a mares.
Así pasaron los minutos, mientras su cuerpo descargaba toda el agua de sus ojos sin ofrecer tregua alguna. Apenas prestó atención a las sombras que se percibían pasando frente a su puerta, ocultando a ratos la luz que se filtraba por unas delgadas ranuras, apenas prestó atención a la extraña aparición de una araña que colgaba a en su tela, a escasos centímetros de su cabeza. Lo único que podía hacer era llorar.
¿Qué había sido lo último que había hablado con su padre? Intentó recordar. No lo había visto aquel fatídico día, al menos, no con vida. Lo último que habían hablado, había sido mientras veían un programa en el Visor, la noche anterior.
 “¿Tú crees en la vida después de la muerte, Lavel?” Le había preguntado luego de ver morir a un oxigenador, trabajando en la planta de oxigeno. El tipo decía estar seguro que en su otra vida se iría con las plantas… parecía ridículo.
“No… no creo en la reencarnación, ni en el cielo, ni en la iluminación” había dicho Lavel, repitiendo inconscientemente las palabras que alguna vez le había escuchado pronunciar a su madre cuando aun era demasiado pequeña. “Solo somos un montón de huesos envueltos en carne. ¿No te parece?”
Gustav se había puesto nostálgico, sintiendo que quizá la reencarnación no existía tan palpable como se pensaba, quizá era dejar una pequeña parte de ti, viviendo en algún lado en el mundo. Lavel se parecía tanto a su madre.
Pasó un brazo por los hombros de su hija y se quedaron viendo el programa, hasta que Label se había quedado dormida y Gustav había debido cargarla hasta su habitación, casi tal como hacía cuando esta era aun una bebé.
Habían tenido un buen último momento juntos, pensó Label. Al menos, su padre no se había ido luego de alguna de las estúpidas peleas que tenían a menudo a causa de las cosas de su madre. Suspiró entrecortadamente y acto seguido aguantó la respiración.
Alguien había abierto la puerta y su silueta oscura se recortaba contra la luz del pasillo. Lavel apenas levantó la vista, entre aterrorizada e incómoda por la gran cantidad de luz que le inundaba las pupilas.
-Hola –murmuró una voz profunda.
Lavel se quedó callada, mordiendo con fuerza el aire entre sus dientes. Aun no respiraba.
-Soy Bruno… -Titubeó en la puerta, sin saber muy bien que hacer.
No llevaba la maya cubriendo su rostro. Ahora, mostraba unas bonitas, aunque ya gastadas, facciones de un hombre de años. Su pelo rubio estaba ya bastante desteñido y unas arruguitas conciliadoras, de un hombre de paz, surcaban su frente y las comisuras de sus ojos.
Debía tener unos cincuenta y pocos años, pero aun parecía estar en forma. Su voz y su cuerpo, le hacían parecer imponente, pero sus palabras tiraban por el suelo, toda la imagen que se podía hacer de él con solo mirarlo. De entre todos, era al que Lavel mejor le caía, había sido el único quién hubiese preferido dejara libre y no ensuciarse más las manos, con una chica inocente…
-¿Cómo te llamas? –dio un paso hacia delante.
La chica escondió la cabeza entre sus brazos y dobló las rodillas como un pequeño puercoespín.
-Supuse que ya estarías despertando. La dosis que te dimos solo te dormiría por una hora o menos. Kella estaba un poco aburrida y pensó que tenerte dormida por un rato sería… bastante cómodo… -soltó una pequeña risita grave. El también lo creía- Yo creí que descansar un poco te vendría bien.
Bruno dio un par de pasos más y cerró la puerta a sus espaldas. Se dio cuenta de que estaba demasiado oscuro, y murmurando para sus adentros se dispuso a buscar el interruptor de la iluminación. Lavel no pudo evitar sentir curiosidad ante este pequeño detalle, porque ella no estaba acostumbrada a tener que encender la luz de forma manual. Solo había escuchado de aquello en relatos de su madre, que agregaba además, que la luz de aquel tiempo era incluso un tanto amarillenta.
El hombre presionó el interruptor antiguo y con un chasquido, dos tubos fluorescentes comenzaron a encender de a poco, produciendo extraños ruidos quebradizos. Lavel miró embobada… ¿Tubos? No eran tan amarillentos como su madre decía, incluso, necesitaba cerrar casi por completo sus ojos para poder mirarlos directamente.
-Es un edificio antiguo –señaló Bruno al descubrir el interés que demostraba su prisionera- Fue un museo de hace más de quinientos años. Lo hemos adaptado, claro y agregado algunas alas, como la de las habitaciones… -extendió sus manos a su alrededor para indicar donde se hallaban- y la cocina y… donde guardamos todas las armas…
Bruno tragó saliva ruidosamente, percatándose de que esto último era de claro desagrado para la chica. Ellos habían matado a su padre.
Lavel escondió su rostro nuevamente, decidida esta vez en no caer en sus sucias trampas. El hombre no era bueno, era un asesino, y ella no se transformaría en una secuestrada que simpatizara con sus captores.
-¿Quieres venir a comer? Algunos de nosotros todavía no lo hacemos, aunque… es comida… comida, comida.
Lavel se obligó a gruñir irritada, aunque realmente la idea de comer comida real, por segunda vez en el mes, era bastante tentadora.
-Si no vienes a comer dentro de una hora, te traeré acá. ¿Bien?
El hombre se rascó la cabeza un tanto incómodo y culpable por la situación en que tenían a la pobre chica y luego se marchó, sin decir una sola palabra más.
Lavel se puso a sollozar en cuanto de halló sola nuevamente. No se levantaría a comer, aunque en el fondo de su corazón, y en todo su estómago también, fuera lo que más deseara hacer. Pero quería transformar aquella renuencia en un modo de protesta por tenerla ahí secuestrada y además en una forma de duelo. Su padre odiaba las cosas que le recordaran a su madre y esta vez, ella no comería por él.
No pudo quedarse dormida, a pesar de que los efectos del sedante que le habían inyectado aun corrían por sus venas y no pudo dejar de llorar. Los minutos corrieron tan lentamente, que Lavel llegó a pensar que la promesa de Bruno de traerle comida a la habitación había sido solo una broma. Se sintió un poco humillada ante aquella idea, ya que al menos esperaba mostrar su fuerza de voluntad ignorando cualquier tipo de alimento que le trajeran.
Pero Bruno llegó incluso, diez minutos antes de lo prometido.
Lavel se obligó a mantener la cara pegada a sus rodillas, con sus brazos rodeando su cabeza firmemente. Le ignoraría.
-Te traje un poco de carne. Aun está caliente –suspiró roncamente sentándose con la espalda en la pared opuesta a la que estaba Label.
Estaba preocupado. El veneno que traía el dardo que Itan había recibido en el brazo, no era el mismo al que estaban acostumbrados, por lo que el antídoto solo había impedido que muriese y no que entonces se hallara muy mal. Nursy y Jackie, las químicas expertas, ya estaban experimentando en los laboratorios, mientras que otra expedición había salido en busca de respuestas hacia los laboratorios de la guarda.
Bruno, estaba siempre preocupado. Allí todos eran unos pobres idiotas indefensos jugando a la guerra.
-Eres nacida a la natura ¿Verdad? No creo que ningún padre de ahora quiera modificar a su hijo para que sea moreno… Ya sabes, se considera… de mal gusto…
Hiso una mueca y Lavel le ignoró tanto como pudo.
-No digo que esté en contra de los morenos… Itan es moreno, Lucas es moreno… me refiero a que es eso lo que opina la sociedad y bueno, como ya sabes, nosotros no estamos muy a favor de lo que opina la sociedad.
Cada segundo que pasaba, Bruno se sentía más y más estúpido hablando solo. La chica parecía haberse quedado dormida con la cabeza entre sus brazos y los únicos oídos que le habían escuchado en la vida, continuaban ahí inútiles a cada lado de su propia cabeza.
Suspiró y continuó hablando, al menos para poder desahogarse.
-Aquí estamos en contra de la modificación genética. Creo personalmente que es una aberración moldear a tu propio bebé. Rosa y Anelo nacieron aquí… ambas son rubias, claro, ya casi están perdidos los otros genes, pero son nacidas a la natura y nos enorgullecemos de ello.
Suspiró hondamente mirando hacia las luminosas rejillas de la puerta negra por las que se filtraba la luz. Esta vez no había oprimido el interruptor y la oscuridad le daba a su monólogo el aspecto de ser más ridículo de lo que él podía imaginar. Y todo por aquella ingrata chica, a la que intentaba dar ánimos en vano.
Quizá lo mejor sería dejarla sola en su depresión, y acompañar a su joven amigo mientras aun conservara su último aliento de vida. Itan era fuerte, pero ¿Su cuerpo resistiría a este nuevo veneno? ¿Podrían encontrar un nuevo antídoto o simplemente deberían resignarse a cavar otra tumba? Quizá así funcionaban las cosas en ese lugar… intercambiando vidas, cediendo espacio. Cuando había nacido Rosa, había muerto Mullo, cuando había nacido Anelo, había muerto Ranco, y el nacimiento de la hija de Kiara estaba muy cerca…
Volvió a suspirar apenado y resignado, continuó hablando.
-Tenemos un laboratorio… allí… bueno… principalmente… no es un buen lugar, ya sabes, allí hacemos… bueno, hacen pruebas aquellos que saben de eso, para conseguir… nuevas armas… pero también… Ahora mismo Nursy y Jackie están trabajando para conseguir un antídoto a los venenos de la guarda. Tú comprendes, aquí también salimos heridos a veces…
Lavel cerró los ojos con más ímpetu aun, dándose cuenta de que le estaba prestando atención sin querer, y que incluso se sentía interesada, pero la rabia volvió a ella, en el mismo momento en el que pronunció la palabra “armas”. Eso era, nuevos dardos, nuevos venenos, como con el que habían asesinado a su padre hacía pocas horas.
Agudizó el oído intentando escuchar aquel pitido de la pulsera de Lerón, pero ya estaba todo completamente silencioso, y parecía haberlo estado hacía bastante tiempo. No recordaba exactamente en qué momento había cesado aquel insistente y agudo runrún. Quizá luego de que la hubiesen sedado, quizá incluso mucho antes, cuando Itan la había tomado de los hombros y la había alejado a la fuerza del cuerpo inerte de su padre.
-Está también la granja. ¿Sabes lo que significa la palabra Granja?
Lavel lo sabía y aunque tuvo deseos de contestar bruscamente, y gritarle que no era una tonta ignorante, se tragó sus palabras y dejó caer una nueva lágrima solitaria.
-Es un lugar en donde tenemos a todos los animales que hemos podido rescatar. Está el gallinero… que es en donde criamos a las gallinas, esos animales de dos patas naranjas, con dos alas, pero de huesos demasiado pesados para poder elevarse por demasiado tiempo. Tenemos el establo, que es donde criamos a los caballos… seguro que sabes como son, ellos son más conocidos. Tienen cuatro patas, son altos y peludos…
-¡Ya se como son los animales! ¡Solo quiero estar sola! ¡¿Porqué no me dejan en paz?! ¡Si voy a ser un rehén inútil, al menos déjenme sola!
Bruno dio un respingo ante las palabras bruscas de la chica y decidió que lo mejor sería marcharse. Se levantó ágilmente y sacudiéndose el polvo de sus cuartos traseros, pronunció sus palabras de despedida:
-La puerta de enfrente es la de los baños…
Lavel había levantado la vista y no dejó de dirigirle su mejor mirada de odio, acentuada por los ojos rojos del llanto hasta que se marchó.



















Capítulo 4
Volver a la casa que antes fue tu hogar
Poca importancia decidió darle Bruno a su segunda visita, puesto que la preocupación que tenía por uno de sus más grandes amigos en la organización era mucho más grande. El brazo de Itan estaba tan morado como una uva y tan hinchado como una empanada. El doctor Nayen Molt no tenía ni la más remota idea de cómo detener la infección, que se expandía por todo el rededor de la laceración. Los dedos de las manos chocaban unos con otros a pesar de estar la mano completamente extendida y la piel comenzaba a desgarrarse tétricamente.
Inconsciente se encontraba el pobre chico de no más de veinte años de edad cuando Bruno Sorez llegó a la pequeña habitación de emergencias, gracias a los medicamentos que Nay le había suministrado para paliar el dolor.
En paz le veía Bruno y esperaba que cuando llegara su hora, la misma paz conservase. Una lágrima se derramó por la mejilla del hombre de profunda voz mientras tomaba asiento en una antigua butaca metálica.
- Nursy vino hace poco y dice que no tienen buenas noticias… -comenzó Nayen, el doctor. Un rubio como todos que había sido modificado genéticamente- La verdad es que no tienen idea de cómo encontrar un antídoto y  yo menos idea tengo de cómo curarlo sin uno.
Bruno suspiró preparando su hermosa vos de tenor para hablar:
-Todos están haciendo el máximo esfuerzo. Kella prometió no descanzar hasta poder asaltar alguno de los laboratorios de los guardas. Ya sabes como es de obstinada… está poniendo en peligro su vida y la de varios de los chicos que le siguen sin titubear…
-Y todo por salvar la vida de uno solo… -Gruñó Vela con rencor.
Siempre había sido fiel seguidora esta rubia, de su consigna y odiaba que en este tipo de circunstancias no velasen por el bien mayor. Quería a Itan, claro, pero le importaba mucho más la muerte de diez compañeros que la de uno solo.
-Vela, sabes que Itan no es cualquiera. El y Lucas… -comenzó a decir el doctor, pero la joven se levantó de su asiento y salió dando grandes zancadas y murmurando burlesca lo que supuso que el doctor diría.
-Si… si, Ellos portan el gen que tanto queremos recuperar. Y a mí me importa un cuesco. Allí tienen a la chica morena… háganle los hijos que tanto quieren…
Y su voz se fue perdiendo por los túneles del antiguo museo y ya no pudieron escucharla bien entrada la tarde para la cena.
Lavel para entonces ya estaba muerta de hambre y de sed, pero decidida a no ceder ante la tentación de la comida, decidió que solo se levantaría a los baños para tomar un poco de agua y acallar sus tripas.
Bastante pánico le dio acercarse a la puerta por donde la luz en franjas horizontales por la rendija se filtraba, pero se armó de valor y asió la mano a la manilla de la puerta y tiró hacia atrás. La puerta chocó contra su marco haciendo un pequeño ruido de protesta.
Lavel estaba acostumbrada a las puertas de compresión con identificación de identidad y encontrarse con que esta puerta era distinta le hiso agitar el corazón. Se sintió encerrada y no tenía idea de cómo abrir una puerta de aquellas… ¿No la estarían encerrando como prisionera que era? ¿Para qué entonces Bruno le había dicho que los baños estaban en frente si no iba a tener la oportunidad de salir?
Suspiró e intentó abrirla nuevamente tirando con más fuerza y al ver que no daba resultado, se inclinó hacia delante, apesadumbrada cargando su peso sobre la misma manilla, que sin previo aviso rodó sobre su eje sobresaltando a la chica. ¿Sería esta una clase de puerta de compresión distinta? Quizá era preciso que la manilla se encontrara en una concreta posición para poder halar de ella.
Entonces volvió a cargar la manilla y tiró de ella esta vez vuelta hacia abajo, y con gran facilidad, sin ningún sonido de descompresión, se deslizó hacia Lavel, abriéndole paso al pasillo.
Sonrió tragando saliva, sintiéndose casi triunfante con su hazaña y se deslizó fuera de su habitación con gran sigilo. La lámpara que ahí alumbraba era amarillenta, tal como la había descrito su madre hacia tanto tiempo. Esta lámpara estaba colgada justo a un costado de la puerta de los baños y no alumbraba más que unos pocos metros a la redonda, así que Lavel no podía adivinar si a cada lado de los túneles había alguna circuncisión o si seguían de largo conteniendo en sus paredes más puertas y más habitaciones.
Fue a abrir la puerta del baño cuando en ese mismo instante apareció una chica rubia de unos veinte a veinticinco años de edad, bonita, como cualquiera hija de probeta, de aspecto hostil. La saludó con una pequeña mueca a modo de sonrisa y un asentimiento de cabeza.
Lavel la miró pasar con tanto espanto que estuvo a punto de echarse a correr, cosa que era claro que no haría por ser tan falta de reflejos como siempre había sido. No se dio cuenta de que había contenido el aliento todo el tiempo en que pasaba la mujer, hasta que un ruidoso suspiro brotó de sus pulmones.
-Cálmate tonta –se dijo a si misma en un susurro, y luego para sus adentros: Que si hubieran querido matarte ya hace bastante que tendrías un dardo incrustado en la cabeza.
Y pensado esto, se echó a llorar nuevamente. Entró al baño con cautela intentando hacer el menor ruido posible al abrir la puerta de esta forma tan desconocida para ella y se dirigió rápidamente hacia los lavabos.
Era extraño ver tantas llaves juntas, para un agua que seguramente debía de estar racionada para esta organización también ¿De dónde la sacarían sino? Se inclino sobre el mueble de madera crujiente y polvorienta, que indicaba que poca humedad recibía y se miró directamente a los ojos en el gran espejo que abarcaba toda la primera pared.
Las lagrimas cayeron lentamente por sus mejillas mientras se auto compadecía con su propia imagen sufriendo. Se sentía ridícula, pero conforme pasaba el tiempo, la pena que antes la había dominado por sobre todo se transformó en autentica y pura rabia en contra de los asesinos de su padre.
Pasó la mano por debajo de una de estas extrañas formas de llaves, esperando que cayera el agua, pero nada. Decidió que quizá se atrevería a preguntarle a Bruno, más adelante, si es que tenían agua embotellada que le pudiera facilitar. Por ahora solo quería intentar calmarse un poco.
Se secó la cara con el dorso de su mano y suspiró silenciosamente. Un vacio pareció tragarse todo tipo de ruido por un instante. Lavel podía escuchar hasta el sonido de su corazón… escucharlo, no sentirlo y pronto un hipeo rompió la quietud.
Lavel se sobresaltó y agudizó el oído.
Perecía el llanto de un niño, de una niña a decir verdad, proveniente de alguno de los compartimientos de los WC. Se acercó sigilosa, olvidando su ira… que obviamente no podía ir dirigida a ningún infante y dio unos suaves golpecillos en la puerta del retrete.
La chica se silenció en un instante al percatarse de que tenía compañía y retuvo el aliento. Lavel, sacando su lado más maternal, logró encontrar un voz interior que le recordara a la suavidad de su madre.
-Hola, pequeña… -susurró sintiéndose extraña-soy… soy…
La chica volvió a llorar al darse cuenta de quien era la mujer que le estaba hablando desde el otro lado de esa débil pared. No la odiaba, para nada, pero en cierto modo sabía que de no ser por ella Itan no estaría tan mal como estaba ahora.
-¿Porqué lloras? –Lavel no sabía como consolar a una chica que ni conocía, que de seguro, tenía a un montón de adultos en esa organización para que se preocuparan de ella. ¿Y si le avisaba a alguien?- ¿Puedo pasar?
La niña, entre curiosa y deseosa de ser consolada, corrió el pestillo de plástico que mantenía la puerta cerrada a duras penas y le invitó a pasar.
Apenas se extrañó Lavel de la forma endeble con que se sostenía la liviana puerta y se arrodilló frente a la niña. Estaba sentada en la tapa de la taza del baño, con los pies arriba, abrazando las rodillas dobladas. Su cara pálida estaba roja por el llanto y sus trenzas rubias caían cada una por cada lado de su cara, con la misma languidez y tristeza que su ánimo.
Lavel puso sus manos en los pies de la chica en un gesto de comprensión y casi sin previo aviso, esta se lanzó sollozando en sus brazos.
-Oh… Dios… -susurró media asustada ante la impresión, utilizando tal exclamación, más como una costumbre heredada de su madre que como una petición al divino ser- Tranquila, tranquila ¿Qué es lo que te pasó?
La niña, de unos doce años de edad, hipo una respuesta inaudible.
-¿Cómo… que dices? –pidió Lavel- No te entiendo bien.
Separándose del abrazo de Lavel, la chica comenzó a respirar con fuerza, a tragar toda la saliva acumulada y a quitarse todo el pelo mojado por las lágrimas de la cara.
-Es que Itan se va a morir… -sus ojos celestes imploraron un milagro a los ojos castaños de Lavel.
Pero esta no era capaz de hacer nada por impedir las leyes de la vida. O de la muerte, en este caso. Además poco le importaba.
-Le dispararon un dardo distinto… -un sollozo ahogó sus palabras- Distinto del que conocíamos, así que… que… que el antídoto que nosotros tenemos solo ha logrado que le mantengamos sufriendo por unos días más. Es injusto… Yo no quiero que muera… el es bueno… solo quiere un mundo mejor, como todos… No quiero que muera… -volvió a sollozar con fuerza.
Lavel procuró abrazarla en ese instante, mientras intentaba ingeniárselas para responder algo que le animara.
-Es… ¿Es tu hermano? –preguntó intentando encontrar el parecido. Pero Itan y la niña era como dos polos opuestos. Uno moreno y la otra blanca como la nieve… El chico incuso se parecía más a ella misma que a la pequeña.
-No… Mi hermano es rubio. Itan me enseñaba a hacer marionetas. Siempre que volvía hacíamos alguna actuación y cosas así. Él cortaba la madera y yo le hacía los vestidos y el peinado… y… y a veces yo le maquillaba –soltó una risita histérica que se confundió rápidamente con el llanto- No….no quiero….
-Ya tranquila…
-Perdónanos que hayamos matado a tu padre… -lloró- no lo hicimos por que fuera tu padre… si tan solo no hubiera hecho nada malo…
-Mi padre no era malo…
-Ahora tu estas aquí obligada y nos odias… Apuesto a que Itan habría impedido que tu padre muriera por el simple hecho de ser tú la hija… Independiente de lo malo que fuera…
-Mi padre no era malo… -repitió Lavel un tanto exasperada.
La chica hipó y volvió a aferrarse a Lavel.
-Perdónanos…. –lloró- Todo esto es muy malo… y ahora… ahora hay guerra… y todos corren peligro…. Ah… no es justo…. Perdón…
Lavel dejó que la chica siguiera llorando en su hombro y que continuara quejándose del mundo en general, mientras ella sopesaba la idea de hacer algo que un ser humano con tres dedos de frente haría nunca por sus captores y por los asesinos de su padre.
Pero, en primer lugar le debía la vida a Itan. El se había interpuesto entre el dardo y ella y le había impedido morir, además de lo que ya había pasado años atrás. En segundo lugar, odiaba que esa pobre chica estuviera sufriendo tanto. Era tan pequeña.
Lavel respiró profundamente antes de hablar, pensando por última vez, si lo que haría era lo que en verdad quería hacer o simplemente estaba un poco loca y deshidratada.
-Chica… -La niña levantó la cabeza- ¿Cómo te llamas?
-Janeny –dijo la chica, pronunciando los más correctamente posible “Jane- Ny” -¿Y tú?
-Lavel…., Bueno… mira Janeny, te tengo una buena noticia… -La chica abrió los ojos con curiosidad- Mi padre era Guarda y si es que se implementaba un nuevo veneno, todos los hombres de overol negro, debían tener el antídoto. Mi padre debe de tener un montón en la pared de fondo –así se llamaba a la caja fuerte en esta época- en su habitación. Si tan solo me dejaran salir para colocar la clave…
Pero ante estas últimas palabras, el plan de Lavel comenzó a tomar un nuevo rumbo. Olvidando completamente su deuda con el chico y la compasión que sentía por Janeny. Si lograba volver a su casa, tenía la posibilidad de escapar de las garras de los malditos desparasitadores y de seguro los colegas de su padre la ayudarían a volver con Lerón.
Janeny saltó emocionada y tomando a Lavel de la mano la sacó a rastras del baño. Abrió la puerta con una rapidez impresionante sin importarle dejarla abierta e hiso correr a Lavel por los pasillos oscuros, alejándose cada vez más de la reconfortante luz amarillenta que alumbraba la entrada de los baños.
-¡Itan vivirá! ¡Itan vivirá! –les gritó por el camino a todos los que se cruzaran con ella.
Lavel no fue capaz de distinguir los rostros de la gente en la penumbra, pero podía escucharlo cuando soltaban un gritito de sorpresa y querían preguntar que era lo que había pasado.
Ya cuando llegaron ante unas nuevas puertas iluminadas, Lavel notó que había mucha gente que ya estaba llegando, corriendo detrás de ellas. Apenas pudo prestar atención a unas cuantas… a una mujer rubia con un bebé en los brazos, a un anciano con una barba rubia encanecida que le llegaba hasta la cintura y a un moreno, de unos cuarenta y pocos años que tomaba de la mano a una joven de unos veintitantos. Ese debía de ser Lucas.
Janeny empujó la puerta que se encontraba entreabierta e ingresaron en la habitación del “hospital”. Allí estaban Itan, tendido en una cama, con su brazo hinchado casi negro, rodeado por dos hombres y dos mujeres. Bruno, Vela, el doctor Nayen y Jackie, la química.
Todos los que estaban sentados, se levantaron de un golpe y produciéndose un alboroto, todos comenzaron a preguntarle a Janeny que era lo que pasaba. Lavel no encajaba en la situación y todos la miraban raro.
-Doc… -pronunció la chica, media agotada por la carrera- Lavel tiene antídotos en su casa… tenemos que ir pronto.
Un alboroto más grande se armó al oír estas palabras. Bruno estaba contento de saber por fin el nombre de la chica y un poco frustrado de no haber sido él quien lo encontrara primero. Nayen estaba eufórico por la nueva noticia, casi tanto como Janeny, y no pudo captar la trampa que casi todo el mundo ya había comprendido. El resto de la gente, solo despotricó contra la chica.
-¡Como te atreves a jugar con esto!
-¡Mira cómo has puesto a Jane!
-¡Mejor te hubiera llegado el dardo a ti, maldita!
-¡Y crees que esa mentira va a funcionar con nosotros!
-¡No me creo que quieras arriesgar tu vida por unos asesinos!
-¡Solo piensas en ti!
-¡¿Porqué no dejan que se vaya?!
-Sí, ¡Que se vaya!
Entonces Lavel comenzó a asustarse. Retrocedió paso a paso, lo más lejos que pudo de aquella multitud enardecida hasta que chocó con un cuerpo. Las manos de Bruno se ciñeron a sus hombros para darle ánimos.
-¡Es verdad! –gritó Janeny- Su padre era Guarda. Seguro que aparecerá en nuestros registros.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lavel al escuchar esta declaración. ¿Acaso tomaban nota de todos sus asesinatos?
-Quizá, revisar su casa sea mejor opción que mandar a un montón de los nuestros a revisar en el territorio enemigo. No arriesgamos más de lo que ya estamos arriesgando –clamó Vela bastante enojada. Si la chica decía la verdad como si no, sería una forma de acabar con esto lo más rápido posible.
Se debatió sobre el problema durante varios minutos, mientras Itan se ponía cada vez peor. Se revisó en los registros, se postularon todos los pros y los contras y solo cuando Nayen advirtió que al enfermo solo le quedaban unas pocas horas de vida, lograron tomar una decisión.
Tomaron la precaución de vendarle los ojos a Lavel hasta que ya se encontraron lejos del antiguo museo y corrieron hasta el edificio de la chica.
La ciudad estaba vacía. Escapar sería más difícil de lo que Lavel creía si no había un montón de uniformados vigilando las calles como ella estaba acostumbrada. Pero aun estaba la opción de la clave digital. La pared de fondo, donde se hallaban guardados los dardos con el nuevo veneno y el antídoto correspondiente, estaba protegida por dos claves digitales opcionales. La más común era con la cual se habría la compuerta, pero Lavel conocía la clave de emergencia que su padre le había obligado a aprenderse.
Al ser digitada esta última clave, se enviaría una señal al establecimiento en el que trabajaba su padre y les indicaría que ahí en casa corría un grave peligro. La rescatarían.
En la Van independiente iban, el hombre grande que la había atrapado la primera vez, Vela, la chica que quería que todo terminara de una vez, Kella, que se había enterado de todo en el preciso momento en que volvía de una de sus infructuosas misiones, Bruno, que tenía el secreto propósito de proteger a la chica de sus desconfiados compañeros y Leny el que siempre salía conduciendo.
Lavel tenía el corazón latiendo a mil por hora todo el tiempo. Sentía como se revolvían sus tripas en su interior y como los nervios la comían viva. Odiaba ese sentimiento, pero todo se agolpaba con más y más fuerza a cada metro que avanzaban.
En pocos minutos se encontraría en la habitación vacía de su padre. Sabía que eso la devolvería repentinamente a la realidad. Recordaría con aun más fuerzas el cuerpo frío de su padre en medio de la calle y el dardo de la OD clavado en su sien. Recordaría que sus miembros estarían ahí esperando para salvar a uno de sus compañeros…
Leny aparcó en uno de los pasajes que llevaban al edificio de Lavel, cerca del lugar en donde Itan la había ayudado una vez. Comenzó a sentir un poco de remordimiento por lo que iba a hacer.
El hombre grande la llevó casi en volandas de un brazo hasta la recepción del edificio. Estaban todos con mallas cubriendo sus caras y la cámara que apuntaba al vestíbulo no pudo reconocer más que unas simples figuras humanas. Subieron al ascensor, dejando abajo a Leny y a Vela como centinelas, y Lavel apretó el número de su piso. 27.
En cuanto se hallaron frente a las puertas de su casa, la chica no pudo evitar ponerse a llorar. No tenía sentido luchar por escapar, si afuera ya no tenía a nadie. Su padre había muerto y Lerón debía de estar ya muy lejos con su madre, intentando refugiarse de la Guerra que no tardaba en comenzar.
Kella la presionó golpeándole la espalda con la culata de su arma, hasta que Lavel logró controlarse para ingresar la clave de su hogar. Su antiguo hogar. Ya no podía llamársele así, cuando todos sus seres queridos habían muerto o estaban ya muy lejos.
Ingresaron a trompicones y Lavel se fue directo a la habitación de su padre para entregarles lo que tanto querían.
-Hunno –mandó Kella- Llévala, nosotros revisaremos la casa.
Así hiso el grandote y tomándola por el brazo nuevamente le instó a apresurarse.
Lavel empujó la puerta de la habitación de su padre sintiendo el agradable descomprimir al que estaba tan acostumbrada. Aun estaba funcionando el calefactor que su padre dejaba encendido cada invierno. El calor ahí adentro era reconfortante he hiso que Lavel se sintiera un poco más acompañada.
Respirando profundamente, Lavel se dirigió a un punto preciso de la pared donde nadie sospecharía que se encontraba la pared de fondo. Colocó su mano por unos segundos hasta que un perfecto rectángulo plateado comenzó a iluminarse.
“Ingrese la digitación correcta” –se leía en unas letras luminosas, que se encontraban sobre la representación de la silueta de una mano tamaño estándar.
Lavel titubeó por un momento en ingresar la clave secreta, que se enviaría sin demora al trabajo de su padre. Sus dedos estaban listos para presionar en sus homólogos digitales cuando la imagen de Itan, con su brazo todo infectado por el veneno, se presentó en su cabeza. Él la había salvado… dos veces ya… y ella solo le había correspondido sosteniendo abierta su mochila para que buscara un antídoto equivocado.
¿Lo merecía? ¿Merecía que ella le devolviera el favor? Es más ¿Ella estaba dispuesta a hacerlo a pesar de saber que él podía ser el asesino de su padre?
Una lágrima se escapó de sus ojos.
Anular, Índice, Pulgar, Medio, Medio, Meñique y finalmente el anular y el índice al mismo tiempo. Presionó la palma completa y la pequeña compuerta comenzó a abrirse, dejando a la vista una enorme provisión de dardos, y de armamento.
Hunno se sobresaltó cuando la vio tomar una de estas armas, pero no sabía que Lavel ya estaba rendida. Las arrojó una a una sobre la cama de su padre, junto a rollos de dardos y bolsas antisépticas de antídotos, todos, con las instrucciones inscritas en el plástico envolvente.
-Esto es todo –anunció al cabo de un rato.
Hunno dejó de apuntarla con su arma y se acercó para inspeccionarlas.
-Si quieren, pueden llevarlo todo.
Hunno levantó la vista impresionado.
-¿Por qué haces esto? –realmente creía que les tendería un trampa.
Lavel se encogió de hombros y se marchó de la habitación para buscar a Bruno y avisarle que ya podían marcharse.
Allí se encontraba el hombre, justo a un lado de la puerta de la habitación en que se encontraban guardadas todas las cosas de la madre de Lavel. Estaba la luz encendida y la puerta abierta.
-¿Qué es esto? –se escuchó la Voz de Kella proveniente del interior.
Lavel no pudo con la indignación y corrió hecha una bala, hasta el lugar sagrado que era para su padre y ahora para ella también. Bruno apenas pudo rozar la tela de la chaqueta de Lavel, cuando esta se lanzó encima de la mujer.
-¡Que te crees, víbora asquerosa! ¡Nadie te ha autorizado a tocar las cosas de mi madre y menos entrar en esta habitación! –las manos de Lavel se ciñeron con locura al cuello de Kella.
Bruno intentó quitarla de encima, pero solo pudieron lograr aplacarla cuando el grandote de Hunno, llegó alertado por los gritos.
-¡Está loca! –gruñó Kella con una voz extraña, mientras se sobaba el cuello- si no fuera por ustedes dos, no la dejaría vivir.
Lavel, que estaba sostenida por ambos brazos, por Hunno, no pudo hacer más que lanzarle un escupo.
-Salvaje… -intento gritar Kella, mas solo resultó un débil graznido.
-Quiero estar sola –gruñó Lavel removiéndose inquita, intentando soltarse del agarre de su opresor- ¡Quiero que me dejen sola un instante!
Bruno, que había intentado socorrer a Kella y había sido rechazado rotundamente, hizo una seña a Hunno para que soltara a la chica y tomando a Kella por un brazo la alzó con fuerza hasta sacarla de la habitación.
Lavel respiró profundamente mientras sus captores se alejaban por el pasillo, hasta que logró calmarse completamente. Ingresó en la habitación de las cosas de su madre y cerrando la puerta se echó a llorar por varios minutos.
Bruno volvió al cabo de un rato, preocupado por la chica, dispuesto a entrar en la habitación sin ser requerido, si es que continuaba tan deprimida. Pero pronto comenzó a escuchar un extraño pero agradable sonido musical proveniente de algún instrumento desconocido.
Lavel comenzó a cantar con la voz ahogada pero aun afinada, una de las canciones que le cantaba su madre cuando era pequeña y tenía pesadillas:
-Tranquila mi niña que ya pasará
 Los sueños son cosas que vienen y van
No hay nada en el mundo que a mí me impida
Venir a abrazarte, después de una pesadilla
Canta Lavel, que cantar está bien
Y las cosas malas se acaban también.
Canta  Preciosa, ya no estés llorosa
Una noche contigo, siempre es hermosa…

Ya no pudo seguir cantando, pues los sollozos se tornaron tan potentes que ya apenas podía respirar. Bruno decidió que ese era el momento de entrar, así que halando de la puerta a compresión ingresó en la habitación y se sentó al lado de la chica, pasando su brazo por sobre sus hombros.
Lavel se dejó caer en su pecho, añorando el cálido abrazo de su madre. Bruno no era lo mismo, pero vaya que la reconfortaba. Así pasaron unos cuantos minutos en los que Lavel no pudo dejar de llorar desconsolada. Bruno apenas acertaba a palmearle la espalda a modo de consuelo.
Pero cualquier cosa era mejor que nada y al cabo de un rato, la chica pudo volver a respirar tranquila.
-Cantas muy lindo –le alabó Bruno intentando animarla- Y no sabía que supieras tocar esa cosa…
Lavel levantó la mirada y encontró que la compasión de Bruno se expresaba con sinceridad en sus ojos azules. Tal vez, ese hombre no era tan malo como ella pensaba… después de todo, desde el principio éste había sido su favorito de entre todos los que odiaba.
-Es una guitarra… era de mi madre. Ella me cantaba cuando era pequeña y me enseñó a tocar antes de que muriera…
-Lo lamento –y en verdad lo lamentaba mucho. Pobre chica.
Siempre había lamentado hacer lo que él y sus compañeros de la OD hacían, pero tenía que escoger un bando… o estaba del lado de los malos, o de los más malos.
-Y yo lamento que tu lo lamentes de verdad –suspiró la chica.
Bruno torció sus labios en una sonrisa divertida y antes de que pudiera responder nada, se escucharon estruendosamente los puños de Kella golpeando la puerta a compresión.
-¡Ya estoy harta! Si no salen en este mismo instante, derribaré la puerta y les dispararé sin pensarlo dos veces.
Bruno palmeó el hombro de Lavel, como diciendo… “ya has escuchado” y comenzó a ponerse de pie. La chica asió la mano que le tendía Bruno y ambos salieron de la habitación sagrada.
La mujer irritable los miró con odiosidad mientras pasaban por su lado. Lavel, llena de rabia, prefirió no mirarle a la cara, intentando evitar que su lado violento saliera a flote nuevamente. No quería estropear la guitarra que llevaba en su mano, si es que le daban ganas de golpearla.
En la salita de estar, estaba esperando Hunno, quien se levantó de un salto de uno de los sillones al verlos llegar. El mismo sillón en el que se había sentado Lavel a dormitar, cuando el sonido de su pulsera le había dado la terrible noticia de la muerte de su padre.
Miró su pulsera… el regalo de Lerón, en la misma mano que llevaba la guitarra de su madre. Lamentaba no haberse llevado nada de su padre, pero ahora, con lo odiosa que andaba Kella, de seguro que un retraso más, acabaría con la muerte de alguien o con una cabeza partida por una guitarra.
Se dirigieron, entonces, lo más rápido posible hacía la Van. Vela y Leny no dejaron de preguntar que era ese extraño instrumento de madera que llevaba la chica nueva. Ni siquiera se percataron de las marcas rojizas con forma de dedos que se estaban formando en el cuello de Kella.








Capítulo 5
Un paseo por la granja
El doctor Nayen recibió los dardos con el antídoto con tal asombro, que parecía que estuviera viendo magia. Eran un verdadero milagro y esperaba que funcionaran.
Alrededor suyo estaban Hunno, con la bolsa llena de las provisiones que habían encontrado en la pared de fondo del padre de Lavel, Bruno, lo más cerca de su nueva amiga que aun traía la guitarra en mano luego de haberse bajado corriendo de la Van con los ojos vendados. Estaban Vela y Leny, la muy odiosa de Kella, las químicas y estaba Janeny. También había un par de caras esperanzadas que Lavel aun no conocía, pero que de seguro eran buenos amigos de Itan. Un poco más alejados, algunos dentro y otros fuera de la habitación, estaban el resto de los participantes de la OD.
Y todos, albergando las mismas ilusiones.
Nayen se dirigió al brazo izquierdo de Itan, el que habían utilizado para inyectar con suero y otras sustancias al estar en mejores condiciones que su homólogo, que ante cualquier contacto comenzaba a sangrar por las llagas. Quitó el plástico envolvente del antídoto y lo presionó contra un pequeño dispositivo plástico  que ya estaba inserto en el brazo del chico. El fluido comenzó a ingresar en el organismo, solo cuando Nayen presionó la válvula de gas, que eliminaba cualquier burbuja de aire que pudiera significar algún peligro.
Todos esperaron atentos, inspeccionando el rostro níveo del joven, mientras que el doctor revisaba las indicaciones que le daban sus máquinas.
Nadie pudo ver mejora alguna, más que los que entendían aquellos extraños gráficos en rojo que mostraban las pantallas de los instrumentos que habían mantenido a la fuerza la vida de Itan.
-El antídoto está comenzando a hacer efecto – anunció Nayen soltando un suspiro.
Y acto seguido, un montón de vocecillas contentas soltaron el mismo suspiro de alivio mientras se animaban unos a otros. Bruno fue el único que sorprendió el débil tic nervioso que atacaba la comisura de los labios de Lavel. Parecía estar intentando no sonreír, pero en el fondo, aunque no lo quisiera, estaba tan contenta como todos. ¿Cómo iba a dejar morir a alguien? En especial cuando ese alguien le había salvado la vida con anterioridad.
Al cabo de un rato El doctor comenzó a expulsar a todos de la pequeña salita, su “hospital”, prometiéndoles que les avisaría cuando el chico recobrara el conocimiento. Aun faltaba bastante para que el antídoto le devolviera a la normalidad, en especial después de tantas horas de infectado con el veneno.
Lavel, completamente aturdida por lo que había pasado… por lo que había hecho, se fue directo a su habitación, olvidado la sed que había tenido en todo este rato. El hambre la estaba matando además, pero lo único que pudo hacer fue echarse en su cama a llorar.
Era una maldita traidora. ¿Había olvidado quien era el enemigo? ¿Por qué se había sentido aliviada luego de que el doctor anunciara que Itan se encontraba mejor?  ¿Vida por vida? Lavel estaba dudando si había entendido bien la deuda ¿Había pagado su deuda con el chico por haberle salvado la vida, o en realidad debía haberlo dejado morir por la muerte de su padre?
Al menos, pasó una hora antes de que llegara Bruno con comida.
-¿Me haces el favor de comer esta vez? –le pidió- Después de lo que ha pasado hoy con Itan no quiero que alguien me de un motivo para volver a deprimirme. No me arruines el día…
Lavel no supo si sonreír o volver a ignorarlo como había hecho todo el tiempo que había estado en aquella habitación. Se limitó a mirarlo con los ojos llorosos, recordando todo el apoyo que le había dado en la habitación sagrada de su madre.
Bruno no sabía si volver a abrazarla o dejarla tranquila antes de que volviera a enfadarse. De cierto modo entendía lo mucho que odiaba estar ayudándolos. Cerró la puerta con resignación y solo entonces, escapó de la boca de la chica, en forma de susurro, la palabra que tanto había intentado pronunciar todos esos segundos.
-Gracias…
Suspiró. El hombre no la había escuchado, pero de alguna forma ella podía sentirse más aliviada sabiendo que había podido decir en voz alta la gratitud que tenía hacia él.   
Comió su comida en silencio, contenta de que Bruno hubiera recordado llevarle un vaso con agua.
Así pasaron tres días, casi como un confinamiento en solitario. La única visita que recibía era la de Bruno, quien le traía la comida y la escuchaba en silencio mientras cantaba y tocaba la guitarra. Solo de vez en cuando hacía un pequeño comentario sobre algo que aconteciera fuera de ese pequeño cuartito que fuera de importancia para la chica.
Le había contado que Janeny había estado queriendo venir a verla todo el tiempo, pero su madre era un tanto quisquillosa en cuanto a la hija de un miembro de la Guarda. Le había dado el horario del agua en los baños y le había explicado como funcionaban las llaves, ya que estas no funcionaban colocando la mano debajo, como las que Lavel conocía, sino que había que levantar una palanca casi de la misma forma que con las puertas, salvo que dependiendo de la dirección en que la movieras, el agua podía salir fría, caliente o tibia.
Lavel asentía a todo esto agradeciendo la información, pero aun sin atreverse a contestarle con ningún comentario.
Fue al tercer día, cuando Bruno llegó con la cena para dos, con una sonrisa radiante. Lavel le miró con curiosidad y no pudo evitar sonreír alzando una ceja a modo de pregunta.
Bruno dejó la bandeja con los dos platos de comida a un lado de la cama de Lavel y se sentó con brusquedad. La sopa humeó en un rincón, olvidada por un buen rato.
-Itan ha despertado… -su voz profunda se ahogó de pronto por la alegría.
Un sentimiento extraño corrió por las venas de la chica, y no pudo evitar acercarse un poco más a Bruno, sin querer, emocionada por la noticia.
-¿Cómo… como está? –se le escapó. De pronto recordó su posición en ese lugar y volvió apoyarse en el respaldo de su cama bajando la cabeza.
Bruno se sorprendió ante el repentino interés de su chica silenciosa, pero intentando no cohibirla, volvió a hablar como si nada.
-Aun está con los sedantes de que da Doc, pero el tiempo que ha estado despierto, le he contado sobre tu guitarra y que sabes tocarla. A Itan le encantan todas estas cosas de la antigüedad… ¿Porqué no me acompañas un rato y tocas tu guitarra en el hospital?
Lavel frunció el ceño luciendo verdaderamente enojada.
-NO.
Su respuesta fue cortante y Bruno deseó no haber pronunciado esas palabras.
Lavel tomó su plato de sopa y ayudada por una cuchara, de esas que ya casi nunca se usaban, comenzó a beberla concentrándose completamente en la acción.
-No ha sido necesario amputarle el brazo… -continuó Bruno, esperando que el repentino enojo de Lavel acabara pronto. Había progresado bastante estos tres últimos días, no podía retroceder- Mañana lo trasladaremos a su habitación –Bruno apuntó con su dedo pulgar hacia la pared que había justo al costado de la cama de la chica. Ella se sobresaltó interiormente ¿Acaso estaría en la habitación siguiente o se refería a alguna de las varias habitaciones que estaban a la izquierda de la suya?- Ya no necesita todos esos instrumentos que tenía hace unos días… el antídoto ha sido muy eficaz.
-Que bien… -murmuró Lavel sin demostrar en su voz el alivio que realmente sentía. No quería sentirlo.
Bruno suspiró resignado, tomó el plato de sopa que aun continuaba humeando en la bandeja a su lado, y sin utilizar la cuchara, comenzó a beberlo. Era una sopa verde y espesa a la cual ninguno de los dos estaba acostumbrado. Lavel, sentía el deseo de preguntar de que estaba hecha, ya que quería apuntarla para su lista de alimentos reales que prefería no comer, pero Bruno no tenía ni la más mínima idea de que estaban comiendo una sopa de espárragos.
Terminaron de tomarse la sopa tibia a regañadientes. En verdad una sopa casi fría nunca es muy buena y menos cuando ya de por sí la  sopa ha quedado con mal sabor. Bruno y Lavel acabaron con el estómago un poco revuelto e intentando disimular las arcadas.
La puerta se abrió de pronto, al cabo de unos minutos, y ambos ocupantes de la habitación dieron un brinco de sorpresa. Una perfecta sonrisa, con un diente menos en un costado, se asomaba por detrás de la puerta. Las trenzas rubias caían por cada lado de su pálido rostro haciéndola ver más delgaducha y alta de lo que ya era.
Janeny saludó con un gesto que oscilaba entre la timidez y la adrenalina. Cerró la puerta con cautela, como si desde fuera no hubieran escuchado ya todo el ruido que había hecho al entrar y se acercó a Bruno y Lavel.
-¿Qué hay, chica? –preguntó Bruno con su profunda voz.
La chica sonrió aun más de lo que parecía posible y le echó una ojeada a la malhumorada Lavel.
-Mamá me ha dejado venir a ver a Lavel. Como está contenta con la recuperación de Itan, ya no me reta por todo. Además le dije que estarías tú aquí… -señaló a Bruno.
Bruno le sonrió de vuelta y le hiso un espacio a su lado para que sirviera de barrera entre Lavel y él. Quizá la chica lograra disminuir la tensión que se había creado entre los dos.
La chica se lanzó al cuello de Lavel, contenta de que gracias a ella, su amigo se estuviera recuperando. Lavel, un poco desacostumbrada a esos gestos de afecto, incluso con su padre, no sabía muy bien cómo responder al abrazo. Sus manos se curvaron un tanto rígidas, al cuerpecito de la chica y la sonrisa más parecía una mueca de nervios que una sonrisa.
-Gracias… gracias, gracias. De verdad no sabes cuánto me alegra que hayas estado aquí, para ayudarnos.
-No te preocupes –dijo sin saber si eso era lo más correcto.
No pensaba decirle que no había sido nada, porque eso sería una soberana mentira, tampoco podía decirle que hubiera preferido no hacerlo, porque eso heriría a la chica y en parte, Lavel no estaba segura si eso era la verdadera verdad.
-¿Quieres ir a la granja? –Preguntó de pronto la chica, sin importarle lo que Lavel hubiera respondido- Casi ni has salido de esta habitación y sería divertido que conocieras la granja.
-Lavel dice que ya conoce los animales –recordó Bruno una de las primeras cosas que la chica le había dicho.
Janeny abrió bien los ojos, impresionada y luego soltó una risita. Era raro que alguien en esa época conociera a los animales, pero era raro también encontrar a alguien con el pelo oscuro.
La chica tomó a Lavel de la mano y le insistió en que se levantase de una vez. Quería ir a mostrarle a sus animales favoritos, quizá los pollitos ya hubieran nacido. Lavel miró a Bruno, indecisa de salir de su pequeño refugio de cuatro paredes, pero el hombre no le dijo nada ni le dirigió gesto alguno.
Bruno, simplemente se levantó de la cama, llevándose los platos de la sopa.
-Espero que estén de vuelta antes de la cena.
-Claro que sí –dijo Janeny, pero Bruno no la había escuchado.
Lavel y la chica partieron casi al trote, rodeando pasillos y esquivando personas que las miraban extrañadas. El camino era largo, y solo entonces Lavel pudo darse cuenta de lo grande que era ese lugar. La sección de las habitaciones debía ser gigante, pero además debían haber un montón de alas más. Los laboratorios, el comedor, la granja, el almacenamiento, y mil lugares que ella no lograba imaginar.
Salieron al patio al cabo de un rato. Lavel soltó un gritito cuando encontró que ya no había ningún trozo asfaltado y en varios lugares aleatorios crecían pedazos de maleza. También había unos pocos árboles que la chica no pudo dejar de contemplar.
Todo eso tenía un nombre en su cabeza, porque su madre se lo había enseñado con imágenes desde pequeña, pero nunca lo había visto en vivo y en directo.
De pronto, tres perros, salieron de la nada, ladrando y corriendo en su dirección. Se lanzaron sobre Janeny moviendo sus colas con una alegría casi perturbadora, mientras la chica les hacía cariño en la cabeza.
-Son Domingo, Luna y Marta –los presentó la chica riendo- Marta es la madre. Julio, el padre debe andar por ahí haciendo nada… ese es un flojo.
Los perros se acercaron a Lavel, como si también esperaran una presentación. Comenzaron a olerla  y pronto, Domingo, el más cachorro se lanzó sobre ella, apoyando sus dos patas superiores en su cadera. Con la lengua afuera, esperó a que Lavel le hiciera cariño tras las orejas.
-Que lindos –dijo ella acariciándolos, dejando de lado los nervios que le habían dado en un principio.
-¿Ya habías visto un perro antes?
-Solo en fotos –respondió Lavel, recordando con pena a su padre.
Cuando era pequeña, su madre solía mostrarle el álbum de fotos de su padre, y recordaba con absoluta claridad a un niño muy parecido a ella misma, jugando con un perro grande, de pelo castaño claro, en el patio de una casa.
-Ven –Jane la tomó de la mano, alejándola de los perros- tienes que conocer al resto de los animales.
Y así, Jane llevó a su nueva invitada por todos lados, mostrándole a las vacas, a los patos, a las gallinas, a las cabras y a las ovejas, a los caballos, a los cerdos y a un pequeño gato que se escabulló en cuanto vio a la extraña. La chica estaba realmente impresionada. Nunca hubiera pensado que las cosas se vieran y sintieran en persona, tan distintas a las fotografías. La imagen captaba tan poco de la realidad.
Pero lo mejor, lo mejor de todo, era la hermosa extensión de agua grisácea que se veía en el horizonte. Lavel no había visto en toda su vida, ni siquiera en fotografías, tanta agua junta.
Janeny le explicó que era un lago sintético que había antes de que la OD se instalara en aquel lugar. Lo habían ocupado como deposito de químicos, para las industrias de antaño, por lo que incluso era peligroso bañarse en él. La OD había tardado años  en poder limpiarlo. Había fabricado maquinas especiales para la reutilización del agua y ahora era para ellos, casi ilimitada.
-Y digo casi, porque solo se limpia el agua que podemos recuperar. Como la de las duchas y los baños. Pero luego de que te la bebes… adiós para siempre. Por eso intentamos utilizar el agua que llega racionada a todas partes del planeta –explicó la pequeña- también limpiamos esa… La que llega es tan sucia, que nos causa dolores de estómago tremendos.
Lavel asintió con pesadumbre. Recordaba la última vez que su madre había bebido de aquella agua.
-Mi madre murió por eso –murmuró Lavel amasándose la palma de la mano izquierda con el pulgar de la derecha. Luego cambió de mano.
La pequeña chica rubia la miró con una mueca. No sabía como reaccionar a su confesión, no sabía si decirle algo o solo callar.
-¿Falta algún animal que conocer? –preguntó Lavel con tal de evitar ese incomodo silencio.
La chica pensó un rato y luego sonrió con malicia.
-Si, debe estar en los establos…
Janeny tomó de la mano a su nueva amiga y la llevó en línea recta hacia una gran edificación de algún material sintético parecido a la madera. Las dos grandes puertas rojizas estaban abiertas de par en par y desde dentro, se escapaba la luz amarillenta de una ampolleta antigua. Las sombras de las dos chicas se extendían a metros de distancia, como intentando escapar.
-¡Bill! –llamó la rubia.
Comenzaron a caminar por en medio del ancho pasillo tapizado de heno.  Una sombra en la distancia se movía arduamente, informando que allí dentro aun había alguien trabajando.
-Jane, me puedes acercar una de las cubetas de agua que están ahí a la pasada. Tuve que vaciar el abrevadero de los cerdos, estaba asqueroso.
-¿Animal? –murmuró Lavel sonriendo.
Janeny sonrió al verse descubierta y se dirigió a donde se encontraban las dos cubetas de agua que el chico necesitaba. Lavel, tomó una antes de que la chica la alcanzara, notando que eran demasiado pesadas para alguien tan pequeño y delgado como ella.
Llegaron hasta una de los compartimientos para los cerdos en donde se encontraba otro hijo de probeta arrodillado ante el abrevadero. Se levantó en cuanto sintió que su hermana llegaba y se apresuró a recibir la cubeta.
-Oh –exclamó en cuanto vio que la pequeña no venía sola.
Lavel dejó la cubeta en el suelo e intentó sonreír. Aun le resultaba difícil, ignorar que cualquiera de los que pasaban por su lado podía ser el presunto asesino de su padre.
-Bill, ella es Lavel –presentó Jane- Lavel, él es mi hermano Bill.
El chico extendió su mano, un tanto incómodo por la presencia del nuevo huésped y Lavel, con la misma sensación, se la estrechó.
-Gracias –murmuró Bill, algo afligido- De verdad… Gracias.
Jane sonrió ampliamente y se lanzó precipitadamente a abrazar a Lavel.
-Sí, lo que hiso fue maravilloso. Donó todos los instrumentos de su padre fallecido, pienso que para eso se necesita mucha valentía.
Bill notaba que para la chica, no era un tema demasiado cómodo del cual hablar, pero no sabía que decirle a su hermana para que no la hostigara tanto. Sabía que Jane era muy inocente a veces, y no se daba cuenta de que alguna de las cosas que hacía o decía, llegaban duro a los demás.
Lavel intentaba aguantar las lágrimas apretando fuertemente la mandíbula y respirando profundamente. Aun no dejaba de pesarle en la conciencia que el chico al que le había salvado la vida, podía ser como todos los allí presentes, el asesino de su padre.
-Janeny –dijo Lavel con voz entrecortada- ¿Te importaría…?
Tomó los brazos de la chica con delicadeza y comenzó a quitárselos de la cintura.
-¿Ah?
-No me siento bien –mustió mirando el suelo con el ceño fruncido- Voy a volver a mi cuarto. ¿Está bien?
-¿Porqué? ¿Qué te duele?
-Jane –habló Bill- Quédate aquí ayudándome. Seguramente Lavel necesita un tiempo a solas… Hace falta mucho tiempo para sanar las heridas del corazón. Recuerda cuando murió Mullo.
Jane pareció comprender al fin y se puso seria. Murmuró un sincero “lo siento” entre dientes y miró a Lavel con expresión de cachorro triste.























Capítulo 6
Arranques de ira
Lavel no lloró esa noche. Se mantuvo despierta sintiendo como muy lentamente, su mente intentaba cicatrizar esa herida en su corazón. El chico lo había dicho… esto tardaba mucho tiempo.
Recordó entre suspiros esos años felices antes de que su madre muriera. Gustav cantaba las letras de la música que su esposa tocaba en la guitarra hacía tanto tiempo. Lavel era tan feliz.
Había veces, ocasiones muy especiales, en las que sorprendía a su padre tarareando distraídamente una canción. Lavel intentaba hacer como si no se diera cuenta, para poder oírlo por más tiempo, pero su padre no tardaba demasiado en darse cuenta de su descuido y se silenciaba inmediatamente. El resto del día, se mantenía melancólico y de muy mal genio.
Ella incluso había aprendido a no cantar cuando él estuviera presente. Eso solo estropeaba su ánimo, tanto como si hubiera sacado algo de la habitación sagrada. Era como hurguetear en su corazón, meter el dedo en la herida que Gustav nunca había podido hacer cicatrizar.
Tomó su guitarra cerca de las cuatro de la mañana y comenzó a tocar todas las canciones que alguna vez había escuchado en su vida. Sabía tocar guitarra casi tan bien como su madre y eso le permitía tocar canciones con tan solo escucharlas.
Sus dedos parecían acariciar las cuerdas tan delicadamente como un recuerdo. Lavel ya no estaba en aquella habitación gris, rodeada de supuestos enemigos, sino que se había transportado una década atrás, cuando la guitarra y ella eran casi del mismo tamaño, cuando aun vivía su madre y sentada a su lado le indicaba pacientemente como tocar las notas.
Dejó de tocar cuando la luz que alumbraba las puertas del baño, se encendían anunciando el día. Su mirada se quedó pegada en las rendijas de su puerta, hipnotizada por aquellos haces de luz que se extendían algunos pocos centímetros dentro de su habitación.
Luego de mucho rato, cuando el sueño comenzaba a ganar la batalla que sostenía con el dolor que sentía la chica, cuando había iniciado la ronda de cabeceos, un objeto se interpuso entre la luz y la puerta, dejando en completa penumbra la habitación de Lavel. Tocaron la puerta.
-Pasa –indicó Lavel creyendo que se trataba de una nueva visita de Bruno- Estoy despierta.
La manilla se giró lentamente, abriéndose la puerta a la misma velocidad. Un rostro oscuro, al cual no podían distinguírsele las facciones al estar en contra de la luz, se asomó tímidamente por un costado.
-Hola…
Lavel se removió incómoda ante el sonido de esa voz, y la guitarra, que descansaba en su regazo, se quejó débilmente, con el sonido ronco de las cuerdas vibrando. Se puso tensa y apretó fuertemente la mandíbula intentando sosegar ese sentimiento en su interior, ese sentimiento que revivía cada horrible sensación que había vivido el día de la muerte de su padre.
La figura oscura dio un paso o dos hacia el interior de la habitación, mientras tras suyo le seguía fielmente la luz, colándose por cualquier hueco posible. Lavel pudo distinguir unos mechones de cabello castaño iluminados por la amarillenta luz, que se pegaba a la espalda del chico, pudo distinguir además, el cabestrillo que llevaba sosteniendo su brazo herido como recordándole en burla, que había ayudado al enemigo.
Respiró profundamente, meditando el tono que usaría para dirigirse a él. No quería ser dura, pero se sentía tan humillada.
-¿Puedo pasar? –preguntó el chico con una voz ronca y rasposa, como si no hubiera hablado en días.
Lavel bufó sonoramente y meneo la cabeza.
-Ya estás adentro –le acusó enojada.
Itan dio un paso más, algo nervioso y juntó la puerta a sus espaldas. Sus pupilas aun estaban contraídas por la luz de afuera y en esos instantes se sentía completamente enceguecido. Tanteo en la oscuridad en busca de la cama y al encontrarla, se guió nervioso por el costado, hasta quedar un poco más cerca de la chica.
-Sé que es temprano, pero te he escuchado tocar guitarra y creí oportuno aprovechar esta oportunidad de darte las gracias, cuando nadie pueda impedirme ponerme en pie luego de estar desfalleciendo por tanto tiempo.
-No hay nada que agradecer –dijo en tono agrio.
No era una forma de cortesía, claro que no. Su tono, era tan amargo, que se entendía claramente, que no le interesaban sus muestras de agradecimiento. Solo por eso las rechazaba…
-Se que lo consideras como el pago de una deuda… pero…
-Sí, así lo creía. Pero ahora, pensándolo más fríamente, creo que lo entendí muy mal.
-¿Porqué lo dices? –Itan avanzó lentamente hasta sentarse en la cama. Los sedantes le tenían un poco mareado.
Lavel bajó la vista a su guitarra y punteó algunas notas. El chico se deleitó con aquel sonido. Le encantaba todo aquello que estuviera relacionado con la antigüedad, era su hobbie, su pasión.
-Mi padre murió a manos de la OD, y tú me salvaste la vida, interponiéndote en la trayectoria del dardo que venía hacia mí. Supongo que ahí acaba todo. Nadie le debe nada a nadie.
Itan cabeceó lentamente estando de acuerdo, pero intuía que la chica no le había salvado la vida solo por haber entendido las cosas mal. Él también recordaba el incidente ocurrido años atrás.
-Quizá lo hiciste por lo que pasó esa noche hace dos años –sugirió en un tono de voz suave, intentando no enfadarla.
La chica bufó por lo bajo y le miró con la barbilla tiritando.
-Si pudiera elegir, habría preferido que me dejaras tranquila esa noche, y que mi padre siguiera vivo ahora –murmuró con la voz agrietada.
Tomó aire y apretó la mandíbula con fuerzas, intentando mantener la vista en alto, sin derramar una lágrima.
Itan no dijo nada por unos instantes y solo se dedicó a mirarla sintiéndose algo angustiado. Sabía lo duro que era perder a un ser querido, era un dolor desgarrador que no acababa nunca, en especial, cuando su partida había sido injusta. La rabia con la que te quedabas no podías sofocarla con nada, y vivías al final en una agonía constante.
-Te creo –dijo al fin, bajando la cabeza- pero no creo que hubiera ayudado.
Se produjo un silencio incomodo nuevamente y ya ninguno pronunció palabra durante mucho tiempo. Ni Lavel tocó su guitarra, ni Itan carraspeó siquiera, aunque sentía la enorme necesidad de aclararse la garganta y decir tantas cosas que tenía atoradas.
Ambos miraron a la nada, como atrapados por el vacío consolador. Allí podías escapar del presente, hacer como si nada estuviera sucediendo en ese lugar, aunque en realidad estuvieras pensando en mil cosas más dolorosas.
Lavel dejó su guitarra de lado. Con esa visita ya no le quedaban ganas de tocar nada, sentía tanta pena. Le hacía recordar el cadáver de su padre tendido en el campo de batalla, solo, abandonado, así como habían debido dejar al cadáver de su madre. No había podido tenderlo en una cama de sedosas sábanas, bien vestido y cuidado, como le contaba su madre que hacían los velorios en la antigüedad. No había podido velarlo una última noche, esperando que se produjera un milagro que le hiciera despertar de un sueño profundo. No había podido cavar una tumba para cubrirlo de flores en años venideros. Simplemente lo había dejado abandonado, para que luego pasara un coche fúnebre, y cumpliendo con su rutina, recogiera los restos humanos de la calle, para depositarlos en la fosa común, a la que irían a parar todos algún día.
Ya no pudo soportar más aguantando ese dolor agudo que le producía el querer llorar,  así que muy a su pesar, dejó salir con brusquedad el aire atrapado en su pecho, rompiendo el silencio con un desgarrador sollozo.
El chico sintió una profunda culpa y la miró indeciso. Se levantó con cuidado, intentando no tropezar con sus propios pies y se acercó a la chica arrodillándose a su lado. Pasó un brazo por sobre sus hombros intentando acercarla a su pecho para un abrazo, pero ella se levantó con brusquedad, balbuceando coléricamente.
-¡Ya no sé que sigues haciendo aquí! ¿No venías a agradecer? –Lavel avanzó de espaldas tan rápidamente que se golpeó contra la oscura pared. No le dio mucha importancia- Listo, ahora vete… ¡Déjame sola! Déjame sola, déjame sola, déjame sola…
Su voz se fue extinguiendo lentamente mientras Itan desaparecía de su vista.
En ese momento, Lavel sufrió de un ataque de ira, y formando con sus manos duros puños, comenzó a golpearse la cabeza. Se hiso un ovillo en el suelo y se arañó la cara con todas sus fuerzas, sin importarle en nada el dolor. ¿Por qué que comparación tenía aquel insignificante dolor físico con el que sentía su corazón? No era nada. Es más, incluso llegó a sentirse mejor luego de aquel arranque de furia.
Cuando estuvo más calmada, decidió pensar sensatamente. Comenzó a pensar en que era lo más adecuado que hacer en esos momentos y llegó a la conclusión, de que sería un buen comienzo, tratar de comportarse un poco mejor. Sería fría y calculadora. No daría estúpidos paseos con chicas rubias de largas trenzas de rostro tierno, ni le tocaría las canciones de su madre al hombre de ronca voz que le llevaba la comida todos los días. Podía vivir como un parasito en ese lugar, sin formar ningún vínculo con quienes la mantuvieran viva.
Pero no sería feliz.  Y no quería vivir con esa rabia interna tan intensa hacia sus anfitriones todos los días de su vida.
Entonces comenzó a pensar en que era lo que más quería en esos momentos y su corazón le dio la respuesta inmediatamente. Quería a su familia. Y como los únicos seres en la Tierra, que fueran como su familia y estuvieran vivos, eran Lerón y su madre, lo siguiente que hiso, fue oprimir el diminuto botón de la pulsera que su amigo le había regalado.
Ahora necesitaba de su ayuda, era casi una cosa de vida o muerte. No sabía como haría Lerón para venir a rescatarla, pero sabía que él y su madre harían un esfuerzo sobre humano. Quizá ella también debía de poner de su parte para intentar escapar.
Comenzó a levantarse lentamente, sintiendo completamente adolorida su cabeza. Se había golpeado tan fuerte que ahora se arrepentía. Una vez estuvo de pié, se llevó las manos a la cara y palpó temblorosa los arañazos que se había infligido. Hiso un gesto de dolor luego de tocarse en un lugar muy sensible, donde parecía tener la carne expuesta.
Salió de la habitación y se dirigió al baño para observar que tan mal se había dejado la cara. Ingresó a la espaciosa habitación con absoluta cautela, esperando no encontrarse con nadie Su corazón latía con mucha fuerza, como el corazón de un ratón a punto de ser devorado, pues aun no podía retomar la calma absoluta.
Quería irse de allí lo más pronto posible. Podía imaginarse la pulsera de Lerón emitiendo ese agudo pitido, como el que le había atormentado a ella por tanto rato el día de la muerte de su padre. Él intentaría actuar de inmediato… pero ¿Tendría al menos alguna vaga idea donde ella pudiera encontrarse en esos momentos?
Lavel dio sus pasos con la agilidad de una comadreja y llegó rápidamente a mirarse al gran espejo  que ocupaba la pared completa en donde se sostenían los antiguos lavabos. Se espantó al ver su rostro, cubierto de finas líneas rosadas que comenzaban a hincharse, como si de pequeñas lombrices se tratara.
Largó el agua, como Bruno le había enseñado que debía hacer, y se llevó cierta cantidad en sus manos ahuecadas, hasta su rostro. Siseó con un poco de dolor arrugando su cara ante el primer contacto. Le ardía un poco, pero el agua ayudaría… el agua siempre ayudaba. Lástima que entonces, la necesidad de ayuda sobraba y no hubiera suficiente agua para eso…
Se miró al espejo por el espacio de algunos minutos y luego de eso, arregló su cabello del mejor modo que pudo, para que sus heridas no se vieran completamente expuestas. No resultó para nada, así que, al fin rendida por el agotamiento de una noche en vela, volvió a su habitación y se enterró en las sábanas de su cama para dormir.
Bruno llegó a la habitación de la chica, alrededor de las nueve de la mañana, cuando Lavel apenas había podido dormir un par de horas. Se sentó a los pies de la cama luego de haber dejado la bandeja a una orilla e intentó despertarla moviendo suavemente sus pies.
Por alguna razón, quizá por la mala noche que había pasado, o porque a un estaba con los nervios de punta, Lavel reaccionó pegando una fuerte patada  hacia donde creía que la estaban atacando. Este repentino movimiento hiso que la bandeja cayera estrepitosamente sobre el suelo, quebrándose en mil pedazos la taza que contenía la leche y el plato en el que se hallaba un pequeño pastelito. La patada también llegó de pleno en el estomago de Bruno, quién se echó hacia atrás ahogando un gruñido.
Lavel se incorporó jadeante y en cuanto se dio cuenta quien era el que estaba a los pies de su cama, se deshizo en disculpas. Pronto recordó que había decidido dejar de tener cualquier contacto cercano con los miembros de aquella organización… debía ser fría, y reservada, actuar solo como un parásito, hasta el momento en que pudiera marcharse de una buena vez de ahí.
No le debía ninguna disculpa a ese hombre.
Se alejó de Bruno, como si el hombre se tratara de una peste y enmudeció inmediatamente, dejando de pedir disculpas.
-No quería asustarte –Bruno se puso de pie al ver que la chica había vuelto a ponerse a la defensiva, y levantó sus manos donde ella pudiera verlas- Jane me contó que ayer en la tarde te habías marchado a acostar un poco triste.
“Un poco triste” se burló Lavel interiormente. “¡Un poco triste!”  Le dirigió una de sus mejores miradas de odio, y Bruno se sintió completamente perplejo. No entendía que la había hecho cambiar tan drásticamente de la noche a la mañana. ¿Acaso era el paseo que había dado con Jane en la tarde?
Mil cosas se le pasaron por la cabeza al enorme hombre. Quería consolar a la pobre chica, y prometerle que todo estaría bien, pero ella estaba tan agresiva entonces, que entendía que si tan solo daba un paso, lo sacaría de la habitación a patadas. Entonces, cuando sus pupilas algo más dilatadas, comenzaron a habituarse a la oscuridad del lugar, pudo notar con cierto espanto que el rostro de la chica estaba surcado por rudos arañazos.
-¿Quién te hiso eso? –Bruno estiró su mano sin pensarlo mucho para tocar con delicadeza la mejilla de la muchacha.
Ella reaccionó instintivamente y le pegó un manotazo.
-Nadie… estoy bien. Fui yo… Ahora déjame.
Lavel parecía un cachorrito asustado. Había retrocedido todo lo que la estrecha habitación le permitía y Bruno no se marchaba nunca de ahí.
-¿Sucede algo malo? –preguntó Bruno con inocencia.
A Lavel se le escapó un jadeo por la sorpresa. No podía creer que él, a quien creía tan sensato, le estuviera preguntando una barbaridad como esa. Frunció el ceño y sintió la misma rabia que había sentido desde el primer día hacia la OD, ahora sin distinción. Bruno era tal como los otros.
-¿Qué si sucede algo malo? ¡¿Acaso sucede algo malo?! ¿Qué maldita pregunta es esa? ¿Cómo puedes ser tan idiota? –Lavel se salió de sus casillas, y tal como Bruno había imaginado, comenzó a sacarlo de su habitación a empujones- ¡Eres un idiota! ¡Como todos aquí! ¡Todos! Hasta la niñita esa… Vete. ¡Vete! Quiero que me dejen sola. ..
Bruno se le quedó mirando atónito, mientras retrocedía, sin oponer resistencia. Lavel le cerró la puerta en la cara y perplejo por la reacción de la chica, no pudo moverse durante largos segundos.
Intentó razonar un momento para poder explicarse el repentino cambio de humor de la muchacha. Pensó que quizá los nervios, le habían hecho reaccionar en un ataque de histeria, lo que sería lógico, después de lo sucedido durante los últimos días. Decidió hacer una visita a Nayen, para preguntarle si acaso se le podría dar algún tranquilizante que la relajara durante algunos días. Al menos hasta que las cosas se calmaran y ella comenzara a habituarse.
Recorrió los infinitos pasillos que unían todo el aquel fuerte, que antes había sido un hermoso museo, y se dirigió al sector del hospital. No era el mismo lugar en donde habían tenido a Itan, intentando recuperarlo luego del impacto del dardo, sino que era una habitación más espaciosa, donde se conglomeraban todos los casos menos graves, luego de una de las apariciones de la OD en público. Siempre había algunos heridos, pero las precauciones eran máximas y su forma de actuar, muy premeditada, para que tuvieran que lamentar grandes tragedias.
Ahora que la guerra había estallado, luego de que la Organización Desparasitadora de una región vecina, asesinara al presidente, comenzarían a tener muchas más dificultadas. Ya no podrían ir y venir como escurridizas comadrejas, haciendo de las suyas en lugares aleatorios. Se lanzarían a los leones con todo lo que tenían.
Bruno apresuró el paso cuando escuchó unos taquitos insistentes a sus espaldas, intentando darle alcance. Bluvic, un pequeño muchacho de tan solo dieciséis años, ayudante de Ronald en los asuntos de organización, era un pequeño sabelotodo, insistente a más no poder. Le gustaba tener todo en orden de acuerdo con lo que Ronald le mandaba, y no había nada que se le pasara por alto. Estaba todo anotado en su pequeño computador portátil.
-Señor, señor –le llamó con insistencia.
Bruno se mordió la lengua para no maldecir. Si se detenía, el chico le mantendría atrapado durante un millón de años. Pero ya no podía hacer como si no le hubiera escuchado.
-Señor Bruno –Los tacos resonaron en el piso de cemento aun más cerca del robusto hombre- Necesito informarle sobre la reunión.
-Mmm –Bruno se giró lentamente y ralentizó el paso, pero no se detuvo.
  El chico le dio alcance inmediatamente y colocándose a su lado con su computadora en mano y su lápiz de apuntes, comenzó a repasar rápidamente lo que debía decirle.
-El General Ronald quiere a todos los soldados en la sala de reuniones. Se realizará una conferencia general con todas las OD de regiones del mundo entero. También quieren comunicarse con el director del la Organización de la Resistencia y Prosperidad, ya que ha solicitado una videoconferencia hace un par de días.
El chico no despegaba su vista de su computadora y caminaba con firmeza pero con pasitos cortos de ratón. Bruno tan solo asentía y murmuraba “Mmm” intentando parecer lo suficientemente interesado.
-Se hablará sobre nuestra actual condición como organización independiente, ya que debemos saber cuantos de los nuestros se dirigirán a la base militar para presentarse en el campo de batalla. Tenemos ya nuestras tropas definidas, pero se precisa además de la ayuda adicional de civiles voluntarios –Bluvic carraspeó ruidosamente- Yo en lo personal, planeo presentarme como voluntario en el campo de batalla. Creo, que si muero, será de la forma más noble, y si sobrevivo habré hecho justicia. ¿Usted que piensa, señor Bruno? ¿Será voluntario?
El interpelado se rascó la cabeza, un tanto incomodo ya que estaban por llegar al “hospital” donde debía hablar con Nayen. Esperaba que el chico no lo retuviera en la puerta por mucho rato.
-No lo sé, es algo que hay que meditar con tiempo. He tenido otras cosas de las que ocuparme. Ahora precisamente iba a encargarme de algo –mustió con su voz profunda, delatando voluntariamente sus intenciones.
Pero el muchacho hiso caso omiso de la indirecta y continuó hablando.
-Usted es un hombre muy ocupado –dijo a modo de halago- Quizá ayudaría más con su inteligencia, que con su fuerza. Aunque me imagino que pude servir a nuestra causa de cualquier forma. Siempre desempeñará un buen trabajo.
-Gracias, gracias… -dijo sin interés.
Ya habían llegado al hospital, pero el chico se interpuso entre la puerta y Bruno, revisando unos cuantos apuntes más en su libreta.
-Se organizará un grupo de escolta para recibir en el túnel de Orlando Black, a algunos civiles que serán trasladados a nuestra instalación. No tengo mucha información sobre eso, pero creo que no se trata de un asunto urgente. No me imagino qué les haga querer venir a nuestra instalación –meditó el chico jugueteando con la pluma- Quizá estén interesados en nuestra granja. O pueden ser familiares de algún miembro…  ¿Usted que piensa?
Bruno se encogió de hombros y golpeó el suelo con su zapato mostrando su irritación.
-Supongo que lo sabremos luego.
-Así es –concordó el muchacho- Todo a su tiempo. La impaciencia es uno de mis mayores defectos. Soy un poco atarantado. Siempre me gusta enterarme de todo lo antes posible, aunque pronto me lo vayan a explicar con más detalle.  A veces…
-¿Algo más que deba saber? –le interrumpió Bruno- Con respecto a la reunión.
-La chica morena es un punto a tratar. Pero seguramente lo dejaran para el final.
Bruno se mostró interesado esta vez. ¿Porqué tendrían que hablar de ella? Él había prometido encargarse de la chica, era un asunto concluido. No causaba problemas… al menos no afuera de su habitación y encima de todo había ayudado a uno de los suyos. ¿Acaso les molestaba? Ronald siempre tenía un pero para algo.
-¿Lavel? –inquirió Bruno.
Bluvic asintió lentamente.
-Ha pasado encerrada en su habitación todo este tiempo. Es usted el único que entra a darle comida y él único con el que habla. Nunca habíamos tomado prisionero a alguna persona y el modo en que tenemos viviendo a la pobre muchacha es algo parecido… -el chico hiso una mueca- Quizá quieran dejarla ir.
Bruno frunció el ceño un poco confuso, pero asintió comprendiendo. La chica no estaba viviendo bien aquí y aunque ya no tenía a nadie allí afuera, seguramente se encontraría mucho más cómoda al cuidado del gobierno. Sería terrible, porque ella era una buena chica. Era una fuente andante de conocimiento y debían de gustarle todas las cosas que ellos intentaban recuperar.
-Muchas gracias por el informe chico, ahora te tengo que dejar… -Bruno comenzó a caminar al interior del hospital, haciendo a un lado al muchacho de una manera un poco brusca.
Bluvic le siguió taconeando con su pluma en alto.
-Aun queda un punto.
-Lo veo en la reunión –le despidió Bruno- ¡Nayen! Hola.
Un chico de unos veinticinco años se encontraba sentado en una camilla, cubierta de sábanas perfectamente blancas, mientras el doctor Nayen le revisaba el herido pié. Era su tobillo, le habían herido con un dardo paralizante durante la última batalla y se estaba recuperando satisfactoriamente. Nayen simplemente estaba cambiando los parches de regeneración de tejidos, que se ocupan luego de que el antídoto ha hecho efecto completamente.
-Señor Bruno –insistió Bluvic por última vez- Debería usar un localizador. Sería más fácil contactarle e informarle de estas reuniones.
El muchacho de la computadora, se quedó mirando a Bruno por el espacio de unos segundos, hasta que decidió marcharse a perseguir otra presa. Bruno decidió que quizá le haría caso, así tal vez de esa manera, no tendría que temer ser atrapado por el chico a cada instante.
-Hola, Bruno –saludó el doctor.
Con un asentimiento de cabeza, el enfermo y quién recién entraba, se saludaron cordialmente.
-¿Has ido a ver a Itan? ¿Está mejor? –preguntó el doctor.
-No, aun no. Creí que sería muy temprano. Ya sabes, con todo esto de los sedantes debe estar muy cansado.
Nayen asintió lentamente, acabando con el pie del chico. Le despidió con unas cortas palabras y recomendaciones de que descansara, entregándole sus calcetines y sus zapatos. El chico se puso de pié y dándole la mano al doctor a modo de agradecimiento, se marchó de la salita.
-¿Qué sucede? ¿Estas preocupado por algo? –Nayen captó inmediatamente la inquietud de Bruno en su mirada.
-Es solo que… -comenzó haciendo una mueca- Lavel está hecha un manojo de nervios. Me preguntaba si se le podría dar algo para tranquilizarla. Al menos por un tiempo, hasta que se marche.
El doctor frunció levemente el entrecejo
-¿Marcharse?
-No lo tengo claro, pero al parecer, Ronald pretende entregarla al gobierno. Seguro tendrán algún albergue para todos los civiles damnificados.
Una carcajada irónica brotó por la garganta del doctor. No podía creer lo que su amigo le estaba contando.
-¿Hablas en serio? –continuó riendo, realmente afectado- ¿Crees que el gobierno está cuidando de todos aquellos que no tienen donde ir? Bruno, no puedes ser tan ingenuo. El gobierno está preocupado de otros asuntos ahora, y nunca se ha preocupado de la población ni en los mejores años. Les conviene que muera la mayor cantidad de gente, Caput, borrar todo y empezar de cero, en donde la aristocracia sea la que mande esta vez y en serio.
El hombre volvió a carcajearse y se volvió a tomar un vaso con agua que mantenía sobre un mueble a sus espaldas. Bruno se sintió incómodo con la burla de su amigo, se sentía como un idiota.
Cuando Nayen ya estuvo más recuperado, volvió a hablar.
-Todos los que han logrado huir del país se las estarán arreglando por si solos, te lo aseguro. La chica no tiene a nadie ahí afuera. Estará mil veces más segura aquí con nosotros, aunque no le guste –se encogió de hombros y volvió a tomar un sorbo de agua-  aunque seamos unos viles asesinos… como ella nos ve.
Bruno se rascó la nuca bajando la vista con incomodidad y nerviosismo. No era esto lo que pretendía cuando venía a hablar con Nayen. Solo esperaba recibir algunas píldoras que pudieran ayudar a la chica y marcharse.
-Lo entiendo –murmuró Bruno- Aun así no creía que fuera a marcharse. Itan nunca dejaría que eso pasara. Ya sabes como le encanta todo esto de la antigüedad y Lavel tiene un montón de conocimiento con todo lo que le enseñó su madre.
-Uhm, no creo que sea por eso –sonrió traviesamente el de bata blanca.
-¿Qué cosa?
-Nada, nada –hiso un gesto de quitarle importancia con la mano que tenía libre.
Luego se dirigió a una gran estantería de madera oscura y abrió las puertas para revisar su contenido. Comenzó a sacar un montón de cajas de medicamentos y a dejarlas sobre una mesa luego de leer el nombre.
Cuatro de éstas las dejó aparte y cuando volvió a cerrar las puertas del mueble, guardando todo lo que había sacado, se las entregó a Bruno.
-Toma. Puede que ayuden, pero de todas formas, ve a hablar antes con Jessica, ella es psiquiatra. Aunque una sicóloga podría servir, antes de que te vayas inmediatamente por el camino de los medicamentos.
Bruno agradeció silenciosamente, mientras se concentraba en el contenido de las cuatro cajas. Ambos comenzaron a caminar hacia la salida.
-Ahora voy a ver a Itan –avisó-  Puede que Claude esté con él ahora… -pensó en vos alta, caminando a grandes zancadas- Nos vemos luego.
-Ajá –contestó Bruno agitando brevemente su mano en el aire.
Meditando sobre las palabras de Nayen, Bruno partió en el camino contrario al que pretendía dirigirse con anterioridad una vez terminada su misión ahí. No iría a ver inmediatamente a Lavel, sino que siguiendo el consejo de su amigo, buscaría en los registros de miembros de la OD, algún sicólogo que pudiera reemplazar los medicamentos que había pensado en darle a la chica.
Instalación era enorme, y por consiguiente, el número de personas que allí habitaban era también incalculable. Bruno no conocía a todas las personas que allí vivían. Su número de amigos era bien reducido y sus conocidos no ampliaban mucho la cifra.












Capítulo 7
Cintia, la psicóloga
Se despertó cerca del medio día con un calor inmenso. Estaba cubierta por las tapas de la cama hasta la cabeza y estaba hecha un ovillo. Tenía toda la piel pegajosa y la transpiración le había dejado el pelo tieso. Hacía ya varios días que no se daba una ducha y por fin entonces comenzaba a echarle en falta.
Pegó un par de patadas con brusquedad y arrojó las sábanas al piso, quedándose tendida durante un largo rato con la vista pegada al techo. Respiró profundamente y recordó con pesar, todo lo que había ocurrido durante las últimas horas. No entendía porqué, pero la culpa comenzaba a apoderarse de ella, a causa del modo en el que había tratado a Bruno. Sentía que le debía una disculpa.
Llevó sus manos a su rostro intentando quitarse la gruesa capa de sudor que la cubría y se sentó en la cama.
Ya no estaba tan segura de querer portarse totalmente como un parásito indiferente. Bruno le agradaba.
“¿Qué haría papá en una situación como esta? Seguramente habría intentado escapar desde el primer momento, golpeando a quien se interpusiera en su camino” Ella no se sentía capaz de hacer eso, en primer lugar, porque su fuerza física era incomparablemente menor a la de su padre y en segundo lugar, porque se sentía fatal causándole daño a la gente. ¿Qué tal si era Bruno el que se le cruzaba por en frente?
No, no, no, escapar de esa manera era una idea que descartaba inmediatamente. ¿Y que haría su madre entonces?, pensó Lavel soltando una contrariada risita. “Ella se sentiría como en casa. Estaría como una niña con un juguete nuevo, explorando cada rincón de este lugar” Si, claro, Lavel podría sentirse tan contenta como imaginaba a su madre, si tan solo no estuviera rodeada por los asesinos de su padre.
Negó con la cabeza, angustiada. ¿Qué podía hacer?
De pronto, unos nudillos golpearon nuevamente a la puerta de la chica, haciéndola dar un salto del susto. Giró la cabeza en la dirección de la que venía el sonido, pero no pensó siquiera en levantarse a abrir. Sabía que no era Bruno, ya que el sonido había sido mucho más delicado, sabía que tampoco era Itan… no se atrevería a hacer un segundo intento. Jane solo abría la puerta y se asomaba.
Fuera quien fuera, no era nadie que la hubiera visitado antes y por lo tanto, no tenía interés en abrirle. Si de cualquier modo, aquella persona se atrevía a abrir la puerta sin su permiso, haría el mayor esfuerzo para comportarse como una señorita. Lo prometía.
Los nudillos golpearon nuevamente, con delicadeza, y tal como Lavel intuía que podía ocurrir, la puerta comenzó a abrirse lentamente asomándose por ella una cabeza rubia como la de la mayoría.
-¿Lavel? –preguntó una voz femenina que Lavel no había oído nunca.
Le molestó enormemente que utilizara su nombre para referirse a ella, como si se conocieran desde hace años. La miró con expresión confusa, exigiendo con la mirada una explicación razonable de su visita.
La mujer, de aspecto pacífico, ingresó ya completamente en la habitación y sintiéndose como dueña de casa, encendió la luz sin pedir permiso. Lavel parpadeó encandilada, pero se tragó sus palabras con todo su autocontrol.
-Hola, soy Cintia Aldina, amiga de Bruno. Quería conocerte –sonrió amigablemente, a pesar que la actitud recelosa de Lavel le inquietaba un poco.
Cuando Lavel al fin pudo adaptarse a la luz parpadeante de los tubos fluorescentes que no se encendían desde hacia ya un par de días, observó atentamente a la mujer que la visitaba.
Tendría unos treinta años. Era alta, bastante alta. Como si sus padres no se hubieran preocupado por controlar su altura o como si hubieran querido modificarla de tal forma que llamara la atención. Tenía el pelo rubio liso, cortado en una melena que lo le llegaba más allá de los hombros y los mismos ojos celestes de todos los hijos de probeta. Las facciones de su rostro eran delicadas, como si aun conservara las formas de su infancia.
Parecía hecha para encantar a la gente con tan solo sonreírles, pero Lavel se mantuvo firme mirándola en silencio y absoluta seriedad.
La mujer se paseó unos instantes por la pequeña habitación aun sonriendo, inspeccionando cada detalle a pesar de que no había nada que admirar en aquel cuartucho. Venía vestida deportivamente, con una polera blanca sin mangas, un buzo color azul oscuro con una franja naranja a los costados y unas zapatillas desgastadas.
Se agachó al lado de la guitarra, que Lavel había dejado en el piso antes de decidirse a dormir, y se quedó mirándola atentamente. La chica morena se puso tensa, como un tigre a punto de saltarle encima a su presa, cuando vio la mano de la mujer acercarse sin vacilaciones al instrumento.
Lavel puso una expresión de completo desconcierto cuando un dedo de Cintia se deslizó indiferente por la madera de su guitarra.
-Deje ahí –murmuró enfadada.
Cintia quitó la mano inmediatamente y la miró.
-Lo siento –sonrió amablemente.
Se puso de pie con agilidad y se dirigió a la cama de Lavel. Se sentó a su lado como una vieja amiga y suspiró. La muchacha, tensa aun por la actitud desinteresada de la mujer, ya no pudo contenerse más y le dirigió su mejor mirada de odio.
-¿Qué pretende? ¿A qué vino? –gruñó.
-Quería conocerte –repitió como si fuera lo más obvio del mundo- ¿Sabes tocar esa cosa?
Lavel parpadeó. ¿Se atrevía a llamar “cosa” a su guitarra? Que ignorancia, que insolencia.
-Es una guitarra y sí, si sé.
En seguida, Lavel pensó que Cintia le pediría escucharla hacerlo e incluso ya tenía preparada la forma despectiva con la que se negaría. Pero no, ella solo se recostó sobre la cama, dejando los pies en el suelo.
-Hay un chico aquí que sabe tocar el piano –comenzó a hablar como narrando una historia- Cada viernes nos reunimos algunas personas en el auditorio y le escuchamos tocar. Es magnifico realmente. Yo suelo cerrar los ojos para oír la música y casi puedo sentir que vuelo y viajo a otra época, donde todo era mejor –carraspeó- Mi abuela solía cantarme antes de irme a dormir cuando era pequeña. Me decía que nunca me olvidara de la música, ya que era la única forma de conocer el alma de las personas o de llegar a ellas. Que era la única forma de conocer tu propia alma.
Lavel le daba la espalda, pero aunque su mirada estuviera perdida en la nada, toda su atención se centraba en las palabras de la mujer. Era difícil negarse a escuchar algo que tuviera que ver con la música, si era lo que ella más amaba, todo lo que le quedaba de su madre y de los buenos años de su infancia, cuando vivía en una hogar feliz.
Entendía perfectamente lo que la abuela de Cintia le contaba, porque su madre se lo había repetido una y mil veces cuando ella era más pequeña. Le había pedido casi de igual forma que nunca se olvidara de la música, que era lo único que la iba a mantener su alma viva en los momentos más duros. Se lo había pedido incluso en su lecho de muerte, cantándole con una voz casi extinguida la nana que le cantaba cada vez que algo la ponía triste.
-No me sé muchas canciones. Mi abuela murió cuando yo era muy pequeña y mis padres no eran muy afines a la música. Ya nunca volví a escuchar a nadie cantar, pero yo tarareaba siempre alguna tonada sin sentido… cuando hacía mis deberes de la escuela, o cuando caminaba por la calle.
Una lágrima de nostalgia corrió por el rostro de Lavel, casi al mismo tiempo que por el de Cintia. La chica tampoco había oído cantar a nadie más que a su padre después de la muerte de su mamá, pero eso ocurría cada vez con menos continuidad. Hubiera deseado escucharlo cantar al menos una vez más antes de que muriera.
Lavel intentó buscar en su memoria, alguna de las canciones que sus padres le cantaban juntos cuando intentaban enseñarle a tocar guitarra. Cantaban realmente bien.
-Hoy es viernes –murmuró Cintia- pero lamentablemente se ha suspendido el concierto de piano. Quizá para la próxima semana… aunque no lo creo –suspiró con tristeza- Cuando vi tu guitarra pensé que quizá, en el futuro, tu quisieras deleitarnos tocando una canción para nosotros –sonrió media avergonzada.
-No –respondió concisamente, pero sin ser pesada.
Cintia se irguió y quedó sentada al lado de la chica. La superaba por al menos un par de palmos y eso que estaba encorvada y no estaba de pié. Lavel le dirigió una mirada curiosa pero recelosa y se preguntó porqué no había puesto cara de espanto al ver su rostro todo rasguñado. Seguro Bruno le había advertido.
-Se que ahora estás muy cansada, con todo lo que ha pasado. Eres muy valiente. Creo que yo no habría podido… -se detuvo de pronto intuyendo que si continuaba diciendo lo que pensaba decir, metería las patas. Iba bien hasta entonces, la chica no se había alterado- ¿Has comido algo hoy?
Cintia ya sabía la respuesta. Podía ver la bandeja que Bruno le había llevado en la mañana, tirada en el suelo a los pies de la cama, con toda la comida desparramada. Bruno le había hablado del incidente, le había hablado de todo, en realidad. La sicóloga tenía que saber que tan chocada se encontraba la pobre muchacha.
-No… -murmuró Lavel en respuesta.
-¿Quieres acompañarme a buscar algo para comer? –sugirió simpáticamente.
Y otro “No” como respuesta, salió de los labios de Lavel.
-¿Quieres que te traiga algo? –alzó las cejas, segura de que esta vez le parecería una mejor idea.
Sonrió triunfante cuando Lavel asintió tímidamente con la cabeza. Cintia se levantó con ligereza y estiró sus manos hasta el techo, desperezándose. Le faltaban tan solo unos pocos centímetros para tocarlo.
-Espérame aquí, no tardo.
En cuanto se cerró la puerta tras la enorme mujer, Lavel volvió a la triste realidad. Se castigó mentalmente durante unos instantes, por caer como una mosca en las redes de la agradable Cintia, pero luego de un tiempo, llegó a la conclusión de que no podía condenar a alguien que amara tanto a la música como ella misma o como su madre.
Pensó, estando casi cien porciento segura, que esa mujer no debía de ser de las que salían a las batallas campales que se producían durante las manifestaciones. Era prácticamente imposible que ella hubiera asesinado a su padre y por tanto no podía tenerle el mismo rencor que a los demás
Tampoco podía condenar a Jane. Tal vez, si llegaba a conocer bien a cada uno de los habitantes de aquella fortaleza, podía identificar a todos aquellos que no habían ido nunca a alguna batalla.
Inspiró hondo y trató de arreglarse el pelo enmarañado. Cuando Cintia volviera, y luego de comerse lo que le trajera, le pediría tomar un baño, quizá también un cepillo para el pelo y uno de dientes. Es que ella necesitaba un cepillo de dientes, ya que su padre no la había llevado al dentista para el sellado de dientes, desde que su madre había muerto y por lo tanto debía continuar cepillándose los dientes desde entonces.
Lavel se puso de pie media temblorosa y se dirigió con paso vacilante hacia su guitarra. La tomó con delicadeza entre sus manos y volvió a sentarse a una orilla de su cama para tararear una canción que se le estaba viniendo a la mente. A veces, le resultaba realmente liberador, plasmar sus penas en una canción.
-Cada silencio se suma, a una bolsa oscura que hay que guardar.
Cada silencio me abruma, me asaltan las dudas si he de marchar.
Y es que ya no aguanto más esta soledad.
A veces, resulta tan liberador
Plasmar las penas en una canción
Derribar las paredes de un grito y conocer
El mundo a mi alrededor.
La puerta se abrió al momento, y el rostro sonriente de Cintia apareció del otro lado, trayendo consigo una bandeja con un plato con comida. Un buen trozo de pollo con arvejas. Lavel se llenó de pena al recordar que lo último que había comido estando en su casa, era un pollo frito.
La mujer se dio cuenta del cambio repentino en el humor de la chica, y supo que algo en la comida era la causa, pero se abstuvo de preguntar nada. También la había escuchando improvisando la canción en la guitarra, pero prefería no confesárselo, al menos por el momento.
Cualquier otro tema era más seguro de tratar con ella. Primero tenía que tantear el campo minado, procurando no hacerlo estallar.
Lavel se levantó de la cama y fue a dejar su guitarra apoyada contra la pared. En cuanto la hubo acomodado bien, volvió a sentarse al lado de Cintia para recibir la bandeja con comida. No se había dado cuenta antes, pero estaba completamente muerta de hambre.
Comenzó a engullirse la comida casi desesperadamente, sin prestar demasiada atención a lo que hablaba la mujer.
-Sabes… Esta habitación es demasiado lúgubre. Quizá deberíamos intentar arreglarla un poco, o simplemente podrías cambiarte a alguna de las habitaciones subterráneas –comentó pensativa- Allí las paredes son blancas. Eso es muy importante.
-Mmm –murmuró Lavel estando de acuerdo.
-Podríamos colocar algún mural con un diseño panorámico. A mí, personalmente me gusta la playa. Tengo un mural en mi habitación y el sonido del vaivén de las olas es la mejor canción para dormir.
-Me gustaría un bosque –pronunció entusiasmada con la boca llena de comida.
Su madre le había comprado uno de esos murales interactivos cuando era pequeña, pero cuando tenía diez años se había echado a perder de pronto y su padre nunca lo había mandado a arreglar, ni le había regalado otro. El hermoso verde del bosque y el cantar de las aves, había sido reemplazado de súbito por una pantalla en negro completamente silenciosa.
-¡Un bosque! Sí, que bonito. Te conseguiré un mural de esos y lo pondremos aquí, o abajo. Donde quieras –Cintia agitaba sus manos en una dirección y en otra, realmente entusiasmada con la idea. A parte de ayudar a la gente, le encantaba la decoración- Podemos tapizar todas las paredes si quieres y te sentirías como si realmente estuvieras allí. Y el techo con copas de árboles y trozos de cielo. ¿Lo imaginas?
Lavel asentía sonriendo. A su madre le habría encantado poder pagarle algo así.
-Si el suelo no se estropeara podríamos colocarle un mural de tierra y césped. Pero imagino que al cabo de un par de días ya se habría echado a perder –Lavel sugirió encogiéndose de hombros.
-Si… yo quería arena clara para mi piso –murmuró suspirosa.
Luego de echar otra ojeada a la habitación, continuó sugiriendo ideas para mejorar el aspecto del lugar.
-También te hace falta una mesita de noche. Y tal vez un escritorio. Y sábanas nuevas para esa cama… de otro color preferentemente.
-Y una ducha –acotó Lavel recordando lo inmunda que se sentía.
Cintia asintió con vehemencia.
-Oh, si cariño. Necesitas una buena ducha –se puso de pie- Termina de comer y yo te traeré toallas y algo de ropa para que te cambies.
Lavel frunció el ceño.
-¿Toallas? ¿Qué aquí no tienen el modo anti-capilaridad para el agua? –preguntó confusa.
Cintia soltó una disimulada risita. Luego amplió las manos apuntando a todo su alrededor.
-¿Qué no ves lo antiguo que es esto? Voy a tener que enseñarte a usar la ducha. Son de lo más simples.
La alta mujer desapareció entonces por la puerta oscura del cuarto de Lavel, para encargarse de las cosas que la chica necesitaría para ducharse. Ella en tanto, terminó de tragar su comida con rapidez esperando que los extraños retorcijones que le daban en el estómago algunas veces después de comer, no se produjeran cuando estuviera bañándose.


















Capítulo 8
Cediendo ante lo inevitable y no se siente tan mal
El baño no estaba completamente desocupado esta vez. Dos chicas rubias, de la aproximadamente la misma edad de Lavel, se la quedaron mirando con una curiosidad que molestaba. Con esa expresión burlona en los rostros, como la que ponían sus ex compañeras en el colegio, antes de comenzar a hablar a sus espaldas.
Cintia saludó con un alegre "Buenas tardes” sin prestarles demasiada atención y continuó dirigiendo a Lavel por los hombros, hasta llegar al sector de las duchas.
A lo lejos podía escucharse las risas de las chicas que habían visto con anterioridad. Lavel giró la cabeza en aquella dirección, un tanto cohibida y recibió a regañadientes las instrucciones que Cintia le daba en cuanto al uso de la ducha.
-¿No hay algún lugar más privado?
La ducha no era más grande que uno de los compartimientos para los retretes que se encontraban a unos pocos metros, es más, eran tan exactamente iguales por fuera, que lo único que los distinguía era el piso enmohecido alrededor. Lavel sentía como si fuera a bañarse en frente de todos los que estuvieran en aquella enorme habitación, si apenas era separada del resto del mundo, por una insignificante puertecilla de metal corroído por la oxidación.
-No, a menos que quieras ir a bañarte al lago –le respondió en un tono desinteresado, continuando con los detalles de la ducha- Estos envases pegados a la pared contienen los jabones para el pelo y similares. Están rotulados… bueno, son exactamente iguales como los habría en tu casa, supongo –sonrió.
Luego de eso, repitió por enésima vez a Lavel, la necesidad de una ducha corta, de no más de cinco minutos. La muchacha asintió consciente de toda el agua que se gastaba en un pequeño baño y metiéndose en la ducha, comenzó a bañarse tal y como lo hacía en su propio hogar.
Era odioso no poder regular la intensidad que caía sobre su espalda como intentando arrojarla al piso con bruscos golpes. Por poco no se le produjo un agujero entre la nuca y los omóplatos, pero a cada instante debía preocuparse de cambiar de posición cuando comenzaba a dolerle. No había pulidor de asperezas en la piel ni humectante. Era tan solo una vieja ducha sin ninguna comodidad.
En cuanto cortó el agua, tal como había aprendido hacía poco, Cintia le arrojó una toalla color morado oscuro  para que se secara. Lavel se sentía muy extraña con esta nueva forma de dejar de estar mojada, y es que ni siquiera su madre había utilizado toallas, era algo ridículo y de poca importancia. Pero no dijo nada y recibió con sumisión las prendas de vestir que la mujer le entregaba desde fuera.
Al menos ya estaba limpia, con una polera blanca como sus propios dientes, unos pantalones negros deportivos con una franja naranja, muy parecidos a los de Cintia y unas zapatillas grises que le quedaban algo ajustadas. La mujer le prometió, que pronto buscarían unas a su medida, pero mientras tanto, se preocupó de maquillarla.
No había dicho nada de las marcas rojizas de los arañazos que Lavel se había dejado en la cara, pero por supuesto que las había notado y había tomado medidas para ocultarlas. Llevó a Lavel frente al gran espejo, en donde antes habían estado apreciándose un par de chicas rubias, y comenzó a aplicarle una crema color piel, que disimulaba las heridas.
-No solo las cubre –señaló Cintia- Ayuda con la cicatrización. Tienes un bonito rostro; intenta no hacerte daño nuevamente.
Cintia había utilizado un tono tan serio, que logró poner incómoda a Lavel con su comentario. Aun así, continuaron hablando de otras cosas, sin recurrir a un estúpido interrogatorio por la situación.
Salieron del baño cuando Lavel estuvo ya completamente repuesta, y creyendo que ahí había finalizado todo, la chica morena se dirigió directo a su habitación, pero Cintia la tomó de una mano y la desvió de su camino.
-Oh, no, no, no querida –la miró con expresión burlona- No volverás a esa horrenda habitación. Es como la habitación de un muerto. Tú estás muy deprimida, así que un poco de aire fresco te irá bien.
Lavel la miró espantada, con una mezcla de sentimientos en su interior. Se sentía entre traicionada, aterrada y realmente muy, muy enfadada. Ella no podía hacerle esto.
-No –mustió con voz ahogada- NO. ¡Hey! Detente, no me sigas tirando. No quiero ir y punto. ¿Te has vuelto loca? Creí que eras más sensata.
Cintia no la soltó, pero se detuvo un instante para mirarla de frente e inspeccionar su actual estado de animo. Había creído que confiaba lo suficiente en ella como para seguirla sin vacilaciones, pero al parecer, las cosas iban a resultar un poco más difíciles.
Pensó en un montón de formas para poder convencerla racionalmente, pero intuía que de cualquier modo, Lavel no cedería. Frunció el ceño, y bufando enfadada, se marchó de ahí dejándola sola. Quizá, si viera que ella no era la única que podía enojarse, entonces se le bajaran los humos.
Lavel se quedó parada en medio del pasillo, con la respiración agitada y la boca abierta. No esperaba esa reacción de parte de Cintia, se sentía casi como estafada al ver que no tendría la oportunidad de resistir y mostrar su fuerza de voluntad. Por no poder mostrarle su aversión hacia el resto, tratando de ocultar el pánico que le producían.
Pero la mujer tenía razón, ella ya no quería volver a esa oscura habitación. Se quedó mirando a la nada, esperando que nadie apareciera mientras ella meditaba la opción de seguir a Cintia o solo volver a ocultarse.
Las manos le temblaban, haciéndola sentir incómoda. Comenzó a masajearse las muñecas con la intención de quitar esa odiosa sensación. Dio un par de pasos hacia adelante y se detuvo. Volvió sobre sus pies y nuevamente se detuvo.
Lanzando un leve gruñido, Lavel se decidió finalmente y caminó con paso firme por el pasillo por donde había desaparecido Cintia.
Se cruzó por un montón de personas por el camino, que la miraban entre curiosos y recelosos. Su expresión enfadada, hacía que incluso las personas más amables decidieran no saludarla.
No tenía idea de adonde debía dirigirse, pero esperaba encontrarse por pura suerte, con alguna gran habitación que sirviera de comedor. Se daría cuenta de cuando llegara ahí, así que lo más que podía hacer ahora, era recorrer todos los pasillos que pudiera y continuar caminando.
Las luces amarillentas alumbraban solo algunos sectores de los pasillos, así que algunos tramos estaban completamente a oscuras. Lavel colocaba entonces una mano en la pared y la otra por delante, hasta que llegaba a la próxima farola.
Aun con todas sus precauciones, Lavel no pudo darse cuenta de que justo por delante suyo, en un cruce, pasaba una persona y chocó de frente con ella.
-Ay… -mustió media nerviosa.
-Lo siento –dijo el chico encendiendo una pequeña linterna que tenía prendida en el cinturón y la apuntó a la cara- ¿Lavel?
Ella se echó para atrás confundida por ser reconocida. Por un momento, sintió el deseo de que por esas casualidades de la vida, Lerón hubiera venido a buscarla, pero cuando el chico se apuntó a la cara con su propia linterna, Lavel se dio cuenta de que solo era el hermano de Jane.
-¿Estás bien? –preguntó algo preocupado- Soy yo. Bill.
-¿Tú vas a las batallas? –preguntó Lavel no ocurriéndosele nada más importante en ese momento.
Bill frunció el ceño, extrañado por la pregunta. Pero negó con la cabeza.
-Yo me encargo de la granja. ¿Estás bien? –repitió.
Bien. Ella se sintió algo más aliviada. Esa era otra persona que no podía odiar. No tenía nada que ver con la muerte de su padre, e incluso se ocupaba de las cosas que amaba su madre.
-Sí, estoy bien. Solo quería llegar al ¿Comedor? –se rascó la cabeza, no muy segura si esa era la forma en la que ellos llamaban al lugar que ella se imaginaba.
El chico rio disimuladamente, puesto que se encontraban más lejos del lugar que lo que habrían estado si Lavel no se hubiera movido de su habitación.
-Yo voy hacia allá –apuntó a las espaldas de la chica- Jane me está esperando para comer. ¿Quieres acompañarnos?
Lavel asintió lentamente reprimiendo toda esa aversión que aun sentía por el resto de la organización y le siguió volviendo sobre sus pasos. Se mantuvo a las espaldas del chico, en todo momento, a pesar de que este ralentizaba el paso esperando que ella lo alcanzara y caminara a su lado.
-No te recomiendo que camines sola por ahí todavía –le sugirió el chico, algo divertido- El lugar es enorme. Es lógico que te pierdas.
Lavel asintió con la cabeza, aunque en realidad nadie la veía.
-Deberías cambiarte al subterráneo, hay más luz, eso ayuda. Además en más seguro en caso de un ataque –echó un vistazo por sobre su hombro y apuntó a Lavel con la linterna, esperando que ella siguiera ahí. Por un momento había creído que lo habría dejado hablando solo- Aquí en la superficie, viven por lo general, los soldados. Mientras más abajo estemos, menos soldados hay.
Lavel pensó por un momento. Mientras más abajo estuviera, más gente en la cual poder confiar. Quizá si le gustaría aceptar la oferta de Cintia y mudarse de habitación, una que tuviera las paredes blancas y que fuera vecina de alguien normal.
-Eso sería bueno –dijo la chica- Oye, ¿Jane se habrá enojado conmigo?
-¿Porqué? –Bill se giró.
Ella se encogió de hombros e hiso una mueca. Pasaban por uno de los faroles.
-Por dejarla el otro día…
-No, claro que no. Ella entiende –Bill se detuvo para que Lavel estuviera de una vez a su altura, pero ella se detuvo también- Vamos, es como si tuviera peste. ¿Porqué no caminas a mi lado?
Esperó un momento a que Lavel reaccionara, y en cuanto ella se puso a caminar él lo hiso también. Así era menos incómodo, al menos para el chico.
-Jane y yo perdimos a papá hace tres años –dijo Bill- También fue en una batalla. Ella entiende lo que se siente. La mayoría de los que estamos aquí entiende lo que se siente.
Con gran alivio de encontrarse en la oscuridad, Lavel se secó una de las lágrimas que amenazaba con desprenderse de sus pestañas y tragó ese molesto nudo que se había formado en su garganta luego de las palabras de Bill.
Habían recorrido de vuelta, varios túneles oscuros, girando en esquinas que la chica ya había olvidado completamente, o que nunca había visto a pesar de pasar por ahí hacía un rato. En unos minutos, el sonido de una multitud, conversando casi alegremente, llenó el espacio en el que se encontraba, y Lavel supo que no tardaban en llegar a su objetivo.
Se sostuvo las manos, la una con la otra, cuando advirtió que comenzaban a temblarle por los nervios. Volvió a colocarse detrás de Bill y no a su lado, esperando que eso pudiera protegerla del miedo de entrar en una habitación llena de lo que podían ser sus enemigos.
Una luz iluminaba la mitad del pasillo por delante de ellos y a su derecha se abría un enorme arco que llevaba al comedor. Ella deseó poder ingresar por una orilla, lo más pegada a la pared posible, pero Bill, que ya estaba habituado a ir allí, se limitó a caminar por en medio de la entrada.
Lavel se pegó lo más posible a sus talones, mientras que la gente le daba furtivas o descaradas miradas, dependiendo de la personalidad de cada uno.
-Tienes un gran corazón –le aduló una mujer desde una mesa, tocándole un brazo al pasar.
-¡Grande muchacha! –un viejo le sonrió tocándola con su bastón.
Lavel estaba confundida. La última vez que se había encontrado con tanta gente del recinto, era cuando se había ofrecido para darle los antídotos a Itan y todo el mundo la había abucheado.  La odiaban entonces.
Miró a Bill, sin saber que hacer y él le respondió con una sonrisa lacónica.
De pronto, una mujer, tan rubia como el resto, se dirigió a ella y la estrechó entre sus brazos, con tanta ternura que impresionaba.
-¡Lavel! Tanto tiempo, mi niña, ¿Cómo has estado? –La miró sonriente, luego de darle un beso en cada mejilla.
Lavel no la conocía, definitivamente. Miró a todos lados en busca de ayuda, y entonces vio que varios se levantaban en dirección a ellas.
-Margot, ella es nueva aquí, no la conoces –dijo un hombre joven tomándola por los hombros.
La mujer no soltaba las manos de la muchacha. Se veía contenta, iluminada, radiante, como si Lavel fuera el mejor regalo que hubiera recibido. No había ido a agradecerle por lo de Itan, no, ella estaba confundida por alguna otra cosa.
-Claro que la conozco –le sonrió- ella es mi hija. ¿No ven su cabello? Es como el de William –Margot miró a Lavel- ¿Recuerdas cuando te iba a buscar al colegio cuando pequeña?
Con la boca abierta, pero sin contestar, Lavel se quedó mirándola.
-Margot, ven aquí –dijo otra mujer- Tu no tienes una hija.
-Quizá es hora de sus medicamentos… -sugirió un hombre.
-¿Dónde está la enfermera que la cuida?
-¿Qué sucede aquí? –preguntó otro.
Poco a poco, Lavel fue siendo desplazada mientras que la gente rodeaba a Margot intentando ayudar. Bill la tomó del brazo y la arrastró hacia la cocina, donde se pedía la comida.
-No está en su sano juicio –explicó Bill
Lavel miró hacia atrás donde se encontraba la multitud intentando convencer a Margot de que no tenía una hija.
-Sabía mi nombre –murmuró confundida.
-Debe haberlo escuchado en algún lado. Ven, ¿Qué vas a comer? ¿Pollo con arvejas o tortilla de acelga?
Había poca gente, pero aun no llegaba el momento en que les tocara a ellos. El menú del día estaba escrito en un pequeño cartelito pegado en la pared. Bill lo apuntaba.
-Ya comí… Solo vine porque sí.
-Amm… Entonces ¿Algún postre? ¿Manzanas, Naranjas, Helado? Tenemos helado, creo.
Lavel abrió los ojos con curiosidad.
-¿Helado? No te estás refiriendo a cualquier cosa fría ¿Verdad?  Sino al postre helado que se come.
Bill asintió sonriendo.
-A ese mismo ¿Quieres?
Lavel sintió con vehemencia. Su madre había podido conseguir algo de helado una vez, se lo habían comido juntas mirando la serie de después de almuerzo. Era la mejor cosa que había probado nunca en la vida.
Cuando llegó su turno, Bill saludó a la mujer que los atendía.
-Hola, mamá. ¿Cómo estás?
-Bien. Jane te estaba buscando.
Bill asintió.
-Si, yo también. ¿Sabes donde está?
Apuntó a sus espaldas, en el interior de la cocina. Bill y Lavel se inclinaron para mirar, pero no alcanzaron a ver nada.
-Así que… ¿Esta es la famosa Lavel? –preguntó mirándola.
Era obvio que no le agradaba. Lavel era la hija de un guardia corrupto, ¿Cómo confiar en ella?
-Sí, Lavel, ella es mi madre, Doria.
Lavel susurró un tímido “hola” entre dientes.
-¿Qué van a querer? –preguntó la mujer sin devolverle el saludo.
-Mamá –Bill lo notó, pero rodando los ojos en sus cuencas, intentó olvidarlo- ¿Hay helado?
Ella asintió.
-Genial, entonces quiero dos platos de pollo con arvejas y un pote de helado –luego miró a la chica- ¿Cualquier sabor?
Lavel sonrió.
-Cualquiera.
Doria desapareció de su vista y ellos esperaron apoyados contra un mesón. Al rato volvió la mujer, con una bandeja en la mano, y detrás de ella, venía Jane, con su propio plato de comida y el pote de helado de Lavel.
En cuanto la chica vio a Lavel, se apresuró a dejar la bandeja en algún lado y correr a abrazarla.
-¡Apareciste! ¿Te sentarás con nosotros?
-Sí –respondió Lavel con una sonrisa más cómoda de lo que ella hubiera esperado.
Bill tomó las dos bandejas, una en cada mano, con suma dificultad y se dirigieron entre las mesas hacía alguna que estuviera vacía. Los dos chicos rubios, eran saludados de vez en cuando por algunas personas que conocían, pero tal y como había ocurrido antes, Lavel también los recibió.
Al cabo de un rato, los tres ya estaban sentados en una pequeña mesa, comiendo casi demasiado silenciosamente. Jane se había sentado al lado de su nueva mejor amiga, mientras que Bill había acomodado su bandeja en frente de ambas.
Solo cuando Lavel terminó su helado, comenzaron a hablar un poco más, y es que antes, ella había estado demasiado concentrada disfrutando de aquella delicia. Pero la conversación fue relajada. Hablaron de las clases de Jane y de algunas cosas de la granja. Casi parecía que se hubieran puesto de acuerdo para no incomodar a Lavel.
La chica, estaba fascinada escuchándolos, es especial cuando hablaban de los animales.
-¿Y no tienen ningún animal salvaje? –preguntó entusiasmada- Como Tigres o Cocodrilos.
Jane negó con la cabeza, luciendo aterrada con la idea.
-Guardamos el ADN de la mayoría, pero aun no estamos en condiciones de devolverlos a su hábitat –explicó Bill rascándose el puente de la nariz- Pero creo que hay una organización en África, que tiene una reserva para cebras en peligro de extinción.
-Cebras… -intentó recordar Lavel- ¿Las rayadas?
-¡No! –rió Jane- Son esas de las que se saca la lana. Esas que hacen Bee…
Bill y Lavel rieron más fuerte. Ambos se dieron cuenta de que la chica estaba confundiendo las Cabras con las Cebras, así que le hicieron notar su error.
Lavel ni siquiera se dio cuenta de que estaba riendo, pero la sensación era terriblemente agradable. ¿Por qué no lo había hecho antes? Esa clase de diversión no la había sentido ni siquiera cuando estaba con sus amigos en el colegio. Era algo, tan olvidado, que se remontaba a la lejana época en la que su madre aun vivía.
Fue una tarde agradable. Los dos hermanos con los que estaba sociabilizando eran de lo más agradables, en especial, porque compartían parte de su amor por el pasado. Más en la tarde, Lavel volvió a salir a la granja, esta vez con ambos, y acompañaron a Bill en sus tareas.
El crepúsculo se veía espectacular ahí afuera. A pesar de que los gases que se habían expulsado para reemplazar la capa de Ozono, cubría el cielo tenebrosamente, el lugar lograba darle un enfoque completamente diferente. Era casi como en el pasado.
-Lavel –llamó Jane apoyada contra el tronco del árbol de Lavel había trepado- Tienes que venir a verme esta noche en el auditorio. Tocaré el piano en público por primera vez y estoy muy emocionada.
La cabeza de Lavel apareció por entre las ramas y miró directamente a la muchacha. Bill volvía en ese momento, luego de encargarse de encargarse de cerrar el establo.
-¿Tocas piano? ¿Quién te enseñó? –preguntó curiosa.
-Itan. El toca todos los viernes, pero como tiene su brazo herido, no podrá por un tiempo. Creí que hoy podría hacer mi show, he practicado mucho
Lavel volvió a esconderse entre las ramas, recordando que ese chico podía ser el asesino de su padre y ella lo había salvado. Pero, no, debía olvidarlo. El asesino podía ser incluso Bruno y ella tenía que olvidarlo.
Comenzó a descender del árbol, lentamente y cuando se encontró lo suficientemente cerca del suelo, dio un salto.
-¿A que hora es?
Jane miró a su hermano, esperando que él diera una respuesta. Se le había olvidado completamente.
-En una hora –contestó Bill, luego de mirar su muñeca- Quizá ya deberías ir a arreglarte, si es que quieres lucirte –le sugirió a su hermana.
Jane sonrió.
-Sí, ven Lavel, consigamos algo de ropa para ti también.
La chica tomó a Lavel de la mano y la arrastró hacia el enorme laberinto que utilizaban como refugio.