A mi criterio
jueves, 7 de marzo de 2013
domingo, 25 de noviembre de 2012
Momento Filosófico
Cuan difícil
es poder describir un simple objeto de la vida cotidiana, con el objetivo de
que el lector pueda imaginárselo lo más fiel a la realidad posible; cuan
difícil es atrapar su forma en palabras, su textura, su color y su tonalidad
exacta, cuan difícil se torna, teniendo en cuenta que el objeto es algo solido
y tangible. ¿Pero que sucede cuando lo que queremos retratar es algo que va más
allá del espacio físico? ¿Qué sucede cuando lo que queremos retratar es un
sentimiento, una emoción, algo que viene del alma y la forma más simple de
entenderlo en toda su amplitud, es nada más ni nada menos que experimentándolo?
Aun así, no todo el mundo experimenta de la misma manera un sentimiento en
específico, lo que transforma el trabajo del narrador de describir esta
emoción, en una faena casi imposible. Incluso podría decirse, que los
sentimientos son únicos para cada ser existente sobre la faz de este planeta,
que éstos nunca se repiten en dos personas a la vez y que cuando llegamos a
coincidir con alguien en que hemos experimentado algo parecido, es simplemente
porque las palabras que utilizamos para expresarlo, son tan vanas que no logramos
entender nada realmente.
Luego de
todo esto, viene la parte más difícil, aquella parte en la que el escritor se
frustra y siente esa presión molesta en la cabeza que le hace desear arrojar
todo por la ventana. Viene esa horrible instancia en la que el narrador se
encuentra intentando describir una emoción que ni él mismo comprende en
plenitud. Luego de la limitación de las letras, luego del camaleónico
sentimiento, llega la ignorancia. Todos y cada uno de nosotros, nos hemos
enfrentado alguna vez a esa sensación apostrófica en contra de nuestra salud
mental, que nos retuerce y enmudece, nos enmudece incluso en la intimidad de
nuestros pensamientos… No podemos saber que es lo que sentimos, no podemos
darle forma, no podemos saber si es acaso lo mismo que oímos nombrar una vez en
algún lado. Intentamos clasificarlo dentro de los estándares que nos ha
entregado la sociedad, pero ¿Acaso eso lo explica en su totalidad? ¿Acaso es
realmente lo que sentimos?
El Amor. El
amor es el sentimiento más recurrente en las cavilaciones de muchos escritores,
de mucha gente común y corriente… de aquellos incluso que nunca se han
enamorado. El amor, es el nombre que se le dio a esa serie de sensaciones y
sentimientos que se experimentan alguna vez en la vida por causa de otra
persona, quizá por los padres, quizá hermanos o abuelos, quizá por esa persona
del otro sexo. ¿Pero que es el amor realmente? ¿Cómo podemos saber si estamos
experimentándolo? ¿El amor es necesidad? ¿El amor es bienestar? Si decimos que
amamos a alguien ¿Es porque hemos escuchado que así les ha sucedido a otras
personas en una situación parecida a la nuestra o porque nos llega una
iluminación divina que nos los indica? Cuando un narrador habla sobre el amor,
cuando nos cuenta que el protagonista de su novela está irrevocablemente
enamorado, nosotros creemos saber a que se refiere, aceptamos empáticamente
todas las estupideces que el protagonista llega a realizar por este amor
incondicional que está sintiendo…
Intentemos
dar una explicación sobre el amor: Según algunos, el amor es estar dispuesto a
dar la vida por esa otra persona, o eso es lo que he escuchado decir. Claro,
uno puede aceptar esta frase y no cuestionarla, pero eso no es amor… eso es lo
que a experimentación del amor te lleva a hacer. Otros dicen, que el amor es
sentir mariposas revoloteando en el estómago y con eso concluyo que: O nunca me
he enamorado, lo que es muy posible, ó, quién dio esa definición se quedó con
la boca abierta durmiendo la siesta en el patio, un día de primavera.
El amor es
la luz del sol cada mañana, aun cuando las nubes grises cubran el cielo. El
amor es sentirte volar. El amor es magia. El amor es la felicidad inmediata. El
amor es querer abandonar la belleza de un sueño por la otra persona. El amor es
esto y el amor es lo otro. Quizá el amor es todo y está bien. Pero ahora. ¿Cuál
es la sensación de la luz del sol? ¿Cuál es la sensación de volar, la magia, la
felicidad…? Aun después de querer dar todas esas explicaciones completamente
loables, nos quedamos en un sinfín de sentimientos que nos costarían un millón
de páginas para poder explicarlos, quizá, sin siquiera lograr el objetivo.
Podemos
decir entonces, que los sentimientos son inexplicables. Quién pueda explicarme
tan solo una sensación, incluso el roce de una tela sobre la piel, recibirá
todo mi respeto y admiración, porque sinceramente, no encuentro trabajo más
arduo en el ámbito de la literatura, que el de una simple descripción.
Lo único que
se puede hacer, en estas situaciones, es tomar los estándares de sentimientos
que nos ha entregado la sociedad, adornar con sensaciones propias, haciendo uso
de figuras retóricas y dejar el resto a la imaginación del lector, porque a fin
de cuentas, es el lector el que hace toda la historia.
miércoles, 31 de octubre de 2012
Lavel 2
Capítulo 3
Un secuestro sin querer queriendo
Lavel se sintió
mareada y confundida al despertar. No recordaba nada de lo que había pasado, ni
como había llegado a esa minúscula habitación gris. Inspeccionó con la mirada a
su alrededor y lo único que encontró fue la cama en la que estaba tendida… no
había nada más en esa pequeña habitación de cuatro paredes.
El corazón comenzó a
latirle con fuerza. ¿Dónde rayos estaba metida? ¿Qué había pasado? ¿Porqué no
recordaba nada?
Se incorporó,
sentándose y comenzó a hacer memoria. Recordaba haberse levantado por la mañana
con la emoción de que aquel sería el día del mes en que comería comida. Su
padre había salido temprano, para su turno en la Guarda, y a ella le quedaba la
casa completa a su disposición. Había salido a comprar caminando la mayor parte
del trayecto y solo luego de varios
minutos había podido encontrar un coche independiente que se prestaba a llevar
gente, en estos días de inestabilidad carretera. Mucci, el rubio bigotudo al
que visitaba cada mes, le había vendido un pollo crudo recién desplumado y
recién destripado… ella estaba contenta, a su madre le encantaba el pollo.
Había vuelto a su casa, de la misma forma en como había partido y se había
preparado el almuerzo, luego había comenzado a ver el visor… pero…
El pitido la había
sobresaltado. Su padre. Lerón. La habían secuestrado. Desde ese punto en
adelante las imágenes comenzaron a avanzar por su cabeza con fluidez, trayendo
consigo la misma pena y miedo que la había agobiado todo aquel día. Lo último
que recordaba eran las palabras despreocupadas de la mujer: “Que no vea” y como
siempre, le hicieron caso. Uno de los hombres pasó la mano por el cuello de Lavel
y no bastó demasiado tiempo para que el débil pinchazo surtiera efecto.
La habían dormido.
Pero eso apenas le
importó por un segundo y luego, toda su atención volvió al hombre de overol
negro que había encontrado tendido en el suelo del campo de batalla con una
dardo dorado clavado en su sien, un pequeño instrumento casi tan delgado como
una hebra de lana, pero irremediablemente letal.
Miró su mano vacía,
sintiendo la ausencia de aquel terrible objeto que había conservado atrapado en
su puño hasta que la habían drogado. Debía de habérsele caído dentro del coche
independiente… Pero… ¿Para que lo quería? ¿Cómo un recordatorio constante del
odio que sentía por aquella maldita organización? ¿O solo porque era lo único
que había logrado salvar del cuerpo de su padre antes de que la tomaran como
prisionera?
Las lagrimas
aflojaron en sus ojos, y sin siquiera tener la necesidad de pestañear, estas
cayeron ardientes, justo por la mitad de sus mejillas, desplomándose como una
cascada furiosa de ira y de pena desde sus pestañas oscuras.
Se levantó de su
cómodo asiento y se dirigió hacia la puerta negra de la habitación, con la
intención de salir y golpear a todo aquel que se cruzara por su camino, pero la
rabia, la pena y el miedo fueron más fuertes y la obligaron a retroceder
tambaleante hasta la esquina más oscura de la habitación, donde se desplomó
cargada de angustia a llorar a mares.
Así pasaron los
minutos, mientras su cuerpo descargaba toda el agua de sus ojos sin ofrecer
tregua alguna. Apenas prestó atención a las sombras que se percibían pasando
frente a su puerta, ocultando a ratos la luz que se filtraba por unas delgadas
ranuras, apenas prestó atención a la extraña aparición de una araña que colgaba
a en su tela, a escasos centímetros de su cabeza. Lo único que podía hacer era
llorar.
¿Qué había sido lo
último que había hablado con su padre? Intentó recordar. No lo había visto
aquel fatídico día, al menos, no con vida. Lo último que habían hablado, había
sido mientras veían un programa en el Visor, la noche anterior.
“¿Tú crees en la vida después de la muerte, Lavel?”
Le había preguntado luego de ver morir a un oxigenador, trabajando en la planta
de oxigeno. El tipo decía estar seguro que en su otra vida se iría con las
plantas… parecía ridículo.
“No… no creo en la
reencarnación, ni en el cielo, ni en la iluminación” había dicho Lavel,
repitiendo inconscientemente las palabras que alguna vez le había escuchado
pronunciar a su madre cuando aun era demasiado pequeña. “Solo somos un montón
de huesos envueltos en carne. ¿No te parece?”
Gustav se había
puesto nostálgico, sintiendo que quizá la reencarnación no existía tan palpable
como se pensaba, quizá era dejar una pequeña parte de ti, viviendo en algún
lado en el mundo. Lavel se parecía tanto a su madre.
Pasó un brazo por
los hombros de su hija y se quedaron viendo el programa, hasta que Label se
había quedado dormida y Gustav había debido cargarla hasta su habitación, casi
tal como hacía cuando esta era aun una bebé.
Habían tenido un
buen último momento juntos, pensó Label. Al menos, su padre no se había ido
luego de alguna de las estúpidas peleas que tenían a menudo a causa de las
cosas de su madre. Suspiró entrecortadamente y acto seguido aguantó la
respiración.
Alguien había
abierto la puerta y su silueta oscura se recortaba contra la luz del pasillo.
Lavel apenas levantó la vista, entre aterrorizada e incómoda por la gran
cantidad de luz que le inundaba las pupilas.
-Hola –murmuró una
voz profunda.
Lavel se quedó
callada, mordiendo con fuerza el aire entre sus dientes. Aun no respiraba.
-Soy Bruno… -Titubeó
en la puerta, sin saber muy bien que hacer.
No llevaba la maya
cubriendo su rostro. Ahora, mostraba unas bonitas, aunque ya gastadas,
facciones de un hombre de años. Su pelo rubio estaba ya bastante desteñido y
unas arruguitas conciliadoras, de un hombre de paz, surcaban su frente y las
comisuras de sus ojos.
Debía tener unos
cincuenta y pocos años, pero aun parecía estar en forma. Su voz y su cuerpo, le
hacían parecer imponente, pero sus palabras tiraban por el suelo, toda la
imagen que se podía hacer de él con solo mirarlo. De entre todos, era al que Lavel
mejor le caía, había sido el único quién hubiese preferido dejara libre y no
ensuciarse más las manos, con una chica inocente…
-¿Cómo te llamas? –dio
un paso hacia delante.
La chica escondió la
cabeza entre sus brazos y dobló las rodillas como un pequeño puercoespín.
-Supuse que ya
estarías despertando. La dosis que te dimos solo te dormiría por una hora o
menos. Kella estaba un poco aburrida y pensó que tenerte dormida por un rato
sería… bastante cómodo… -soltó una pequeña risita grave. El también lo creía-
Yo creí que descansar un poco te vendría bien.
Bruno dio un par de
pasos más y cerró la puerta a sus espaldas. Se dio cuenta de que estaba demasiado
oscuro, y murmurando para sus adentros se dispuso a buscar el interruptor de la
iluminación. Lavel no pudo evitar sentir curiosidad ante este pequeño detalle,
porque ella no estaba acostumbrada a tener que encender la luz de forma manual.
Solo había escuchado de aquello en relatos de su madre, que agregaba además,
que la luz de aquel tiempo era incluso un tanto amarillenta.
El hombre presionó
el interruptor antiguo y con un chasquido, dos tubos fluorescentes comenzaron a
encender de a poco, produciendo extraños ruidos quebradizos. Lavel miró
embobada… ¿Tubos? No eran tan amarillentos como su madre decía, incluso,
necesitaba cerrar casi por completo sus ojos para poder mirarlos directamente.
-Es un edificio
antiguo –señaló Bruno al descubrir el interés que demostraba su prisionera- Fue
un museo de hace más de quinientos años. Lo hemos adaptado, claro y agregado
algunas alas, como la de las habitaciones… -extendió sus manos a su alrededor
para indicar donde se hallaban- y la cocina y… donde guardamos todas las armas…
Bruno tragó saliva
ruidosamente, percatándose de que esto último era de claro desagrado para la
chica. Ellos habían matado a su padre.
Lavel escondió su
rostro nuevamente, decidida esta vez en no caer en sus sucias trampas. El
hombre no era bueno, era un asesino, y ella no se transformaría en una
secuestrada que simpatizara con sus captores.
-¿Quieres venir a
comer? Algunos de nosotros todavía no lo hacemos, aunque… es comida… comida,
comida.
Lavel se obligó a
gruñir irritada, aunque realmente la idea de comer comida real, por segunda vez
en el mes, era bastante tentadora.
-Si no vienes a
comer dentro de una hora, te traeré acá. ¿Bien?
El hombre se rascó
la cabeza un tanto incómodo y culpable por la situación en que tenían a la
pobre chica y luego se marchó, sin decir una sola palabra más.
Lavel se puso a
sollozar en cuanto de halló sola nuevamente. No se levantaría a comer, aunque
en el fondo de su corazón, y en todo su estómago también, fuera lo que más
deseara hacer. Pero quería transformar aquella renuencia en un modo de protesta
por tenerla ahí secuestrada y además en una forma de duelo. Su padre odiaba las
cosas que le recordaran a su madre y esta vez, ella no comería por él.
No pudo quedarse
dormida, a pesar de que los efectos del sedante que le habían inyectado aun
corrían por sus venas y no pudo dejar de llorar. Los minutos corrieron tan
lentamente, que Lavel llegó a pensar que la promesa de Bruno de traerle comida
a la habitación había sido solo una broma. Se sintió un poco humillada ante
aquella idea, ya que al menos esperaba mostrar su fuerza de voluntad ignorando
cualquier tipo de alimento que le trajeran.
Pero Bruno llegó
incluso, diez minutos antes de lo prometido.
Lavel se obligó a
mantener la cara pegada a sus rodillas, con sus brazos rodeando su cabeza
firmemente. Le ignoraría.
-Te traje un poco de
carne. Aun está caliente –suspiró roncamente sentándose con la espalda en la
pared opuesta a la que estaba Label.
Estaba preocupado.
El veneno que traía el dardo que Itan había recibido en el brazo, no era el
mismo al que estaban acostumbrados, por lo que el antídoto solo había impedido
que muriese y no que entonces se hallara muy mal. Nursy y Jackie, las químicas
expertas, ya estaban experimentando en los laboratorios, mientras que otra
expedición había salido en busca de respuestas hacia los laboratorios de la
guarda.
Bruno, estaba
siempre preocupado. Allí todos eran unos pobres idiotas indefensos jugando a la
guerra.
-Eres nacida a la
natura ¿Verdad? No creo que ningún padre de ahora quiera modificar a su hijo
para que sea moreno… Ya sabes, se considera… de mal gusto…
Hiso una mueca y Lavel
le ignoró tanto como pudo.
-No digo que esté en
contra de los morenos… Itan es moreno, Lucas es moreno… me refiero a que es eso
lo que opina la sociedad y bueno, como ya sabes, nosotros no estamos muy a
favor de lo que opina la sociedad.
Cada segundo que
pasaba, Bruno se sentía más y más estúpido hablando solo. La chica parecía
haberse quedado dormida con la cabeza entre sus brazos y los únicos oídos que
le habían escuchado en la vida, continuaban ahí inútiles a cada lado de su propia
cabeza.
Suspiró y continuó
hablando, al menos para poder desahogarse.
-Aquí estamos en
contra de la modificación genética. Creo personalmente que es una aberración
moldear a tu propio bebé. Rosa y Anelo nacieron aquí… ambas son rubias, claro,
ya casi están perdidos los otros genes, pero son nacidas a la natura y nos
enorgullecemos de ello.
Suspiró hondamente
mirando hacia las luminosas rejillas de la puerta negra por las que se filtraba
la luz. Esta vez no había oprimido el interruptor y la oscuridad le daba a su
monólogo el aspecto de ser más ridículo de lo que él podía imaginar. Y todo por
aquella ingrata chica, a la que intentaba dar ánimos en vano.
Quizá lo mejor sería
dejarla sola en su depresión, y acompañar a su joven amigo mientras aun
conservara su último aliento de vida. Itan era fuerte, pero ¿Su cuerpo
resistiría a este nuevo veneno? ¿Podrían encontrar un nuevo antídoto o
simplemente deberían resignarse a cavar otra tumba? Quizá así funcionaban las
cosas en ese lugar… intercambiando vidas, cediendo espacio. Cuando había nacido
Rosa, había muerto Mullo, cuando había nacido Anelo, había muerto Ranco, y el
nacimiento de la hija de Kiara estaba muy cerca…
Volvió a suspirar
apenado y resignado, continuó hablando.
-Tenemos un
laboratorio… allí… bueno… principalmente… no es un buen lugar, ya sabes, allí
hacemos… bueno, hacen pruebas aquellos que saben de eso, para conseguir… nuevas
armas… pero también… Ahora mismo Nursy y Jackie están trabajando para conseguir
un antídoto a los venenos de la guarda. Tú comprendes, aquí también salimos
heridos a veces…
Lavel cerró los ojos
con más ímpetu aun, dándose cuenta de que le estaba prestando atención sin
querer, y que incluso se sentía interesada, pero la rabia volvió a ella, en el
mismo momento en el que pronunció la palabra “armas”. Eso era, nuevos dardos,
nuevos venenos, como con el que habían asesinado a su padre hacía pocas horas.
Agudizó el oído
intentando escuchar aquel pitido de la pulsera de Lerón, pero ya estaba todo
completamente silencioso, y parecía haberlo estado hacía bastante tiempo. No
recordaba exactamente en qué momento había cesado aquel insistente y agudo
runrún. Quizá luego de que la hubiesen sedado, quizá incluso mucho antes,
cuando Itan la había tomado de los hombros y la había alejado a la fuerza del
cuerpo inerte de su padre.
-Está también la
granja. ¿Sabes lo que significa la palabra Granja?
Lavel lo sabía y
aunque tuvo deseos de contestar bruscamente, y gritarle que no era una tonta
ignorante, se tragó sus palabras y dejó caer una nueva lágrima solitaria.
-Es un lugar en
donde tenemos a todos los animales que hemos podido rescatar. Está el
gallinero… que es en donde criamos a las gallinas, esos animales de dos patas
naranjas, con dos alas, pero de huesos demasiado pesados para poder elevarse
por demasiado tiempo. Tenemos el establo, que es donde criamos a los caballos…
seguro que sabes como son, ellos son más conocidos. Tienen cuatro patas, son
altos y peludos…
-¡Ya se como son los
animales! ¡Solo quiero estar sola! ¡¿Porqué no me dejan en paz?! ¡Si voy a ser
un rehén inútil, al menos déjenme sola!
Bruno dio un
respingo ante las palabras bruscas de la chica y decidió que lo mejor sería
marcharse. Se levantó ágilmente y sacudiéndose el polvo de sus cuartos
traseros, pronunció sus palabras de despedida:
-La puerta de
enfrente es la de los baños…
Lavel había
levantado la vista y no dejó de dirigirle su mejor mirada de odio, acentuada
por los ojos rojos del llanto hasta que se marchó.
Capítulo 4
Volver a la casa que antes fue tu hogar
Poca importancia
decidió darle Bruno a su segunda visita, puesto que la preocupación que tenía
por uno de sus más grandes amigos en la organización era mucho más grande. El
brazo de Itan estaba tan morado como una uva y tan hinchado como una empanada.
El doctor Nayen Molt no tenía ni la más remota idea de cómo detener la
infección, que se expandía por todo el rededor de la laceración. Los dedos de
las manos chocaban unos con otros a pesar de estar la mano completamente
extendida y la piel comenzaba a desgarrarse tétricamente.
Inconsciente se
encontraba el pobre chico de no más de veinte años de edad cuando Bruno Sorez
llegó a la pequeña habitación de emergencias, gracias a los medicamentos que
Nay le había suministrado para paliar el dolor.
En paz le veía Bruno
y esperaba que cuando llegara su hora, la misma paz conservase. Una lágrima se
derramó por la mejilla del hombre de profunda voz mientras tomaba asiento en
una antigua butaca metálica.
- Nursy vino hace
poco y dice que no tienen buenas noticias… -comenzó Nayen, el doctor. Un rubio
como todos que había sido modificado genéticamente- La verdad es que no tienen
idea de cómo encontrar un antídoto y yo
menos idea tengo de cómo curarlo sin uno.
Bruno suspiró
preparando su hermosa vos de tenor para hablar:
-Todos están
haciendo el máximo esfuerzo. Kella prometió no descanzar hasta poder asaltar
alguno de los laboratorios de los guardas. Ya sabes como es de obstinada… está
poniendo en peligro su vida y la de varios de los chicos que le siguen sin
titubear…
-Y todo por salvar
la vida de uno solo… -Gruñó Vela con rencor.
Siempre había sido
fiel seguidora esta rubia, de su consigna y odiaba que en este tipo de
circunstancias no velasen por el bien mayor. Quería a Itan, claro, pero le
importaba mucho más la muerte de diez compañeros que la de uno solo.
-Vela, sabes que
Itan no es cualquiera. El y Lucas… -comenzó a decir el doctor, pero la joven se
levantó de su asiento y salió dando grandes zancadas y murmurando burlesca lo
que supuso que el doctor diría.
-Si… si, Ellos
portan el gen que tanto queremos recuperar. Y a mí me importa un cuesco. Allí
tienen a la chica morena… háganle los hijos que tanto quieren…
Y su voz se fue
perdiendo por los túneles del antiguo museo y ya no pudieron escucharla bien
entrada la tarde para la cena.
Lavel para entonces
ya estaba muerta de hambre y de sed, pero decidida a no ceder ante la tentación
de la comida, decidió que solo se levantaría a los baños para tomar un poco de
agua y acallar sus tripas.
Bastante pánico le
dio acercarse a la puerta por donde la luz en franjas horizontales por la
rendija se filtraba, pero se armó de valor y asió la mano a la manilla de la
puerta y tiró hacia atrás. La puerta chocó contra su marco haciendo un pequeño
ruido de protesta.
Lavel estaba
acostumbrada a las puertas de compresión con identificación de identidad y
encontrarse con que esta puerta era distinta le hiso agitar el corazón. Se
sintió encerrada y no tenía idea de cómo abrir una puerta de aquellas… ¿No la
estarían encerrando como prisionera que era? ¿Para qué entonces Bruno le había
dicho que los baños estaban en frente si no iba a tener la oportunidad de
salir?
Suspiró e intentó
abrirla nuevamente tirando con más fuerza y al ver que no daba resultado, se
inclinó hacia delante, apesadumbrada cargando su peso sobre la misma manilla,
que sin previo aviso rodó sobre su eje sobresaltando a la chica. ¿Sería esta
una clase de puerta de compresión distinta? Quizá era preciso que la manilla se
encontrara en una concreta posición para poder halar de ella.
Entonces volvió a
cargar la manilla y tiró de ella esta vez vuelta hacia abajo, y con gran
facilidad, sin ningún sonido de descompresión, se deslizó hacia Lavel,
abriéndole paso al pasillo.
Sonrió tragando
saliva, sintiéndose casi triunfante con su hazaña y se deslizó fuera de su
habitación con gran sigilo. La lámpara que ahí alumbraba era amarillenta, tal
como la había descrito su madre hacia tanto tiempo. Esta lámpara estaba colgada
justo a un costado de la puerta de los baños y no alumbraba más que unos pocos
metros a la redonda, así que Lavel no podía adivinar si a cada lado de los
túneles había alguna circuncisión o si seguían de largo conteniendo en sus
paredes más puertas y más habitaciones.
Fue a abrir la
puerta del baño cuando en ese mismo instante apareció una chica rubia de unos
veinte a veinticinco años de edad, bonita, como cualquiera hija de probeta, de
aspecto hostil. La saludó con una pequeña mueca a modo de sonrisa y un
asentimiento de cabeza.
Lavel la miró pasar
con tanto espanto que estuvo a punto de echarse a correr, cosa que era claro
que no haría por ser tan falta de reflejos como siempre había sido. No se dio
cuenta de que había contenido el aliento todo el tiempo en que pasaba la mujer,
hasta que un ruidoso suspiro brotó de sus pulmones.
-Cálmate tonta –se
dijo a si misma en un susurro, y luego para sus adentros: Que si hubieran
querido matarte ya hace bastante que tendrías un dardo incrustado en la cabeza.
Y pensado esto, se
echó a llorar nuevamente. Entró al baño con cautela intentando hacer el menor
ruido posible al abrir la puerta de esta forma tan desconocida para ella y se
dirigió rápidamente hacia los lavabos.
Era extraño ver
tantas llaves juntas, para un agua que seguramente debía de estar racionada
para esta organización también ¿De dónde la sacarían sino? Se inclino sobre el
mueble de madera crujiente y polvorienta, que indicaba que poca humedad recibía
y se miró directamente a los ojos en el gran espejo que abarcaba toda la
primera pared.
Las lagrimas cayeron
lentamente por sus mejillas mientras se auto compadecía con su propia imagen
sufriendo. Se sentía ridícula, pero conforme pasaba el tiempo, la pena que
antes la había dominado por sobre todo se transformó en autentica y pura rabia
en contra de los asesinos de su padre.
Pasó la mano por
debajo de una de estas extrañas formas de llaves, esperando que cayera el agua,
pero nada. Decidió que quizá se atrevería a preguntarle a Bruno, más adelante,
si es que tenían agua embotellada que le pudiera facilitar. Por ahora solo quería
intentar calmarse un poco.
Se secó la cara con
el dorso de su mano y suspiró silenciosamente. Un vacio pareció tragarse todo
tipo de ruido por un instante. Lavel podía escuchar hasta el sonido de su
corazón… escucharlo, no sentirlo y pronto un hipeo rompió la quietud.
Lavel se sobresaltó
y agudizó el oído.
Perecía el llanto de
un niño, de una niña a decir verdad, proveniente de alguno de los
compartimientos de los WC. Se acercó sigilosa, olvidando su ira… que obviamente
no podía ir dirigida a ningún infante y dio unos suaves golpecillos en la
puerta del retrete.
La chica se silenció
en un instante al percatarse de que tenía compañía y retuvo el aliento. Lavel,
sacando su lado más maternal, logró encontrar un voz interior que le recordara
a la suavidad de su madre.
-Hola, pequeña…
-susurró sintiéndose extraña-soy… soy…
La chica volvió a
llorar al darse cuenta de quien era la mujer que le estaba hablando desde el
otro lado de esa débil pared. No la odiaba, para nada, pero en cierto modo
sabía que de no ser por ella Itan no estaría tan mal como estaba ahora.
-¿Porqué lloras?
–Lavel no sabía como consolar a una chica que ni conocía, que de seguro, tenía
a un montón de adultos en esa organización para que se preocuparan de ella. ¿Y
si le avisaba a alguien?- ¿Puedo pasar?
La niña, entre
curiosa y deseosa de ser consolada, corrió el pestillo de plástico que mantenía
la puerta cerrada a duras penas y le invitó a pasar.
Apenas se extrañó
Lavel de la forma endeble con que se sostenía la liviana puerta y se arrodilló
frente a la niña. Estaba sentada en la tapa de la taza del baño, con los pies
arriba, abrazando las rodillas dobladas. Su cara pálida estaba roja por el
llanto y sus trenzas rubias caían cada una por cada lado de su cara, con la
misma languidez y tristeza que su ánimo.
Lavel puso sus manos
en los pies de la chica en un gesto de comprensión y casi sin previo aviso,
esta se lanzó sollozando en sus brazos.
-Oh… Dios… -susurró
media asustada ante la impresión, utilizando tal exclamación, más como una
costumbre heredada de su madre que como una petición al divino ser- Tranquila,
tranquila ¿Qué es lo que te pasó?
La niña, de unos
doce años de edad, hipo una respuesta inaudible.
-¿Cómo… que dices?
–pidió Lavel- No te entiendo bien.
Separándose del
abrazo de Lavel, la chica comenzó a respirar con fuerza, a tragar toda la
saliva acumulada y a quitarse todo el pelo mojado por las lágrimas de la cara.
-Es que Itan se va a
morir… -sus ojos celestes imploraron un milagro a los ojos castaños de Lavel.
Pero esta no era capaz
de hacer nada por impedir las leyes de la vida. O de la muerte, en este caso.
Además poco le importaba.
-Le dispararon un
dardo distinto… -un sollozo ahogó sus palabras- Distinto del que conocíamos,
así que… que… que el antídoto que nosotros tenemos solo ha logrado que le
mantengamos sufriendo por unos días más. Es injusto… Yo no quiero que muera… el
es bueno… solo quiere un mundo mejor, como todos… No quiero que muera… -volvió
a sollozar con fuerza.
Lavel procuró
abrazarla en ese instante, mientras intentaba ingeniárselas para responder algo
que le animara.
-Es… ¿Es tu hermano?
–preguntó intentando encontrar el parecido. Pero Itan y la niña era como dos
polos opuestos. Uno moreno y la otra blanca como la nieve… El chico incuso se
parecía más a ella misma que a la pequeña.
-No… Mi hermano es
rubio. Itan me enseñaba a hacer marionetas. Siempre que volvía hacíamos alguna
actuación y cosas así. Él cortaba la madera y yo le hacía los vestidos y el
peinado… y… y a veces yo le maquillaba –soltó una risita histérica que se
confundió rápidamente con el llanto- No….no quiero….
-Ya tranquila…
-Perdónanos que
hayamos matado a tu padre… -lloró- no lo hicimos por que fuera tu padre… si tan
solo no hubiera hecho nada malo…
-Mi padre no era
malo…
-Ahora tu estas aquí
obligada y nos odias… Apuesto a que Itan habría impedido que tu padre muriera
por el simple hecho de ser tú la hija… Independiente de lo malo que fuera…
-Mi padre no era
malo… -repitió Lavel un tanto exasperada.
La chica hipó y
volvió a aferrarse a Lavel.
-Perdónanos….
–lloró- Todo esto es muy malo… y ahora… ahora hay guerra… y todos corren
peligro…. Ah… no es justo…. Perdón…
Lavel dejó que la
chica siguiera llorando en su hombro y que continuara quejándose del mundo en
general, mientras ella sopesaba la idea de hacer algo que un ser humano con
tres dedos de frente haría nunca por sus captores y por los asesinos de su
padre.
Pero, en primer
lugar le debía la vida a Itan. El se había interpuesto entre el dardo y ella y
le había impedido morir, además de lo que ya había pasado años atrás. En
segundo lugar, odiaba que esa pobre chica estuviera sufriendo tanto. Era tan
pequeña.
Lavel respiró
profundamente antes de hablar, pensando por última vez, si lo que haría era lo
que en verdad quería hacer o simplemente estaba un poco loca y deshidratada.
-Chica… -La niña
levantó la cabeza- ¿Cómo te llamas?
-Janeny –dijo la
chica, pronunciando los más correctamente posible “Jane- Ny” -¿Y tú?
-Lavel…., Bueno…
mira Janeny, te tengo una buena noticia… -La chica abrió los ojos con
curiosidad- Mi padre era Guarda y si es que se implementaba un nuevo veneno,
todos los hombres de overol negro, debían tener el antídoto. Mi padre debe de
tener un montón en la pared de fondo –así se llamaba a la caja fuerte en esta
época- en su habitación. Si tan solo me dejaran salir para colocar la clave…
Pero ante estas
últimas palabras, el plan de Lavel comenzó a tomar un nuevo rumbo. Olvidando
completamente su deuda con el chico y la compasión que sentía por Janeny. Si
lograba volver a su casa, tenía la posibilidad de escapar de las garras de los
malditos desparasitadores y de seguro los colegas de su padre la ayudarían a
volver con Lerón.
Janeny saltó
emocionada y tomando a Lavel de la mano la sacó a rastras del baño. Abrió la
puerta con una rapidez impresionante sin importarle dejarla abierta e hiso
correr a Lavel por los pasillos oscuros, alejándose cada vez más de la
reconfortante luz amarillenta que alumbraba la entrada de los baños.
-¡Itan vivirá! ¡Itan
vivirá! –les gritó por el camino a todos los que se cruzaran con ella.
Lavel no fue capaz
de distinguir los rostros de la gente en la penumbra, pero podía escucharlo
cuando soltaban un gritito de sorpresa y querían preguntar que era lo que había
pasado.
Ya cuando llegaron
ante unas nuevas puertas iluminadas, Lavel notó que había mucha gente que ya
estaba llegando, corriendo detrás de ellas. Apenas pudo prestar atención a unas
cuantas… a una mujer rubia con un bebé en los brazos, a un anciano con una
barba rubia encanecida que le llegaba hasta la cintura y a un moreno, de unos
cuarenta y pocos años que tomaba de la mano a una joven de unos veintitantos.
Ese debía de ser Lucas.
Janeny empujó la
puerta que se encontraba entreabierta e ingresaron en la habitación del
“hospital”. Allí estaban Itan, tendido en una cama, con su brazo hinchado casi
negro, rodeado por dos hombres y dos mujeres. Bruno, Vela, el doctor Nayen y
Jackie, la química.
Todos los que
estaban sentados, se levantaron de un golpe y produciéndose un alboroto, todos
comenzaron a preguntarle a Janeny que era lo que pasaba. Lavel no encajaba en
la situación y todos la miraban raro.
-Doc… -pronunció la
chica, media agotada por la carrera- Lavel tiene antídotos en su casa… tenemos
que ir pronto.
Un alboroto más
grande se armó al oír estas palabras. Bruno estaba contento de saber por fin el
nombre de la chica y un poco frustrado de no haber sido él quien lo encontrara
primero. Nayen estaba eufórico por la nueva noticia, casi tanto como Janeny, y
no pudo captar la trampa que casi todo el mundo ya había comprendido. El resto
de la gente, solo despotricó contra la chica.
-¡Como te atreves a
jugar con esto!
-¡Mira cómo has
puesto a Jane!
-¡Mejor te hubiera
llegado el dardo a ti, maldita!
-¡Y crees que esa
mentira va a funcionar con nosotros!
-¡No me creo que
quieras arriesgar tu vida por unos asesinos!
-¡Solo piensas en
ti!
-¡¿Porqué no dejan
que se vaya?!
-Sí, ¡Que se vaya!
Entonces Lavel
comenzó a asustarse. Retrocedió paso a paso, lo más lejos que pudo de aquella
multitud enardecida hasta que chocó con un cuerpo. Las manos de Bruno se
ciñeron a sus hombros para darle ánimos.
-¡Es verdad! –gritó
Janeny- Su padre era Guarda. Seguro que aparecerá en nuestros registros.
Un escalofrío
recorrió la espalda de Lavel al escuchar esta declaración. ¿Acaso tomaban nota
de todos sus asesinatos?
-Quizá, revisar su
casa sea mejor opción que mandar a un montón de los nuestros a revisar en el
territorio enemigo. No arriesgamos más de lo que ya estamos arriesgando –clamó
Vela bastante enojada. Si la chica decía la verdad como si no, sería una forma
de acabar con esto lo más rápido posible.
Se debatió sobre el
problema durante varios minutos, mientras Itan se ponía cada vez peor. Se
revisó en los registros, se postularon todos los pros y los contras y solo
cuando Nayen advirtió que al enfermo solo le quedaban unas pocas horas de vida,
lograron tomar una decisión.
Tomaron la
precaución de vendarle los ojos a Lavel hasta que ya se encontraron lejos del
antiguo museo y corrieron hasta el edificio de la chica.
La ciudad estaba
vacía. Escapar sería más difícil de lo que Lavel creía si no había un montón de
uniformados vigilando las calles como ella estaba acostumbrada. Pero aun estaba
la opción de la clave digital. La pared de fondo, donde se hallaban guardados
los dardos con el nuevo veneno y el antídoto correspondiente, estaba protegida
por dos claves digitales opcionales. La más común era con la cual se habría la
compuerta, pero Lavel conocía la clave de emergencia que su padre le había
obligado a aprenderse.
Al ser digitada esta
última clave, se enviaría una señal al establecimiento en el que trabajaba su
padre y les indicaría que ahí en casa corría un grave peligro. La rescatarían.
En la Van
independiente iban, el hombre grande que la había atrapado la primera vez,
Vela, la chica que quería que todo terminara de una vez, Kella, que se había
enterado de todo en el preciso momento en que volvía de una de sus infructuosas
misiones, Bruno, que tenía el secreto propósito de proteger a la chica de sus
desconfiados compañeros y Leny el que siempre salía conduciendo.
Lavel tenía el
corazón latiendo a mil por hora todo el tiempo. Sentía como se revolvían sus
tripas en su interior y como los nervios la comían viva. Odiaba ese
sentimiento, pero todo se agolpaba con más y más fuerza a cada metro que
avanzaban.
En pocos minutos se
encontraría en la habitación vacía de su padre. Sabía que eso la devolvería
repentinamente a la realidad. Recordaría con aun más fuerzas el cuerpo frío de
su padre en medio de la calle y el dardo de la OD clavado en su sien.
Recordaría que sus miembros estarían ahí esperando para salvar a uno de sus
compañeros…
Leny aparcó en uno
de los pasajes que llevaban al edificio de Lavel, cerca del lugar en donde Itan
la había ayudado una vez. Comenzó a sentir un poco de remordimiento por lo que
iba a hacer.
El hombre grande la
llevó casi en volandas de un brazo hasta la recepción del edificio. Estaban
todos con mallas cubriendo sus caras y la cámara que apuntaba al vestíbulo no
pudo reconocer más que unas simples figuras humanas. Subieron al ascensor,
dejando abajo a Leny y a Vela como centinelas, y Lavel apretó el número de su
piso. 27.
En cuanto se
hallaron frente a las puertas de su casa, la chica no pudo evitar ponerse a
llorar. No tenía sentido luchar por escapar, si afuera ya no tenía a nadie. Su
padre había muerto y Lerón debía de estar ya muy lejos con su madre, intentando
refugiarse de la Guerra que no tardaba en comenzar.
Kella la presionó
golpeándole la espalda con la culata de su arma, hasta que Lavel logró
controlarse para ingresar la clave de su hogar. Su antiguo hogar. Ya no podía
llamársele así, cuando todos sus seres queridos habían muerto o estaban ya muy
lejos.
Ingresaron a
trompicones y Lavel se fue directo a la habitación de su padre para entregarles
lo que tanto querían.
-Hunno –mandó Kella-
Llévala, nosotros revisaremos la casa.
Así hiso el grandote
y tomándola por el brazo nuevamente le instó a apresurarse.
Lavel empujó la
puerta de la habitación de su padre sintiendo el agradable descomprimir al que
estaba tan acostumbrada. Aun estaba funcionando el calefactor que su padre
dejaba encendido cada invierno. El calor ahí adentro era reconfortante he hiso
que Lavel se sintiera un poco más acompañada.
Respirando
profundamente, Lavel se dirigió a un punto preciso de la pared donde nadie
sospecharía que se encontraba la pared de fondo. Colocó su mano por unos
segundos hasta que un perfecto rectángulo plateado comenzó a iluminarse.
“Ingrese la
digitación correcta” –se leía en unas letras luminosas, que se encontraban
sobre la representación de la silueta de una mano tamaño estándar.
Lavel titubeó por un
momento en ingresar la clave secreta, que se enviaría sin demora al trabajo de
su padre. Sus dedos estaban listos para presionar en sus homólogos digitales
cuando la imagen de Itan, con su brazo todo infectado por el veneno, se
presentó en su cabeza. Él la había salvado… dos veces ya… y ella solo le había
correspondido sosteniendo abierta su mochila para que buscara un antídoto equivocado.
¿Lo merecía?
¿Merecía que ella le devolviera el favor? Es más ¿Ella estaba dispuesta a
hacerlo a pesar de saber que él podía ser el asesino de su padre?
Una lágrima se
escapó de sus ojos.
Anular, Índice,
Pulgar, Medio, Medio, Meñique y finalmente el anular y el índice al mismo
tiempo. Presionó la palma completa y la pequeña compuerta comenzó a abrirse,
dejando a la vista una enorme provisión de dardos, y de armamento.
Hunno se sobresaltó
cuando la vio tomar una de estas armas, pero no sabía que Lavel ya estaba
rendida. Las arrojó una a una sobre la cama de su padre, junto a rollos de
dardos y bolsas antisépticas de antídotos, todos, con las instrucciones
inscritas en el plástico envolvente.
-Esto es todo
–anunció al cabo de un rato.
Hunno dejó de apuntarla
con su arma y se acercó para inspeccionarlas.
-Si quieren, pueden
llevarlo todo.
Hunno levantó la
vista impresionado.
-¿Por qué haces
esto? –realmente creía que les tendería un trampa.
Lavel se encogió de
hombros y se marchó de la habitación para buscar a Bruno y avisarle que ya
podían marcharse.
Allí se encontraba
el hombre, justo a un lado de la puerta de la habitación en que se encontraban
guardadas todas las cosas de la madre de Lavel. Estaba la luz encendida y la
puerta abierta.
-¿Qué es esto? –se
escuchó la Voz de Kella proveniente del interior.
Lavel no pudo con la
indignación y corrió hecha una bala, hasta el lugar sagrado que era para su
padre y ahora para ella también. Bruno apenas pudo rozar la tela de la chaqueta
de Lavel, cuando esta se lanzó encima de la mujer.
-¡Que te crees,
víbora asquerosa! ¡Nadie te ha autorizado a tocar las cosas de mi madre y menos
entrar en esta habitación! –las manos de Lavel se ciñeron con locura al cuello
de Kella.
Bruno intentó
quitarla de encima, pero solo pudieron lograr aplacarla cuando el grandote de
Hunno, llegó alertado por los gritos.
-¡Está loca! –gruñó
Kella con una voz extraña, mientras se sobaba el cuello- si no fuera por
ustedes dos, no la dejaría vivir.
Lavel, que estaba
sostenida por ambos brazos, por Hunno, no pudo hacer más que lanzarle un
escupo.
-Salvaje… -intento
gritar Kella, mas solo resultó un débil graznido.
-Quiero estar sola
–gruñó Lavel removiéndose inquita, intentando soltarse del agarre de su
opresor- ¡Quiero que me dejen sola un instante!
Bruno, que había
intentado socorrer a Kella y había sido rechazado rotundamente, hizo una seña a
Hunno para que soltara a la chica y tomando a Kella por un brazo la alzó con
fuerza hasta sacarla de la habitación.
Lavel respiró
profundamente mientras sus captores se alejaban por el pasillo, hasta que logró
calmarse completamente. Ingresó en la habitación de las cosas de su madre y
cerrando la puerta se echó a llorar por varios minutos.
Bruno volvió al cabo
de un rato, preocupado por la chica, dispuesto a entrar en la habitación sin
ser requerido, si es que continuaba tan deprimida. Pero pronto comenzó a
escuchar un extraño pero agradable sonido musical proveniente de algún
instrumento desconocido.
Lavel comenzó a
cantar con la voz ahogada pero aun afinada, una de las canciones que le cantaba
su madre cuando era pequeña y tenía pesadillas:
-Tranquila mi niña que ya pasará
Los sueños son cosas que
vienen y van
No hay nada en el mundo que a mí me impida
Venir a abrazarte, después de una pesadilla
Canta Lavel, que cantar está bien
Y las cosas malas se acaban también.
Canta Preciosa, ya no estés
llorosa
Una noche contigo, siempre es hermosa…
Ya no pudo seguir
cantando, pues los sollozos se tornaron tan potentes que ya apenas podía
respirar. Bruno decidió que ese era el momento de entrar, así que halando de la
puerta a compresión ingresó en la habitación y se sentó al lado de la chica,
pasando su brazo por sobre sus hombros.
Lavel se dejó caer
en su pecho, añorando el cálido abrazo de su madre. Bruno no era lo mismo, pero
vaya que la reconfortaba. Así pasaron unos cuantos minutos en los que Lavel no
pudo dejar de llorar desconsolada. Bruno apenas acertaba a palmearle la espalda
a modo de consuelo.
Pero cualquier cosa
era mejor que nada y al cabo de un rato, la chica pudo volver a respirar
tranquila.
-Cantas muy lindo
–le alabó Bruno intentando animarla- Y no sabía que supieras tocar esa cosa…
Lavel levantó la
mirada y encontró que la compasión de Bruno se expresaba con sinceridad en sus
ojos azules. Tal vez, ese hombre no era tan malo como ella pensaba… después de
todo, desde el principio éste había sido su favorito de entre todos los que
odiaba.
-Es una guitarra…
era de mi madre. Ella me cantaba cuando era pequeña y me enseñó a tocar antes
de que muriera…
-Lo lamento –y en
verdad lo lamentaba mucho. Pobre chica.
Siempre había
lamentado hacer lo que él y sus compañeros de la OD hacían, pero tenía que
escoger un bando… o estaba del lado de los malos, o de los más malos.
-Y yo lamento que
tu lo lamentes de verdad –suspiró la chica.
Bruno torció sus
labios en una sonrisa divertida y antes de que pudiera responder nada, se
escucharon estruendosamente los puños de Kella golpeando la puerta a
compresión.
-¡Ya estoy harta!
Si no salen en este mismo instante, derribaré la puerta y les dispararé sin
pensarlo dos veces.
Bruno palmeó el
hombro de Lavel, como diciendo… “ya has escuchado” y comenzó a ponerse de pie.
La chica asió la mano que le tendía Bruno y ambos salieron de la habitación
sagrada.
La mujer irritable
los miró con odiosidad mientras pasaban por su lado. Lavel, llena de rabia,
prefirió no mirarle a la cara, intentando evitar que su lado violento saliera a
flote nuevamente. No quería estropear la guitarra que llevaba en su mano, si es
que le daban ganas de golpearla.
En la salita de
estar, estaba esperando Hunno, quien se levantó de un salto de uno de los
sillones al verlos llegar. El mismo sillón en el que se había sentado Lavel a
dormitar, cuando el sonido de su pulsera le había dado la terrible noticia de
la muerte de su padre.
Miró su pulsera… el
regalo de Lerón, en la misma mano que llevaba la guitarra de su madre.
Lamentaba no haberse llevado nada de su padre, pero ahora, con lo odiosa que
andaba Kella, de seguro que un retraso más, acabaría con la muerte de alguien o
con una cabeza partida por una guitarra.
Se dirigieron,
entonces, lo más rápido posible hacía la Van. Vela y Leny no dejaron de
preguntar que era ese extraño instrumento de madera que llevaba la chica nueva.
Ni siquiera se percataron de las marcas rojizas con forma de dedos que se
estaban formando en el cuello de Kella.
Capítulo 5
Un paseo por la granja
El doctor Nayen
recibió los dardos con el antídoto con tal asombro, que parecía que estuviera
viendo magia. Eran un verdadero milagro y esperaba que funcionaran.
Alrededor suyo
estaban Hunno, con la bolsa llena de las provisiones que habían encontrado en
la pared de fondo del padre de Lavel, Bruno, lo más cerca de su nueva amiga que
aun traía la guitarra en mano luego de haberse bajado corriendo de la Van con
los ojos vendados. Estaban Vela y Leny, la muy odiosa de Kella, las químicas y
estaba Janeny. También había un par de caras esperanzadas que Lavel aun no
conocía, pero que de seguro eran buenos amigos de Itan. Un poco más alejados,
algunos dentro y otros fuera de la habitación, estaban el resto de los
participantes de la OD.
Y todos, albergando
las mismas ilusiones.
Nayen se dirigió al
brazo izquierdo de Itan, el que habían utilizado para inyectar con suero y
otras sustancias al estar en mejores condiciones que su homólogo, que ante
cualquier contacto comenzaba a sangrar por las llagas. Quitó el plástico
envolvente del antídoto y lo presionó contra un pequeño dispositivo plástico que ya estaba inserto en el brazo del chico.
El fluido comenzó a ingresar en el organismo, solo cuando Nayen presionó la
válvula de gas, que eliminaba cualquier burbuja de aire que pudiera significar
algún peligro.
Todos esperaron
atentos, inspeccionando el rostro níveo del joven, mientras que el doctor
revisaba las indicaciones que le daban sus máquinas.
Nadie pudo ver
mejora alguna, más que los que entendían aquellos extraños gráficos en rojo que
mostraban las pantallas de los instrumentos que habían mantenido a la fuerza la
vida de Itan.
-El antídoto está
comenzando a hacer efecto – anunció Nayen soltando un suspiro.
Y acto seguido, un
montón de vocecillas contentas soltaron el mismo suspiro de alivio mientras se
animaban unos a otros. Bruno fue el único que sorprendió el débil tic nervioso
que atacaba la comisura de los labios de Lavel. Parecía estar intentando no
sonreír, pero en el fondo, aunque no lo quisiera, estaba tan contenta como
todos. ¿Cómo iba a dejar morir a alguien? En especial cuando ese alguien le
había salvado la vida con anterioridad.
Al cabo de un rato
El doctor comenzó a expulsar a todos de la pequeña salita, su “hospital”,
prometiéndoles que les avisaría cuando el chico recobrara el conocimiento. Aun
faltaba bastante para que el antídoto le devolviera a la normalidad, en
especial después de tantas horas de infectado con el veneno.
Lavel, completamente
aturdida por lo que había pasado… por lo que había hecho, se fue directo a su
habitación, olvidado la sed que había tenido en todo este rato. El hambre la
estaba matando además, pero lo único que pudo hacer fue echarse en su cama a
llorar.
Era una maldita
traidora. ¿Había olvidado quien era el enemigo? ¿Por qué se había sentido
aliviada luego de que el doctor anunciara que Itan se encontraba mejor? ¿Vida por vida? Lavel estaba dudando si había
entendido bien la deuda ¿Había pagado su deuda con el chico por haberle salvado
la vida, o en realidad debía haberlo dejado morir por la muerte de su padre?
Al menos, pasó una
hora antes de que llegara Bruno con comida.
-¿Me haces el favor
de comer esta vez? –le pidió- Después de lo que ha pasado hoy con Itan no
quiero que alguien me de un motivo para volver a deprimirme. No me arruines el
día…
Lavel no supo si
sonreír o volver a ignorarlo como había hecho todo el tiempo que había estado
en aquella habitación. Se limitó a mirarlo con los ojos llorosos, recordando
todo el apoyo que le había dado en la habitación sagrada de su madre.
Bruno no sabía si
volver a abrazarla o dejarla tranquila antes de que volviera a enfadarse. De
cierto modo entendía lo mucho que odiaba estar ayudándolos. Cerró la puerta con
resignación y solo entonces, escapó de la boca de la chica, en forma de
susurro, la palabra que tanto había intentado pronunciar todos esos segundos.
-Gracias…
Suspiró. El hombre
no la había escuchado, pero de alguna forma ella podía sentirse más aliviada
sabiendo que había podido decir en voz alta la gratitud que tenía hacia él.
Comió su comida en
silencio, contenta de que Bruno hubiera recordado llevarle un vaso con agua.
Así pasaron tres
días, casi como un confinamiento en solitario. La única visita que recibía era
la de Bruno, quien le traía la comida y la escuchaba en silencio mientras
cantaba y tocaba la guitarra. Solo de vez en cuando hacía un pequeño comentario
sobre algo que aconteciera fuera de ese pequeño cuartito que fuera de
importancia para la chica.
Le había contado que
Janeny había estado queriendo venir a verla todo el tiempo, pero su madre era
un tanto quisquillosa en cuanto a la hija de un miembro de la Guarda. Le había
dado el horario del agua en los baños y le había explicado como funcionaban las
llaves, ya que estas no funcionaban colocando la mano debajo, como las que
Lavel conocía, sino que había que levantar una palanca casi de la misma forma
que con las puertas, salvo que dependiendo de la dirección en que la movieras,
el agua podía salir fría, caliente o tibia.
Lavel asentía a todo
esto agradeciendo la información, pero aun sin atreverse a contestarle con
ningún comentario.
Fue al tercer día,
cuando Bruno llegó con la cena para dos, con una sonrisa radiante. Lavel le
miró con curiosidad y no pudo evitar sonreír alzando una ceja a modo de
pregunta.
Bruno dejó la
bandeja con los dos platos de comida a un lado de la cama de Lavel y se sentó
con brusquedad. La sopa humeó en un rincón, olvidada por un buen rato.
-Itan ha despertado…
-su voz profunda se ahogó de pronto por la alegría.
Un sentimiento
extraño corrió por las venas de la chica, y no pudo evitar acercarse un poco más
a Bruno, sin querer, emocionada por la noticia.
-¿Cómo… como está?
–se le escapó. De pronto recordó su posición en ese lugar y volvió apoyarse en
el respaldo de su cama bajando la cabeza.
Bruno se sorprendió
ante el repentino interés de su chica silenciosa, pero intentando no cohibirla,
volvió a hablar como si nada.
-Aun está con los
sedantes de que da Doc, pero el tiempo que ha estado despierto, le he contado
sobre tu guitarra y que sabes tocarla. A Itan le encantan todas estas cosas de
la antigüedad… ¿Porqué no me acompañas un rato y tocas tu guitarra en el
hospital?
Lavel frunció el
ceño luciendo verdaderamente enojada.
-NO.
Su respuesta fue
cortante y Bruno deseó no haber pronunciado esas palabras.
Lavel tomó su plato
de sopa y ayudada por una cuchara, de esas que ya casi nunca se usaban, comenzó
a beberla concentrándose completamente en la acción.
-No ha sido
necesario amputarle el brazo… -continuó Bruno, esperando que el repentino enojo
de Lavel acabara pronto. Había progresado bastante estos tres últimos días, no
podía retroceder- Mañana lo trasladaremos a su habitación –Bruno apuntó con su
dedo pulgar hacia la pared que había justo al costado de la cama de la chica.
Ella se sobresaltó interiormente ¿Acaso estaría en la habitación siguiente o se
refería a alguna de las varias habitaciones que estaban a la izquierda de la
suya?- Ya no necesita todos esos instrumentos que tenía hace unos días… el
antídoto ha sido muy eficaz.
-Que bien… -murmuró
Lavel sin demostrar en su voz el alivio que realmente sentía. No quería
sentirlo.
Bruno suspiró
resignado, tomó el plato de sopa que aun continuaba humeando en la bandeja a su
lado, y sin utilizar la cuchara, comenzó a beberlo. Era una sopa verde y espesa
a la cual ninguno de los dos estaba acostumbrado. Lavel, sentía el deseo de
preguntar de que estaba hecha, ya que quería apuntarla para su lista de
alimentos reales que prefería no comer, pero Bruno no tenía ni la más mínima
idea de que estaban comiendo una sopa de espárragos.
Terminaron de
tomarse la sopa tibia a regañadientes. En verdad una sopa casi fría nunca es
muy buena y menos cuando ya de por sí la
sopa ha quedado con mal sabor. Bruno y Lavel acabaron con el estómago un
poco revuelto e intentando disimular las arcadas.
La puerta se abrió
de pronto, al cabo de unos minutos, y ambos ocupantes de la habitación dieron
un brinco de sorpresa. Una perfecta sonrisa, con un diente menos en un costado,
se asomaba por detrás de la puerta. Las trenzas rubias caían por cada lado de
su pálido rostro haciéndola ver más delgaducha y alta de lo que ya era.
Janeny saludó con un
gesto que oscilaba entre la timidez y la adrenalina. Cerró la puerta con
cautela, como si desde fuera no hubieran escuchado ya todo el ruido que había
hecho al entrar y se acercó a Bruno y Lavel.
-¿Qué hay, chica?
–preguntó Bruno con su profunda voz.
La chica sonrió aun
más de lo que parecía posible y le echó una ojeada a la malhumorada Lavel.
-Mamá me ha dejado
venir a ver a Lavel. Como está contenta con la recuperación de Itan, ya no me
reta por todo. Además le dije que estarías tú aquí… -señaló a Bruno.
Bruno le sonrió de
vuelta y le hiso un espacio a su lado para que sirviera de barrera entre Lavel
y él. Quizá la chica lograra disminuir la tensión que se había creado entre los
dos.
La chica se lanzó al
cuello de Lavel, contenta de que gracias a ella, su amigo se estuviera
recuperando. Lavel, un poco desacostumbrada a esos gestos de afecto, incluso
con su padre, no sabía muy bien cómo responder al abrazo. Sus manos se curvaron
un tanto rígidas, al cuerpecito de la chica y la sonrisa más parecía una mueca
de nervios que una sonrisa.
-Gracias… gracias, gracias.
De verdad no sabes cuánto me alegra que hayas estado aquí, para ayudarnos.
-No te preocupes
–dijo sin saber si eso era lo más correcto.
No pensaba decirle
que no había sido nada, porque eso sería una soberana mentira, tampoco podía
decirle que hubiera preferido no hacerlo, porque eso heriría a la chica y en
parte, Lavel no estaba segura si eso era la verdadera verdad.
-¿Quieres ir a la
granja? –Preguntó de pronto la chica, sin importarle lo que Lavel hubiera
respondido- Casi ni has salido de esta habitación y sería divertido que
conocieras la granja.
-Lavel dice que ya
conoce los animales –recordó Bruno una de las primeras cosas que la chica le
había dicho.
Janeny abrió bien
los ojos, impresionada y luego soltó una risita. Era raro que alguien en esa
época conociera a los animales, pero era raro también encontrar a alguien con
el pelo oscuro.
La chica tomó a
Lavel de la mano y le insistió en que se levantase de una vez. Quería ir a
mostrarle a sus animales favoritos, quizá los pollitos ya hubieran nacido.
Lavel miró a Bruno, indecisa de salir de su pequeño refugio de cuatro paredes,
pero el hombre no le dijo nada ni le dirigió gesto alguno.
Bruno, simplemente
se levantó de la cama, llevándose los platos de la sopa.
-Espero que estén de
vuelta antes de la cena.
-Claro que sí –dijo
Janeny, pero Bruno no la había escuchado.
Lavel y la chica
partieron casi al trote, rodeando pasillos y esquivando personas que las
miraban extrañadas. El camino era largo, y solo entonces Lavel pudo darse
cuenta de lo grande que era ese lugar. La sección de las habitaciones debía ser
gigante, pero además debían haber un montón de alas más. Los laboratorios, el
comedor, la granja, el almacenamiento, y mil lugares que ella no lograba
imaginar.
Salieron al patio al
cabo de un rato. Lavel soltó un gritito cuando encontró que ya no había ningún
trozo asfaltado y en varios lugares aleatorios crecían pedazos de maleza.
También había unos pocos árboles que la chica no pudo dejar de contemplar.
Todo eso tenía un
nombre en su cabeza, porque su madre se lo había enseñado con imágenes desde
pequeña, pero nunca lo había visto en vivo y en directo.
De pronto, tres
perros, salieron de la nada, ladrando y corriendo en su dirección. Se lanzaron
sobre Janeny moviendo sus colas con una alegría casi perturbadora, mientras la
chica les hacía cariño en la cabeza.
-Son Domingo, Luna y
Marta –los presentó la chica riendo- Marta es la madre. Julio, el padre debe
andar por ahí haciendo nada… ese es un flojo.
Los perros se
acercaron a Lavel, como si también esperaran una presentación. Comenzaron a
olerla y pronto, Domingo, el más
cachorro se lanzó sobre ella, apoyando sus dos patas superiores en su cadera.
Con la lengua afuera, esperó a que Lavel le hiciera cariño tras las orejas.
-Que lindos –dijo
ella acariciándolos, dejando de lado los nervios que le habían dado en un
principio.
-¿Ya habías visto un
perro antes?
-Solo en fotos
–respondió Lavel, recordando con pena a su padre.
Cuando era pequeña,
su madre solía mostrarle el álbum de fotos de su padre, y recordaba con
absoluta claridad a un niño muy parecido a ella misma, jugando con un perro
grande, de pelo castaño claro, en el patio de una casa.
-Ven –Jane la tomó
de la mano, alejándola de los perros- tienes que conocer al resto de los
animales.
Y así, Jane llevó a
su nueva invitada por todos lados, mostrándole a las vacas, a los patos, a las
gallinas, a las cabras y a las ovejas, a los caballos, a los cerdos y a un
pequeño gato que se escabulló en cuanto vio a la extraña. La chica estaba
realmente impresionada. Nunca hubiera pensado que las cosas se vieran y
sintieran en persona, tan distintas a las fotografías. La imagen captaba tan
poco de la realidad.
Pero lo mejor, lo
mejor de todo, era la hermosa extensión de agua grisácea que se veía en el
horizonte. Lavel no había visto en toda su vida, ni siquiera en fotografías,
tanta agua junta.
Janeny le explicó
que era un lago sintético que había antes de que la OD se instalara en aquel
lugar. Lo habían ocupado como deposito de químicos, para las industrias de
antaño, por lo que incluso era peligroso bañarse en él. La OD había tardado
años en poder limpiarlo. Había fabricado
maquinas especiales para la reutilización del agua y ahora era para ellos, casi
ilimitada.
-Y digo casi, porque
solo se limpia el agua que podemos recuperar. Como la de las duchas y los
baños. Pero luego de que te la bebes… adiós para siempre. Por eso intentamos
utilizar el agua que llega racionada a todas partes del planeta –explicó la
pequeña- también limpiamos esa… La que llega es tan sucia, que nos causa
dolores de estómago tremendos.
Lavel asintió con
pesadumbre. Recordaba la última vez que su madre había bebido de aquella agua.
-Mi madre murió por
eso –murmuró Lavel amasándose la palma de la mano izquierda con el pulgar de la
derecha. Luego cambió de mano.
La pequeña chica
rubia la miró con una mueca. No sabía como reaccionar a su confesión, no sabía
si decirle algo o solo callar.
-¿Falta algún animal
que conocer? –preguntó Lavel con tal de evitar ese incomodo silencio.
La chica pensó un
rato y luego sonrió con malicia.
-Si, debe estar en
los establos…
Janeny tomó de la
mano a su nueva amiga y la llevó en línea recta hacia una gran edificación de
algún material sintético parecido a la madera. Las dos grandes puertas rojizas
estaban abiertas de par en par y desde dentro, se escapaba la luz amarillenta
de una ampolleta antigua. Las sombras de las dos chicas se extendían a metros
de distancia, como intentando escapar.
-¡Bill! –llamó la
rubia.
Comenzaron a caminar
por en medio del ancho pasillo tapizado de heno. Una sombra en la distancia se movía
arduamente, informando que allí dentro aun había alguien trabajando.
-Jane, me puedes
acercar una de las cubetas de agua que están ahí a la pasada. Tuve que vaciar el
abrevadero de los cerdos, estaba asqueroso.
-¿Animal? –murmuró
Lavel sonriendo.
Janeny sonrió al
verse descubierta y se dirigió a donde se encontraban las dos cubetas de agua
que el chico necesitaba. Lavel, tomó una antes de que la chica la alcanzara,
notando que eran demasiado pesadas para alguien tan pequeño y delgado como
ella.
Llegaron hasta una
de los compartimientos para los cerdos en donde se encontraba otro hijo de
probeta arrodillado ante el abrevadero. Se levantó en cuanto sintió que su
hermana llegaba y se apresuró a recibir la cubeta.
-Oh –exclamó en
cuanto vio que la pequeña no venía sola.
Lavel dejó la cubeta
en el suelo e intentó sonreír. Aun le resultaba difícil, ignorar que cualquiera
de los que pasaban por su lado podía ser el presunto asesino de su padre.
-Bill, ella es Lavel
–presentó Jane- Lavel, él es mi hermano Bill.
El chico extendió su
mano, un tanto incómodo por la presencia del nuevo huésped y Lavel, con la
misma sensación, se la estrechó.
-Gracias –murmuró
Bill, algo afligido- De verdad… Gracias.
Jane sonrió
ampliamente y se lanzó precipitadamente a abrazar a Lavel.
-Sí, lo que hiso fue
maravilloso. Donó todos los instrumentos de su padre fallecido, pienso que para
eso se necesita mucha valentía.
Bill notaba que para
la chica, no era un tema demasiado cómodo del cual hablar, pero no sabía que
decirle a su hermana para que no la hostigara tanto. Sabía que Jane era muy
inocente a veces, y no se daba cuenta de que alguna de las cosas que hacía o
decía, llegaban duro a los demás.
Lavel intentaba
aguantar las lágrimas apretando fuertemente la mandíbula y respirando
profundamente. Aun no dejaba de pesarle en la conciencia que el chico al que le
había salvado la vida, podía ser como todos los allí presentes, el asesino de
su padre.
-Janeny –dijo Lavel
con voz entrecortada- ¿Te importaría…?
Tomó los brazos de
la chica con delicadeza y comenzó a quitárselos de la cintura.
-¿Ah?
-No me siento bien
–mustió mirando el suelo con el ceño fruncido- Voy a volver a mi cuarto. ¿Está
bien?
-¿Porqué? ¿Qué te
duele?
-Jane –habló Bill-
Quédate aquí ayudándome. Seguramente Lavel necesita un tiempo a solas… Hace
falta mucho tiempo para sanar las heridas del corazón. Recuerda cuando murió
Mullo.
Jane pareció
comprender al fin y se puso seria. Murmuró un sincero “lo siento” entre dientes
y miró a Lavel con expresión de cachorro triste.
Capítulo 6
Arranques de ira
Lavel no lloró esa
noche. Se mantuvo despierta sintiendo como muy lentamente, su mente intentaba
cicatrizar esa herida en su corazón. El chico lo había dicho… esto tardaba
mucho tiempo.
Recordó entre
suspiros esos años felices antes de que su madre muriera. Gustav cantaba las
letras de la música que su esposa tocaba en la guitarra hacía tanto tiempo.
Lavel era tan feliz.
Había veces,
ocasiones muy especiales, en las que sorprendía a su padre tarareando
distraídamente una canción. Lavel intentaba hacer como si no se diera cuenta, para
poder oírlo por más tiempo, pero su padre no tardaba demasiado en darse cuenta
de su descuido y se silenciaba inmediatamente. El resto del día, se mantenía
melancólico y de muy mal genio.
Ella incluso había
aprendido a no cantar cuando él estuviera presente. Eso solo estropeaba su ánimo,
tanto como si hubiera sacado algo de la habitación sagrada. Era como hurguetear
en su corazón, meter el dedo en la herida que Gustav nunca había podido hacer
cicatrizar.
Tomó su guitarra
cerca de las cuatro de la mañana y comenzó a tocar todas las canciones que
alguna vez había escuchado en su vida. Sabía tocar guitarra casi tan bien como
su madre y eso le permitía tocar canciones con tan solo escucharlas.
Sus dedos parecían
acariciar las cuerdas tan delicadamente como un recuerdo. Lavel ya no estaba en
aquella habitación gris, rodeada de supuestos enemigos, sino que se había
transportado una década atrás, cuando la guitarra y ella eran casi del mismo
tamaño, cuando aun vivía su madre y sentada a su lado le indicaba pacientemente
como tocar las notas.
Dejó de tocar cuando
la luz que alumbraba las puertas del baño, se encendían anunciando el día. Su
mirada se quedó pegada en las rendijas de su puerta, hipnotizada por aquellos
haces de luz que se extendían algunos pocos centímetros dentro de su
habitación.
Luego de mucho rato,
cuando el sueño comenzaba a ganar la batalla que sostenía con el dolor que
sentía la chica, cuando había iniciado la ronda de cabeceos, un objeto se
interpuso entre la luz y la puerta, dejando en completa penumbra la habitación
de Lavel. Tocaron la puerta.
-Pasa –indicó Lavel
creyendo que se trataba de una nueva visita de Bruno- Estoy despierta.
La manilla se giró lentamente,
abriéndose la puerta a la misma velocidad. Un rostro oscuro, al cual no podían
distinguírsele las facciones al estar en contra de la luz, se asomó tímidamente
por un costado.
-Hola…
Lavel se removió
incómoda ante el sonido de esa voz, y la guitarra, que descansaba en su regazo,
se quejó débilmente, con el sonido ronco de las cuerdas vibrando. Se puso tensa
y apretó fuertemente la mandíbula intentando sosegar ese sentimiento en su
interior, ese sentimiento que revivía cada horrible sensación que había vivido
el día de la muerte de su padre.
La figura oscura dio
un paso o dos hacia el interior de la habitación, mientras tras suyo le seguía
fielmente la luz, colándose por cualquier hueco posible. Lavel pudo distinguir
unos mechones de cabello castaño iluminados por la amarillenta luz, que se
pegaba a la espalda del chico, pudo distinguir además, el cabestrillo que
llevaba sosteniendo su brazo herido como recordándole en burla, que había
ayudado al enemigo.
Respiró
profundamente, meditando el tono que usaría para dirigirse a él. No quería ser
dura, pero se sentía tan humillada.
-¿Puedo pasar?
–preguntó el chico con una voz ronca y rasposa, como si no hubiera hablado en
días.
Lavel bufó
sonoramente y meneo la cabeza.
-Ya estás adentro
–le acusó enojada.
Itan dio un paso
más, algo nervioso y juntó la puerta a sus espaldas. Sus pupilas aun estaban
contraídas por la luz de afuera y en esos instantes se sentía completamente
enceguecido. Tanteo en la oscuridad en busca de la cama y al encontrarla, se
guió nervioso por el costado, hasta quedar un poco más cerca de la chica.
-Sé que es temprano,
pero te he escuchado tocar guitarra y creí oportuno aprovechar esta oportunidad
de darte las gracias, cuando nadie pueda impedirme ponerme en pie luego de
estar desfalleciendo por tanto tiempo.
-No hay nada que
agradecer –dijo en tono agrio.
No era una forma de
cortesía, claro que no. Su tono, era tan amargo, que se entendía claramente,
que no le interesaban sus muestras de agradecimiento. Solo por eso las
rechazaba…
-Se que lo
consideras como el pago de una deuda… pero…
-Sí, así lo creía.
Pero ahora, pensándolo más fríamente, creo que lo entendí muy mal.
-¿Porqué lo dices?
–Itan avanzó lentamente hasta sentarse en la cama. Los sedantes le tenían un
poco mareado.
Lavel bajó la vista
a su guitarra y punteó algunas notas. El chico se deleitó con aquel sonido. Le
encantaba todo aquello que estuviera relacionado con la antigüedad, era su
hobbie, su pasión.
-Mi padre murió a
manos de la OD, y tú me salvaste la vida, interponiéndote en la trayectoria del
dardo que venía hacia mí. Supongo que ahí acaba todo. Nadie le debe nada a
nadie.
Itan cabeceó
lentamente estando de acuerdo, pero intuía que la chica no le había salvado la
vida solo por haber entendido las cosas mal. Él también recordaba el incidente
ocurrido años atrás.
-Quizá lo hiciste
por lo que pasó esa noche hace dos años –sugirió en un tono de voz suave,
intentando no enfadarla.
La chica bufó por lo
bajo y le miró con la barbilla tiritando.
-Si pudiera elegir,
habría preferido que me dejaras tranquila esa noche, y que mi padre siguiera
vivo ahora –murmuró con la voz agrietada.
Tomó aire y apretó
la mandíbula con fuerzas, intentando mantener la vista en alto, sin derramar
una lágrima.
Itan no dijo nada
por unos instantes y solo se dedicó a mirarla sintiéndose algo angustiado.
Sabía lo duro que era perder a un ser querido, era un dolor desgarrador que no
acababa nunca, en especial, cuando su partida había sido injusta. La rabia con
la que te quedabas no podías sofocarla con nada, y vivías al final en una
agonía constante.
-Te creo –dijo al
fin, bajando la cabeza- pero no creo que hubiera ayudado.
Se produjo un
silencio incomodo nuevamente y ya ninguno pronunció palabra durante mucho
tiempo. Ni Lavel tocó su guitarra, ni Itan carraspeó siquiera, aunque sentía la
enorme necesidad de aclararse la garganta y decir tantas cosas que tenía
atoradas.
Ambos miraron a la
nada, como atrapados por el vacío consolador. Allí podías escapar del presente,
hacer como si nada estuviera sucediendo en ese lugar, aunque en realidad
estuvieras pensando en mil cosas más dolorosas.
Lavel dejó su
guitarra de lado. Con esa visita ya no le quedaban ganas de tocar nada, sentía
tanta pena. Le hacía recordar el cadáver de su padre tendido en el campo de
batalla, solo, abandonado, así como habían debido dejar al cadáver de su madre.
No había podido tenderlo en una cama de sedosas sábanas, bien vestido y
cuidado, como le contaba su madre que hacían los velorios en la antigüedad. No
había podido velarlo una última noche, esperando que se produjera un milagro
que le hiciera despertar de un sueño profundo. No había podido cavar una tumba
para cubrirlo de flores en años venideros. Simplemente lo había dejado
abandonado, para que luego pasara un coche fúnebre, y cumpliendo con su rutina,
recogiera los restos humanos de la calle, para depositarlos en la fosa común, a
la que irían a parar todos algún día.
Ya no pudo soportar
más aguantando ese dolor agudo que le producía el querer llorar, así que muy a su pesar, dejó salir con
brusquedad el aire atrapado en su pecho, rompiendo el silencio con un desgarrador
sollozo.
El chico sintió una
profunda culpa y la miró indeciso. Se levantó con cuidado, intentando no
tropezar con sus propios pies y se acercó a la chica arrodillándose a su lado.
Pasó un brazo por sobre sus hombros intentando acercarla a su pecho para un
abrazo, pero ella se levantó con brusquedad, balbuceando coléricamente.
-¡Ya no sé que
sigues haciendo aquí! ¿No venías a agradecer? –Lavel avanzó de espaldas tan
rápidamente que se golpeó contra la oscura pared. No le dio mucha importancia-
Listo, ahora vete… ¡Déjame sola! Déjame sola, déjame sola, déjame sola…
Su voz se fue
extinguiendo lentamente mientras Itan desaparecía de su vista.
En ese momento,
Lavel sufrió de un ataque de ira, y formando con sus manos duros puños, comenzó
a golpearse la cabeza. Se hiso un ovillo en el suelo y se arañó la cara con
todas sus fuerzas, sin importarle en nada el dolor. ¿Por qué que comparación
tenía aquel insignificante dolor físico con el que sentía su corazón? No era
nada. Es más, incluso llegó a sentirse mejor luego de aquel arranque de furia.
Cuando estuvo más
calmada, decidió pensar sensatamente. Comenzó a pensar en que era lo más
adecuado que hacer en esos momentos y llegó a la conclusión, de que sería un
buen comienzo, tratar de comportarse un poco mejor. Sería fría y calculadora.
No daría estúpidos paseos con chicas rubias de largas trenzas de rostro tierno,
ni le tocaría las canciones de su madre al hombre de ronca voz que le llevaba
la comida todos los días. Podía vivir como un parasito en ese lugar, sin formar
ningún vínculo con quienes la mantuvieran viva.
Pero no sería
feliz. Y no quería vivir con esa rabia
interna tan intensa hacia sus anfitriones todos los días de su vida.
Entonces comenzó a
pensar en que era lo que más quería en esos momentos y su corazón le dio la
respuesta inmediatamente. Quería a su familia. Y como los únicos seres en la
Tierra, que fueran como su familia y estuvieran vivos, eran Lerón y su madre,
lo siguiente que hiso, fue oprimir el diminuto botón de la pulsera que su amigo
le había regalado.
Ahora necesitaba de
su ayuda, era casi una cosa de vida o muerte. No sabía como haría Lerón para
venir a rescatarla, pero sabía que él y su madre harían un esfuerzo sobre
humano. Quizá ella también debía de poner de su parte para intentar escapar.
Comenzó a levantarse
lentamente, sintiendo completamente adolorida su cabeza. Se había golpeado tan
fuerte que ahora se arrepentía. Una vez estuvo de pié, se llevó las manos a la
cara y palpó temblorosa los arañazos que se había infligido. Hiso un gesto de
dolor luego de tocarse en un lugar muy sensible, donde parecía tener la carne
expuesta.
Salió de la
habitación y se dirigió al baño para observar que tan mal se había dejado la
cara. Ingresó a la espaciosa habitación con absoluta cautela, esperando no
encontrarse con nadie Su corazón latía con mucha fuerza, como el corazón de un
ratón a punto de ser devorado, pues aun no podía retomar la calma absoluta.
Quería irse de allí
lo más pronto posible. Podía imaginarse la pulsera de Lerón emitiendo ese agudo
pitido, como el que le había atormentado a ella por tanto rato el día de la
muerte de su padre. Él intentaría actuar de inmediato… pero ¿Tendría al menos
alguna vaga idea donde ella pudiera encontrarse en esos momentos?
Lavel dio sus pasos
con la agilidad de una comadreja y llegó rápidamente a mirarse al gran
espejo que ocupaba la pared completa en
donde se sostenían los antiguos lavabos. Se espantó al ver su rostro, cubierto
de finas líneas rosadas que comenzaban a hincharse, como si de pequeñas lombrices
se tratara.
Largó el agua, como
Bruno le había enseñado que debía hacer, y se llevó cierta cantidad en sus
manos ahuecadas, hasta su rostro. Siseó con un poco de dolor arrugando su cara
ante el primer contacto. Le ardía un poco, pero el agua ayudaría… el agua
siempre ayudaba. Lástima que entonces, la necesidad de ayuda sobraba y no
hubiera suficiente agua para eso…
Se miró al espejo
por el espacio de algunos minutos y luego de eso, arregló su cabello del mejor
modo que pudo, para que sus heridas no se vieran completamente expuestas. No
resultó para nada, así que, al fin rendida por el agotamiento de una noche en
vela, volvió a su habitación y se enterró en las sábanas de su cama para
dormir.
Bruno llegó a la
habitación de la chica, alrededor de las nueve de la mañana, cuando Lavel
apenas había podido dormir un par de horas. Se sentó a los pies de la cama
luego de haber dejado la bandeja a una orilla e intentó despertarla moviendo
suavemente sus pies.
Por alguna razón,
quizá por la mala noche que había pasado, o porque a un estaba con los nervios
de punta, Lavel reaccionó pegando una fuerte patada hacia donde creía que la estaban atacando.
Este repentino movimiento hiso que la bandeja cayera estrepitosamente sobre el
suelo, quebrándose en mil pedazos la taza que contenía la leche y el plato en
el que se hallaba un pequeño pastelito. La patada también llegó de pleno en el
estomago de Bruno, quién se echó hacia atrás ahogando un gruñido.
Lavel se incorporó
jadeante y en cuanto se dio cuenta quien era el que estaba a los pies de su
cama, se deshizo en disculpas. Pronto recordó que había decidido dejar de tener
cualquier contacto cercano con los miembros de aquella organización… debía ser
fría, y reservada, actuar solo como un parásito, hasta el momento en que
pudiera marcharse de una buena vez de ahí.
No le debía ninguna
disculpa a ese hombre.
Se alejó de Bruno,
como si el hombre se tratara de una peste y enmudeció inmediatamente, dejando
de pedir disculpas.
-No quería asustarte
–Bruno se puso de pie al ver que la chica había vuelto a ponerse a la
defensiva, y levantó sus manos donde ella pudiera verlas- Jane me contó que
ayer en la tarde te habías marchado a acostar un poco triste.
“Un poco triste” se burló Lavel
interiormente. “¡Un poco triste!” Le dirigió una de sus mejores miradas de
odio, y Bruno se sintió completamente perplejo. No entendía que la había hecho
cambiar tan drásticamente de la noche a la mañana. ¿Acaso era el paseo que
había dado con Jane en la tarde?
Mil cosas se le
pasaron por la cabeza al enorme hombre. Quería consolar a la pobre chica, y
prometerle que todo estaría bien, pero ella estaba tan agresiva entonces, que
entendía que si tan solo daba un paso, lo sacaría de la habitación a patadas.
Entonces, cuando sus pupilas algo más dilatadas, comenzaron a habituarse a la
oscuridad del lugar, pudo notar con cierto espanto que el rostro de la chica
estaba surcado por rudos arañazos.
-¿Quién te hiso eso?
–Bruno estiró su mano sin pensarlo mucho para tocar con delicadeza la mejilla
de la muchacha.
Ella reaccionó
instintivamente y le pegó un manotazo.
-Nadie… estoy bien.
Fui yo… Ahora déjame.
Lavel parecía un
cachorrito asustado. Había retrocedido todo lo que la estrecha habitación le
permitía y Bruno no se marchaba nunca de ahí.
-¿Sucede algo malo?
–preguntó Bruno con inocencia.
A Lavel se le escapó
un jadeo por la sorpresa. No podía creer que él, a quien creía tan sensato, le
estuviera preguntando una barbaridad como esa. Frunció el ceño y sintió la
misma rabia que había sentido desde el primer día hacia la OD, ahora sin
distinción. Bruno era tal como los otros.
-¿Qué si sucede algo
malo? ¡¿Acaso sucede algo malo?! ¿Qué maldita pregunta es esa? ¿Cómo puedes ser
tan idiota? –Lavel se salió de sus casillas, y tal como Bruno había imaginado,
comenzó a sacarlo de su habitación a empujones- ¡Eres un idiota! ¡Como todos
aquí! ¡Todos! Hasta la niñita esa… Vete. ¡Vete! Quiero que me dejen sola. ..
Bruno se le quedó
mirando atónito, mientras retrocedía, sin oponer resistencia. Lavel le cerró la
puerta en la cara y perplejo por la reacción de la chica, no pudo moverse
durante largos segundos.
Intentó razonar un
momento para poder explicarse el repentino cambio de humor de la muchacha.
Pensó que quizá los nervios, le habían hecho reaccionar en un ataque de histeria,
lo que sería lógico, después de lo sucedido durante los últimos días. Decidió
hacer una visita a Nayen, para preguntarle si acaso se le podría dar algún
tranquilizante que la relajara durante algunos días. Al menos hasta que las
cosas se calmaran y ella comenzara a habituarse.
Recorrió los
infinitos pasillos que unían todo el aquel fuerte, que antes había sido un
hermoso museo, y se dirigió al sector del hospital. No era el mismo lugar en
donde habían tenido a Itan, intentando recuperarlo luego del impacto del dardo,
sino que era una habitación más espaciosa, donde se conglomeraban todos los
casos menos graves, luego de una de las apariciones de la OD en público.
Siempre había algunos heridos, pero las precauciones eran máximas y su forma de
actuar, muy premeditada, para que tuvieran que lamentar grandes tragedias.
Ahora que la guerra
había estallado, luego de que la Organización Desparasitadora de una región
vecina, asesinara al presidente, comenzarían a tener muchas más dificultadas.
Ya no podrían ir y venir como escurridizas comadrejas, haciendo de las suyas en
lugares aleatorios. Se lanzarían a los leones con todo lo que tenían.
Bruno apresuró el
paso cuando escuchó unos taquitos insistentes a sus espaldas, intentando darle
alcance. Bluvic, un pequeño muchacho de tan solo dieciséis años, ayudante de
Ronald en los asuntos de organización, era un pequeño sabelotodo, insistente a
más no poder. Le gustaba tener todo en orden de acuerdo con lo que Ronald le
mandaba, y no había nada que se le pasara por alto. Estaba todo anotado en su
pequeño computador portátil.
-Señor, señor –le
llamó con insistencia.
Bruno se mordió la
lengua para no maldecir. Si se detenía, el chico le mantendría atrapado durante
un millón de años. Pero ya no podía hacer como si no le hubiera escuchado.
-Señor Bruno –Los
tacos resonaron en el piso de cemento aun más cerca del robusto hombre-
Necesito informarle sobre la reunión.
-Mmm –Bruno se giró
lentamente y ralentizó el paso, pero no se detuvo.
El chico le dio alcance inmediatamente y
colocándose a su lado con su computadora en mano y su lápiz de apuntes, comenzó
a repasar rápidamente lo que debía decirle.
-El General Ronald
quiere a todos los soldados en la sala de reuniones. Se realizará una
conferencia general con todas las OD de regiones del mundo entero. También
quieren comunicarse con el director del la Organización de la Resistencia y
Prosperidad, ya que ha solicitado una videoconferencia hace un par de días.
El chico no
despegaba su vista de su computadora y caminaba con firmeza pero con pasitos
cortos de ratón. Bruno tan solo asentía y murmuraba “Mmm” intentando parecer lo
suficientemente interesado.
-Se hablará sobre
nuestra actual condición como organización independiente, ya que debemos saber
cuantos de los nuestros se dirigirán a la base militar para presentarse en el
campo de batalla. Tenemos ya nuestras tropas definidas, pero se precisa además
de la ayuda adicional de civiles voluntarios –Bluvic carraspeó ruidosamente- Yo
en lo personal, planeo presentarme como voluntario en el campo de batalla.
Creo, que si muero, será de la forma más noble, y si sobrevivo habré hecho
justicia. ¿Usted que piensa, señor Bruno? ¿Será voluntario?
El interpelado se
rascó la cabeza, un tanto incomodo ya que estaban por llegar al “hospital”
donde debía hablar con Nayen. Esperaba que el chico no lo retuviera en la
puerta por mucho rato.
-No lo sé, es algo
que hay que meditar con tiempo. He tenido otras cosas de las que ocuparme.
Ahora precisamente iba a encargarme de algo –mustió con su voz profunda,
delatando voluntariamente sus intenciones.
Pero el muchacho
hiso caso omiso de la indirecta y continuó hablando.
-Usted es un hombre
muy ocupado –dijo a modo de halago- Quizá ayudaría más con su inteligencia, que
con su fuerza. Aunque me imagino que pude servir a nuestra causa de cualquier
forma. Siempre desempeñará un buen trabajo.
-Gracias, gracias…
-dijo sin interés.
Ya habían llegado al
hospital, pero el chico se interpuso entre la puerta y Bruno, revisando unos
cuantos apuntes más en su libreta.
-Se organizará un
grupo de escolta para recibir en el túnel de Orlando Black, a algunos civiles que serán trasladados a nuestra
instalación. No tengo mucha información sobre eso, pero creo que no se trata de
un asunto urgente. No me imagino qué les haga querer venir a nuestra
instalación –meditó el chico jugueteando con la pluma- Quizá estén interesados
en nuestra granja. O pueden ser familiares de algún miembro… ¿Usted que piensa?
Bruno se encogió de
hombros y golpeó el suelo con su zapato mostrando su irritación.
-Supongo que lo
sabremos luego.
-Así es –concordó el
muchacho- Todo a su tiempo. La impaciencia es uno de mis mayores defectos. Soy
un poco atarantado. Siempre me gusta enterarme de todo lo antes posible, aunque
pronto me lo vayan a explicar con más detalle.
A veces…
-¿Algo más que deba
saber? –le interrumpió Bruno- Con respecto a la reunión.
-La chica morena es
un punto a tratar. Pero seguramente lo dejaran para el final.
Bruno se mostró
interesado esta vez. ¿Porqué tendrían que hablar de ella? Él había prometido
encargarse de la chica, era un asunto concluido. No causaba problemas… al menos
no afuera de su habitación y encima de todo había ayudado a uno de los suyos.
¿Acaso les molestaba? Ronald siempre tenía un pero para algo.
-¿Lavel? –inquirió
Bruno.
Bluvic asintió
lentamente.
-Ha pasado encerrada
en su habitación todo este tiempo. Es usted el único que entra a darle comida y
él único con el que habla. Nunca habíamos tomado prisionero a alguna persona y
el modo en que tenemos viviendo a la pobre muchacha es algo parecido… -el chico
hiso una mueca- Quizá quieran dejarla ir.
Bruno frunció el
ceño un poco confuso, pero asintió comprendiendo. La chica no estaba viviendo
bien aquí y aunque ya no tenía a nadie allí afuera, seguramente se encontraría
mucho más cómoda al cuidado del gobierno. Sería terrible, porque ella era una
buena chica. Era una fuente andante de conocimiento y debían de gustarle todas
las cosas que ellos intentaban recuperar.
-Muchas gracias por
el informe chico, ahora te tengo que dejar… -Bruno comenzó a caminar al
interior del hospital, haciendo a un lado al muchacho de una manera un poco
brusca.
Bluvic le siguió
taconeando con su pluma en alto.
-Aun queda un punto.
-Lo veo en la
reunión –le despidió Bruno- ¡Nayen! Hola.
Un chico de unos
veinticinco años se encontraba sentado en una camilla, cubierta de sábanas
perfectamente blancas, mientras el doctor Nayen le revisaba el herido pié. Era
su tobillo, le habían herido con un dardo paralizante durante la última batalla
y se estaba recuperando satisfactoriamente. Nayen simplemente estaba cambiando
los parches de regeneración de tejidos, que se ocupan luego de que el antídoto
ha hecho efecto completamente.
-Señor Bruno
–insistió Bluvic por última vez- Debería usar un localizador. Sería más fácil
contactarle e informarle de estas reuniones.
El muchacho de la
computadora, se quedó mirando a Bruno por el espacio de unos segundos, hasta
que decidió marcharse a perseguir otra presa. Bruno decidió que quizá le haría
caso, así tal vez de esa manera, no tendría que temer ser atrapado por el chico
a cada instante.
-Hola, Bruno –saludó
el doctor.
Con un asentimiento
de cabeza, el enfermo y quién recién entraba, se saludaron cordialmente.
-¿Has ido a ver a
Itan? ¿Está mejor? –preguntó el doctor.
-No, aun no. Creí
que sería muy temprano. Ya sabes, con todo esto de los sedantes debe estar muy
cansado.
Nayen asintió
lentamente, acabando con el pie del chico. Le despidió con unas cortas palabras
y recomendaciones de que descansara, entregándole sus calcetines y sus zapatos.
El chico se puso de pié y dándole la mano al doctor a modo de agradecimiento,
se marchó de la salita.
-¿Qué sucede? ¿Estas
preocupado por algo? –Nayen captó inmediatamente la inquietud de Bruno en su
mirada.
-Es solo que…
-comenzó haciendo una mueca- Lavel está hecha un manojo de nervios. Me
preguntaba si se le podría dar algo para tranquilizarla. Al menos por un
tiempo, hasta que se marche.
El doctor frunció
levemente el entrecejo
-¿Marcharse?
-No lo tengo claro,
pero al parecer, Ronald pretende entregarla al gobierno. Seguro tendrán algún
albergue para todos los civiles damnificados.
Una carcajada
irónica brotó por la garganta del doctor. No podía creer lo que su amigo le
estaba contando.
-¿Hablas en serio?
–continuó riendo, realmente afectado- ¿Crees que el gobierno está cuidando de
todos aquellos que no tienen donde ir? Bruno, no puedes ser tan ingenuo. El
gobierno está preocupado de otros asuntos ahora, y nunca se ha preocupado de la
población ni en los mejores años. Les conviene que muera la mayor cantidad de
gente, Caput, borrar todo y empezar de cero, en donde la aristocracia sea la
que mande esta vez y en serio.
El hombre volvió a
carcajearse y se volvió a tomar un vaso con agua que mantenía sobre un mueble a
sus espaldas. Bruno se sintió incómodo con la burla de su amigo, se sentía como
un idiota.
Cuando Nayen ya
estuvo más recuperado, volvió a hablar.
-Todos los que han
logrado huir del país se las estarán arreglando por si solos, te lo aseguro. La
chica no tiene a nadie ahí afuera. Estará mil veces más segura aquí con
nosotros, aunque no le guste –se encogió de hombros y volvió a tomar un sorbo
de agua- aunque seamos unos viles
asesinos… como ella nos ve.
Bruno se rascó la
nuca bajando la vista con incomodidad y nerviosismo. No era esto lo que
pretendía cuando venía a hablar con Nayen. Solo esperaba recibir algunas
píldoras que pudieran ayudar a la chica y marcharse.
-Lo entiendo
–murmuró Bruno- Aun así no creía que fuera a marcharse. Itan nunca dejaría que
eso pasara. Ya sabes como le encanta todo esto de la antigüedad y Lavel tiene
un montón de conocimiento con todo lo que le enseñó su madre.
-Uhm, no creo que
sea por eso –sonrió traviesamente el de bata blanca.
-¿Qué cosa?
-Nada, nada –hiso un
gesto de quitarle importancia con la mano que tenía libre.
Luego se dirigió a
una gran estantería de madera oscura y abrió las puertas para revisar su
contenido. Comenzó a sacar un montón de cajas de medicamentos y a dejarlas
sobre una mesa luego de leer el nombre.
Cuatro de éstas las
dejó aparte y cuando volvió a cerrar las puertas del mueble, guardando todo lo
que había sacado, se las entregó a Bruno.
-Toma. Puede que
ayuden, pero de todas formas, ve a hablar antes con Jessica, ella es
psiquiatra. Aunque una sicóloga podría servir, antes de que te vayas
inmediatamente por el camino de los medicamentos.
Bruno agradeció
silenciosamente, mientras se concentraba en el contenido de las cuatro cajas.
Ambos comenzaron a caminar hacia la salida.
-Ahora voy a ver a
Itan –avisó- Puede que Claude esté con
él ahora… -pensó en vos alta, caminando a grandes zancadas- Nos vemos luego.
-Ajá –contestó Bruno
agitando brevemente su mano en el aire.
Meditando sobre las
palabras de Nayen, Bruno partió en el camino contrario al que pretendía
dirigirse con anterioridad una vez terminada su misión ahí. No iría a ver
inmediatamente a Lavel, sino que siguiendo el consejo de su amigo, buscaría en
los registros de miembros de la OD, algún sicólogo que pudiera reemplazar los
medicamentos que había pensado en darle a la chica.
Instalación era
enorme, y por consiguiente, el número de personas que allí habitaban era
también incalculable. Bruno no conocía a todas las personas que allí vivían. Su
número de amigos era bien reducido y sus conocidos no ampliaban mucho la cifra.
Capítulo 7
Cintia, la psicóloga
Se despertó cerca
del medio día con un calor inmenso. Estaba cubierta por las tapas de la cama
hasta la cabeza y estaba hecha un ovillo. Tenía toda la piel pegajosa y la
transpiración le había dejado el pelo tieso. Hacía ya varios días que no se
daba una ducha y por fin entonces comenzaba a echarle en falta.
Pegó un par de
patadas con brusquedad y arrojó las sábanas al piso, quedándose tendida durante
un largo rato con la vista pegada al techo. Respiró profundamente y recordó con
pesar, todo lo que había ocurrido durante las últimas horas. No entendía
porqué, pero la culpa comenzaba a apoderarse de ella, a causa del modo en el
que había tratado a Bruno. Sentía que le debía una disculpa.
Llevó sus manos a su
rostro intentando quitarse la gruesa capa de sudor que la cubría y se sentó en
la cama.
Ya no estaba tan
segura de querer portarse totalmente como un parásito indiferente. Bruno le
agradaba.
“¿Qué haría papá en una situación como esta? Seguramente habría
intentado escapar desde el primer momento, golpeando a quien se interpusiera en
su camino” Ella no se sentía capaz de hacer eso, en
primer lugar, porque su fuerza física era incomparablemente menor a la de su
padre y en segundo lugar, porque se sentía fatal causándole daño a la gente. ¿Qué
tal si era Bruno el que se le cruzaba por en frente?
No, no, no, escapar
de esa manera era una idea que descartaba inmediatamente. ¿Y que haría su madre
entonces?, pensó Lavel soltando una contrariada risita. “Ella se sentiría como en casa. Estaría como una niña con un juguete
nuevo, explorando cada rincón de este lugar” Si, claro, Lavel podría
sentirse tan contenta como imaginaba a su madre, si tan solo no estuviera
rodeada por los asesinos de su padre.
Negó con la cabeza,
angustiada. ¿Qué podía hacer?
De pronto, unos
nudillos golpearon nuevamente a la puerta de la chica, haciéndola dar un salto
del susto. Giró la cabeza en la dirección de la que venía el sonido, pero no
pensó siquiera en levantarse a abrir. Sabía que no era Bruno, ya que el sonido
había sido mucho más delicado, sabía que tampoco era Itan… no se atrevería a
hacer un segundo intento. Jane solo abría la puerta y se asomaba.
Fuera quien fuera,
no era nadie que la hubiera visitado antes y por lo tanto, no tenía interés en
abrirle. Si de cualquier modo, aquella persona se atrevía a abrir la puerta sin
su permiso, haría el mayor esfuerzo para comportarse como una señorita. Lo
prometía.
Los nudillos
golpearon nuevamente, con delicadeza, y tal como Lavel intuía que podía
ocurrir, la puerta comenzó a abrirse lentamente asomándose por ella una cabeza
rubia como la de la mayoría.
-¿Lavel? –preguntó
una voz femenina que Lavel no había oído nunca.
Le molestó
enormemente que utilizara su nombre para referirse a ella, como si se
conocieran desde hace años. La miró con expresión confusa, exigiendo con la
mirada una explicación razonable de su visita.
La mujer, de aspecto
pacífico, ingresó ya completamente en la habitación y sintiéndose como dueña de
casa, encendió la luz sin pedir permiso. Lavel parpadeó encandilada, pero se
tragó sus palabras con todo su autocontrol.
-Hola, soy Cintia
Aldina, amiga de Bruno. Quería conocerte –sonrió amigablemente, a pesar que la
actitud recelosa de Lavel le inquietaba un poco.
Cuando Lavel al fin
pudo adaptarse a la luz parpadeante de los tubos fluorescentes que no se
encendían desde hacia ya un par de días, observó atentamente a la mujer que la
visitaba.
Tendría unos treinta
años. Era alta, bastante alta. Como si sus padres no se hubieran preocupado por
controlar su altura o como si hubieran querido modificarla de tal forma que
llamara la atención. Tenía el pelo rubio liso, cortado en una melena que lo le
llegaba más allá de los hombros y los mismos ojos celestes de todos los hijos
de probeta. Las facciones de su rostro eran delicadas, como si aun conservara
las formas de su infancia.
Parecía hecha para
encantar a la gente con tan solo sonreírles, pero Lavel se mantuvo firme
mirándola en silencio y absoluta seriedad.
La mujer se paseó
unos instantes por la pequeña habitación aun sonriendo, inspeccionando cada
detalle a pesar de que no había nada que admirar en aquel cuartucho. Venía
vestida deportivamente, con una polera blanca sin mangas, un buzo color azul
oscuro con una franja naranja a los costados y unas zapatillas desgastadas.
Se agachó al lado de
la guitarra, que Lavel había dejado en el piso antes de decidirse a dormir, y
se quedó mirándola atentamente. La chica morena se puso tensa, como un tigre a
punto de saltarle encima a su presa, cuando vio la mano de la mujer acercarse
sin vacilaciones al instrumento.
Lavel puso una
expresión de completo desconcierto cuando un dedo de Cintia se deslizó indiferente
por la madera de su guitarra.
-Deje ahí –murmuró
enfadada.
Cintia quitó la mano
inmediatamente y la miró.
-Lo siento –sonrió
amablemente.
Se puso de pie con
agilidad y se dirigió a la cama de Lavel. Se sentó a su lado como una vieja
amiga y suspiró. La muchacha, tensa aun por la actitud desinteresada de la
mujer, ya no pudo contenerse más y le dirigió su mejor mirada de odio.
-¿Qué pretende? ¿A
qué vino? –gruñó.
-Quería conocerte
–repitió como si fuera lo más obvio del mundo- ¿Sabes tocar esa cosa?
Lavel parpadeó. ¿Se
atrevía a llamar “cosa” a su guitarra? Que ignorancia, que insolencia.
-Es una guitarra y
sí, si sé.
En seguida, Lavel
pensó que Cintia le pediría escucharla hacerlo e incluso ya tenía preparada la
forma despectiva con la que se negaría. Pero no, ella solo se recostó sobre la
cama, dejando los pies en el suelo.
-Hay un chico aquí
que sabe tocar el piano –comenzó a hablar como narrando una historia- Cada
viernes nos reunimos algunas personas en el auditorio y le escuchamos tocar. Es
magnifico realmente. Yo suelo cerrar los ojos para oír la música y casi puedo
sentir que vuelo y viajo a otra época, donde todo era mejor –carraspeó- Mi
abuela solía cantarme antes de irme a dormir cuando era pequeña. Me decía que
nunca me olvidara de la música, ya que era la única forma de conocer el alma de
las personas o de llegar a ellas. Que era la única forma de conocer tu propia
alma.
Lavel le daba la
espalda, pero aunque su mirada estuviera perdida en la nada, toda su atención
se centraba en las palabras de la mujer. Era difícil negarse a escuchar algo
que tuviera que ver con la música, si era lo que ella más amaba, todo lo que le
quedaba de su madre y de los buenos años de su infancia, cuando vivía en una
hogar feliz.
Entendía
perfectamente lo que la abuela de Cintia le contaba, porque su madre se lo
había repetido una y mil veces cuando ella era más pequeña. Le había pedido
casi de igual forma que nunca se olvidara de la música, que era lo único que la
iba a mantener su alma viva en los momentos más duros. Se lo había pedido
incluso en su lecho de muerte, cantándole con una voz casi extinguida la nana
que le cantaba cada vez que algo la ponía triste.
-No me sé muchas
canciones. Mi abuela murió cuando yo era muy pequeña y mis padres no eran muy
afines a la música. Ya nunca volví a escuchar a nadie cantar, pero yo tarareaba
siempre alguna tonada sin sentido… cuando hacía mis deberes de la escuela, o
cuando caminaba por la calle.
Una lágrima de
nostalgia corrió por el rostro de Lavel, casi al mismo tiempo que por el de
Cintia. La chica tampoco había oído cantar a nadie más que a su padre después
de la muerte de su mamá, pero eso ocurría cada vez con menos continuidad.
Hubiera deseado escucharlo cantar al menos una vez más antes de que muriera.
Lavel intentó buscar
en su memoria, alguna de las canciones que sus padres le cantaban juntos cuando
intentaban enseñarle a tocar guitarra. Cantaban realmente bien.
-Hoy es viernes
–murmuró Cintia- pero lamentablemente se ha suspendido el concierto de piano.
Quizá para la próxima semana… aunque no lo creo –suspiró con tristeza- Cuando
vi tu guitarra pensé que quizá, en el futuro, tu quisieras deleitarnos tocando
una canción para nosotros –sonrió media avergonzada.
-No –respondió
concisamente, pero sin ser pesada.
Cintia se irguió y quedó
sentada al lado de la chica. La superaba por al menos un par de palmos y eso
que estaba encorvada y no estaba de pié. Lavel le dirigió una mirada curiosa
pero recelosa y se preguntó porqué no había puesto cara de espanto al ver su
rostro todo rasguñado. Seguro Bruno le había advertido.
-Se que ahora estás
muy cansada, con todo lo que ha pasado. Eres muy valiente. Creo que yo no
habría podido… -se detuvo de pronto intuyendo que si continuaba diciendo lo que
pensaba decir, metería las patas. Iba bien hasta entonces, la chica no se había
alterado- ¿Has comido algo hoy?
Cintia ya sabía la
respuesta. Podía ver la bandeja que Bruno le había llevado en la mañana, tirada
en el suelo a los pies de la cama, con toda la comida desparramada. Bruno le
había hablado del incidente, le había hablado de todo, en realidad. La sicóloga
tenía que saber que tan chocada se encontraba la pobre muchacha.
-No… -murmuró Lavel
en respuesta.
-¿Quieres
acompañarme a buscar algo para comer? –sugirió simpáticamente.
Y otro “No” como
respuesta, salió de los labios de Lavel.
-¿Quieres que te
traiga algo? –alzó las cejas, segura de que esta vez le parecería una mejor
idea.
Sonrió triunfante
cuando Lavel asintió tímidamente con la cabeza. Cintia se levantó con ligereza
y estiró sus manos hasta el techo, desperezándose. Le faltaban tan solo unos
pocos centímetros para tocarlo.
-Espérame aquí, no
tardo.
En cuanto se cerró
la puerta tras la enorme mujer, Lavel volvió a la triste realidad. Se castigó
mentalmente durante unos instantes, por caer como una mosca en las redes de la
agradable Cintia, pero luego de un tiempo, llegó a la conclusión de que no
podía condenar a alguien que amara tanto a la música como ella misma o como su
madre.
Pensó, estando casi
cien porciento segura, que esa mujer no debía de ser de las que salían a las
batallas campales que se producían durante las manifestaciones. Era
prácticamente imposible que ella hubiera asesinado a su padre y por tanto no
podía tenerle el mismo rencor que a los demás
Tampoco podía
condenar a Jane. Tal vez, si llegaba a conocer bien a cada uno de los
habitantes de aquella fortaleza, podía identificar a todos aquellos que no
habían ido nunca a alguna batalla.
Inspiró hondo y
trató de arreglarse el pelo enmarañado. Cuando Cintia volviera, y luego de
comerse lo que le trajera, le pediría tomar un baño, quizá también un cepillo
para el pelo y uno de dientes. Es que ella necesitaba un cepillo de dientes, ya
que su padre no la había llevado al dentista para el sellado de dientes, desde
que su madre había muerto y por lo tanto debía continuar cepillándose los
dientes desde entonces.
Lavel se puso de pie
media temblorosa y se dirigió con paso vacilante hacia su guitarra. La tomó con
delicadeza entre sus manos y volvió a sentarse a una orilla de su cama para
tararear una canción que se le estaba viniendo a la mente. A veces, le
resultaba realmente liberador, plasmar sus penas en una canción.
-Cada silencio se
suma, a una bolsa oscura que hay que guardar.
Cada silencio me
abruma, me asaltan las dudas si he de marchar.
Y es que ya no
aguanto más esta soledad.
A veces, resulta tan
liberador
Plasmar las penas en
una canción
Derribar las paredes
de un grito y conocer
El mundo a mi
alrededor.
La puerta se abrió
al momento, y el rostro sonriente de Cintia apareció del otro lado, trayendo
consigo una bandeja con un plato con comida. Un buen trozo de pollo con arvejas.
Lavel se llenó de pena al recordar que lo último que había comido estando en su
casa, era un pollo frito.
La mujer se dio
cuenta del cambio repentino en el humor de la chica, y supo que algo en la
comida era la causa, pero se abstuvo de preguntar nada. También la había
escuchando improvisando la canción en la guitarra, pero prefería no
confesárselo, al menos por el momento.
Cualquier otro tema
era más seguro de tratar con ella. Primero tenía que tantear el campo minado,
procurando no hacerlo estallar.
Lavel se levantó de
la cama y fue a dejar su guitarra apoyada contra la pared. En cuanto la hubo
acomodado bien, volvió a sentarse al lado de Cintia para recibir la bandeja con
comida. No se había dado cuenta antes, pero estaba completamente muerta de
hambre.
Comenzó a engullirse
la comida casi desesperadamente, sin prestar demasiada atención a lo que
hablaba la mujer.
-Sabes… Esta
habitación es demasiado lúgubre. Quizá deberíamos intentar arreglarla un poco,
o simplemente podrías cambiarte a alguna de las habitaciones subterráneas
–comentó pensativa- Allí las paredes son blancas. Eso es muy importante.
-Mmm –murmuró Lavel
estando de acuerdo.
-Podríamos colocar
algún mural con un diseño panorámico. A mí, personalmente me gusta la playa.
Tengo un mural en mi habitación y el sonido del vaivén de las olas es la mejor
canción para dormir.
-Me gustaría un
bosque –pronunció entusiasmada con la boca llena de comida.
Su madre le había
comprado uno de esos murales interactivos cuando era pequeña, pero cuando tenía
diez años se había echado a perder de pronto y su padre nunca lo había mandado
a arreglar, ni le había regalado otro. El hermoso verde del bosque y el cantar de
las aves, había sido reemplazado de súbito por una pantalla en negro
completamente silenciosa.
-¡Un bosque! Sí, que
bonito. Te conseguiré un mural de esos y lo pondremos aquí, o abajo. Donde
quieras –Cintia agitaba sus manos en una dirección y en otra, realmente
entusiasmada con la idea. A parte de ayudar a la gente, le encantaba la
decoración- Podemos tapizar todas las paredes si quieres y te sentirías como si
realmente estuvieras allí. Y el techo con copas de árboles y trozos de cielo.
¿Lo imaginas?
Lavel asentía
sonriendo. A su madre le habría encantado poder pagarle algo así.
-Si el suelo no se
estropeara podríamos colocarle un mural de tierra y césped. Pero imagino que al
cabo de un par de días ya se habría echado a perder –Lavel sugirió encogiéndose
de hombros.
-Si… yo quería arena
clara para mi piso –murmuró suspirosa.
Luego de echar otra
ojeada a la habitación, continuó sugiriendo ideas para mejorar el aspecto del
lugar.
-También te hace
falta una mesita de noche. Y tal vez un escritorio. Y sábanas nuevas para esa
cama… de otro color preferentemente.
-Y una ducha –acotó
Lavel recordando lo inmunda que se sentía.
Cintia asintió con
vehemencia.
-Oh, si cariño.
Necesitas una buena ducha –se puso de pie- Termina de comer y yo te traeré
toallas y algo de ropa para que te cambies.
Lavel frunció el
ceño.
-¿Toallas? ¿Qué aquí
no tienen el modo anti-capilaridad para el agua? –preguntó confusa.
Cintia soltó una
disimulada risita. Luego amplió las manos apuntando a todo su alrededor.
-¿Qué no ves lo
antiguo que es esto? Voy a tener que enseñarte a usar la ducha. Son de lo más
simples.
La alta mujer
desapareció entonces por la puerta oscura del cuarto de Lavel, para encargarse
de las cosas que la chica necesitaría para ducharse. Ella en tanto, terminó de
tragar su comida con rapidez esperando que los extraños retorcijones que le
daban en el estómago algunas veces después de comer, no se produjeran cuando
estuviera bañándose.
Capítulo 8
Cediendo ante lo inevitable y no se siente tan mal
El baño no estaba
completamente desocupado esta vez. Dos chicas rubias, de la aproximadamente la
misma edad de Lavel, se la quedaron mirando con una curiosidad que molestaba.
Con esa expresión burlona en los rostros, como la que ponían sus ex compañeras
en el colegio, antes de comenzar a hablar a sus espaldas.
Cintia saludó con un
alegre "Buenas tardes” sin prestarles demasiada atención y continuó
dirigiendo a Lavel por los hombros, hasta llegar al sector de las duchas.
A lo lejos podía
escucharse las risas de las chicas que habían visto con anterioridad. Lavel
giró la cabeza en aquella dirección, un tanto cohibida y recibió a
regañadientes las instrucciones que Cintia le daba en cuanto al uso de la
ducha.
-¿No hay algún lugar
más privado?
La ducha no era más
grande que uno de los compartimientos para los retretes que se encontraban a
unos pocos metros, es más, eran tan exactamente iguales por fuera, que lo único
que los distinguía era el piso enmohecido alrededor. Lavel sentía como si fuera
a bañarse en frente de todos los que estuvieran en aquella enorme habitación,
si apenas era separada del resto del mundo, por una insignificante puertecilla
de metal corroído por la oxidación.
-No, a menos que
quieras ir a bañarte al lago –le respondió en un tono desinteresado, continuando
con los detalles de la ducha- Estos envases pegados a la pared contienen los
jabones para el pelo y similares. Están rotulados… bueno, son exactamente
iguales como los habría en tu casa, supongo –sonrió.
Luego de eso,
repitió por enésima vez a Lavel, la necesidad de una ducha corta, de no más de
cinco minutos. La muchacha asintió consciente de toda el agua que se gastaba en
un pequeño baño y metiéndose en la ducha, comenzó a bañarse tal y como lo hacía
en su propio hogar.
Era odioso no poder
regular la intensidad que caía sobre su espalda como intentando arrojarla al
piso con bruscos golpes. Por poco no se le produjo un agujero entre la nuca y
los omóplatos, pero a cada instante debía preocuparse de cambiar de posición
cuando comenzaba a dolerle. No había pulidor de asperezas en la piel ni
humectante. Era tan solo una vieja ducha sin ninguna comodidad.
En cuanto cortó el
agua, tal como había aprendido hacía poco, Cintia le arrojó una toalla color
morado oscuro para que se secara. Lavel
se sentía muy extraña con esta nueva forma de dejar de estar mojada, y es que
ni siquiera su madre había utilizado toallas, era algo ridículo y de poca
importancia. Pero no dijo nada y recibió con sumisión las prendas de vestir que
la mujer le entregaba desde fuera.
Al menos ya estaba
limpia, con una polera blanca como sus propios dientes, unos pantalones negros
deportivos con una franja naranja, muy parecidos a los de Cintia y unas
zapatillas grises que le quedaban algo ajustadas. La mujer le prometió, que
pronto buscarían unas a su medida, pero mientras tanto, se preocupó de
maquillarla.
No había dicho nada
de las marcas rojizas de los arañazos que Lavel se había dejado en la cara,
pero por supuesto que las había notado y había tomado medidas para ocultarlas.
Llevó a Lavel frente al gran espejo, en donde antes habían estado apreciándose
un par de chicas rubias, y comenzó a aplicarle una crema color piel, que
disimulaba las heridas.
-No solo las cubre
–señaló Cintia- Ayuda con la cicatrización. Tienes un bonito rostro; intenta no
hacerte daño nuevamente.
Cintia había
utilizado un tono tan serio, que logró poner incómoda a Lavel con su
comentario. Aun así, continuaron hablando de otras cosas, sin recurrir a un
estúpido interrogatorio por la situación.
Salieron del baño
cuando Lavel estuvo ya completamente repuesta, y creyendo que ahí había
finalizado todo, la chica morena se dirigió directo a su habitación, pero
Cintia la tomó de una mano y la desvió de su camino.
-Oh, no, no, no
querida –la miró con expresión burlona- No volverás a esa horrenda habitación.
Es como la habitación de un muerto. Tú estás muy deprimida, así que un poco de
aire fresco te irá bien.
Lavel la miró
espantada, con una mezcla de sentimientos en su interior. Se sentía entre
traicionada, aterrada y realmente muy, muy enfadada. Ella no podía hacerle
esto.
-No –mustió con voz
ahogada- NO. ¡Hey! Detente, no me sigas tirando. No quiero ir y punto. ¿Te has
vuelto loca? Creí que eras más sensata.
Cintia no la soltó,
pero se detuvo un instante para mirarla de frente e inspeccionar su actual
estado de animo. Había creído que confiaba lo suficiente en ella como para
seguirla sin vacilaciones, pero al parecer, las cosas iban a resultar un poco
más difíciles.
Pensó en un montón
de formas para poder convencerla racionalmente, pero intuía que de cualquier
modo, Lavel no cedería. Frunció el ceño, y bufando enfadada, se marchó de ahí
dejándola sola. Quizá, si viera que ella no era la única que podía enojarse,
entonces se le bajaran los humos.
Lavel se quedó
parada en medio del pasillo, con la respiración agitada y la boca abierta. No
esperaba esa reacción de parte de Cintia, se sentía casi como estafada al ver
que no tendría la oportunidad de resistir y mostrar su fuerza de voluntad. Por
no poder mostrarle su aversión hacia el resto, tratando de ocultar el pánico
que le producían.
Pero la mujer tenía
razón, ella ya no quería volver a esa oscura habitación. Se quedó mirando a la
nada, esperando que nadie apareciera mientras ella meditaba la opción de seguir
a Cintia o solo volver a ocultarse.
Las manos le
temblaban, haciéndola sentir incómoda. Comenzó a masajearse las muñecas con la
intención de quitar esa odiosa sensación. Dio un par de pasos hacia adelante y
se detuvo. Volvió sobre sus pies y nuevamente se detuvo.
Lanzando un leve
gruñido, Lavel se decidió finalmente y caminó con paso firme por el pasillo por
donde había desaparecido Cintia.
Se cruzó por un
montón de personas por el camino, que la miraban entre curiosos y recelosos. Su
expresión enfadada, hacía que incluso las personas más amables decidieran no
saludarla.
No tenía idea de
adonde debía dirigirse, pero esperaba encontrarse por pura suerte, con alguna
gran habitación que sirviera de comedor. Se daría cuenta de cuando llegara ahí,
así que lo más que podía hacer ahora, era recorrer todos los pasillos que pudiera
y continuar caminando.
Las luces
amarillentas alumbraban solo algunos sectores de los pasillos, así que algunos
tramos estaban completamente a oscuras. Lavel colocaba entonces una mano en la
pared y la otra por delante, hasta que llegaba a la próxima farola.
Aun con todas sus
precauciones, Lavel no pudo darse cuenta de que justo por delante suyo, en un
cruce, pasaba una persona y chocó de frente con ella.
-Ay… -mustió media
nerviosa.
-Lo siento –dijo el
chico encendiendo una pequeña linterna que tenía prendida en el cinturón y la
apuntó a la cara- ¿Lavel?
Ella se echó para
atrás confundida por ser reconocida. Por un momento, sintió el deseo de que por
esas casualidades de la vida, Lerón hubiera venido a buscarla, pero cuando el
chico se apuntó a la cara con su propia linterna, Lavel se dio cuenta de que
solo era el hermano de Jane.
-¿Estás bien?
–preguntó algo preocupado- Soy yo. Bill.
-¿Tú vas a las
batallas? –preguntó Lavel no ocurriéndosele nada más importante en ese momento.
Bill frunció el ceño,
extrañado por la pregunta. Pero negó con la cabeza.
-Yo me encargo de la
granja. ¿Estás bien? –repitió.
Bien. Ella se sintió
algo más aliviada. Esa era otra persona que no podía odiar. No tenía nada que
ver con la muerte de su padre, e incluso se ocupaba de las cosas que amaba su
madre.
-Sí, estoy bien.
Solo quería llegar al ¿Comedor? –se rascó la cabeza, no muy segura si esa era
la forma en la que ellos llamaban al lugar que ella se imaginaba.
El chico rio
disimuladamente, puesto que se encontraban más lejos del lugar que lo que
habrían estado si Lavel no se hubiera movido de su habitación.
-Yo voy hacia allá
–apuntó a las espaldas de la chica- Jane me está esperando para comer. ¿Quieres
acompañarnos?
Lavel asintió lentamente
reprimiendo toda esa aversión que aun sentía por el resto de la organización y
le siguió volviendo sobre sus pasos. Se mantuvo a las espaldas del chico, en
todo momento, a pesar de que este ralentizaba el paso esperando que ella lo
alcanzara y caminara a su lado.
-No te recomiendo
que camines sola por ahí todavía –le sugirió el chico, algo divertido- El lugar
es enorme. Es lógico que te pierdas.
Lavel asintió con la
cabeza, aunque en realidad nadie la veía.
-Deberías cambiarte
al subterráneo, hay más luz, eso ayuda. Además en más seguro en caso de un
ataque –echó un vistazo por sobre su hombro y apuntó a Lavel con la linterna,
esperando que ella siguiera ahí. Por un momento había creído que lo habría
dejado hablando solo- Aquí en la superficie, viven por lo general, los soldados.
Mientras más abajo estemos, menos soldados hay.
Lavel pensó por un
momento. Mientras más abajo estuviera, más gente en la cual poder confiar.
Quizá si le gustaría aceptar la oferta de Cintia y mudarse de habitación, una que
tuviera las paredes blancas y que fuera vecina de alguien normal.
-Eso sería bueno
–dijo la chica- Oye, ¿Jane se habrá enojado conmigo?
-¿Porqué? –Bill se
giró.
Ella se encogió de
hombros e hiso una mueca. Pasaban por uno de los faroles.
-Por dejarla el otro
día…
-No, claro que no.
Ella entiende –Bill se detuvo para que Lavel estuviera de una vez a su altura,
pero ella se detuvo también- Vamos, es como si tuviera peste. ¿Porqué no
caminas a mi lado?
Esperó un momento a
que Lavel reaccionara, y en cuanto ella se puso a caminar él lo hiso también.
Así era menos incómodo, al menos para el chico.
-Jane y yo perdimos
a papá hace tres años –dijo Bill- También fue en una batalla. Ella entiende lo
que se siente. La mayoría de los que estamos aquí entiende lo que se siente.
Con gran alivio de
encontrarse en la oscuridad, Lavel se secó una de las lágrimas que amenazaba
con desprenderse de sus pestañas y tragó ese molesto nudo que se había formado
en su garganta luego de las palabras de Bill.
Habían recorrido de
vuelta, varios túneles oscuros, girando en esquinas que la chica ya había
olvidado completamente, o que nunca había visto a pesar de pasar por ahí hacía
un rato. En unos minutos, el sonido de una multitud, conversando casi
alegremente, llenó el espacio en el que se encontraba, y Lavel supo que no
tardaban en llegar a su objetivo.
Se sostuvo las
manos, la una con la otra, cuando advirtió que comenzaban a temblarle por los
nervios. Volvió a colocarse detrás de Bill y no a su lado, esperando que eso
pudiera protegerla del miedo de entrar en una habitación llena de lo que podían
ser sus enemigos.
Una luz iluminaba la
mitad del pasillo por delante de ellos y a su derecha se abría un enorme arco
que llevaba al comedor. Ella deseó poder ingresar por una orilla, lo más pegada
a la pared posible, pero Bill, que ya estaba habituado a ir allí, se limitó a
caminar por en medio de la entrada.
Lavel se pegó lo más
posible a sus talones, mientras que la gente le daba furtivas o descaradas
miradas, dependiendo de la personalidad de cada uno.
-Tienes un gran
corazón –le aduló una mujer desde una mesa, tocándole un brazo al pasar.
-¡Grande muchacha!
–un viejo le sonrió tocándola con su bastón.
Lavel estaba
confundida. La última vez que se había encontrado con tanta gente del recinto,
era cuando se había ofrecido para darle los antídotos a Itan y todo el mundo la
había abucheado. La odiaban entonces.
Miró a Bill, sin
saber que hacer y él le respondió con una sonrisa lacónica.
De pronto, una
mujer, tan rubia como el resto, se dirigió a ella y la estrechó entre sus
brazos, con tanta ternura que impresionaba.
-¡Lavel! Tanto
tiempo, mi niña, ¿Cómo has estado? –La miró sonriente, luego de darle un beso
en cada mejilla.
Lavel no la conocía,
definitivamente. Miró a todos lados en busca de ayuda, y entonces vio que
varios se levantaban en dirección a ellas.
-Margot, ella es
nueva aquí, no la conoces –dijo un hombre joven tomándola por los hombros.
La mujer no soltaba
las manos de la muchacha. Se veía contenta, iluminada, radiante, como si Lavel
fuera el mejor regalo que hubiera recibido. No había ido a agradecerle por lo
de Itan, no, ella estaba confundida por alguna otra cosa.
-Claro que la
conozco –le sonrió- ella es mi hija. ¿No ven su cabello? Es como el de William
–Margot miró a Lavel- ¿Recuerdas cuando te iba a buscar al colegio cuando
pequeña?
Con la boca abierta,
pero sin contestar, Lavel se quedó mirándola.
-Margot, ven aquí
–dijo otra mujer- Tu no tienes una hija.
-Quizá es hora de
sus medicamentos… -sugirió un hombre.
-¿Dónde está la
enfermera que la cuida?
-¿Qué sucede aquí?
–preguntó otro.
Poco a poco, Lavel
fue siendo desplazada mientras que la gente rodeaba a Margot intentando ayudar.
Bill la tomó del brazo y la arrastró hacia la cocina, donde se pedía la comida.
-No está en su sano
juicio –explicó Bill
Lavel miró hacia
atrás donde se encontraba la multitud intentando convencer a Margot de que no
tenía una hija.
-Sabía mi nombre –murmuró
confundida.
-Debe haberlo
escuchado en algún lado. Ven, ¿Qué vas a comer? ¿Pollo con arvejas o tortilla
de acelga?
Había poca gente,
pero aun no llegaba el momento en que les tocara a ellos. El menú del día
estaba escrito en un pequeño cartelito pegado en la pared. Bill lo apuntaba.
-Ya comí… Solo vine
porque sí.
-Amm… Entonces
¿Algún postre? ¿Manzanas, Naranjas, Helado? Tenemos helado, creo.
Lavel abrió los ojos
con curiosidad.
-¿Helado? No te
estás refiriendo a cualquier cosa fría ¿Verdad?
Sino al postre helado que se come.
Bill asintió
sonriendo.
-A ese mismo
¿Quieres?
Lavel sintió con
vehemencia. Su madre había podido conseguir algo de helado una vez, se lo
habían comido juntas mirando la serie de después de almuerzo. Era la mejor cosa
que había probado nunca en la vida.
Cuando llegó su
turno, Bill saludó a la mujer que los atendía.
-Hola, mamá. ¿Cómo
estás?
-Bien. Jane te
estaba buscando.
Bill asintió.
-Si, yo también.
¿Sabes donde está?
Apuntó a sus
espaldas, en el interior de la cocina. Bill y Lavel se inclinaron para mirar,
pero no alcanzaron a ver nada.
-Así que… ¿Esta es
la famosa Lavel? –preguntó mirándola.
Era obvio que no le
agradaba. Lavel era la hija de un guardia corrupto, ¿Cómo confiar en ella?
-Sí, Lavel, ella es
mi madre, Doria.
Lavel susurró un
tímido “hola” entre dientes.
-¿Qué van a querer?
–preguntó la mujer sin devolverle el saludo.
-Mamá –Bill lo notó,
pero rodando los ojos en sus cuencas, intentó olvidarlo- ¿Hay helado?
Ella asintió.
-Genial, entonces
quiero dos platos de pollo con arvejas y un pote de helado –luego miró a la
chica- ¿Cualquier sabor?
Lavel sonrió.
-Cualquiera.
Doria desapareció de
su vista y ellos esperaron apoyados contra un mesón. Al rato volvió la mujer,
con una bandeja en la mano, y detrás de ella, venía Jane, con su propio plato
de comida y el pote de helado de Lavel.
En cuanto la chica
vio a Lavel, se apresuró a dejar la bandeja en algún lado y correr a abrazarla.
-¡Apareciste! ¿Te
sentarás con nosotros?
-Sí –respondió Lavel
con una sonrisa más cómoda de lo que ella hubiera esperado.
Bill tomó las dos
bandejas, una en cada mano, con suma dificultad y se dirigieron entre las mesas
hacía alguna que estuviera vacía. Los dos chicos rubios, eran saludados de vez
en cuando por algunas personas que conocían, pero tal y como había ocurrido
antes, Lavel también los recibió.
Al cabo de un rato,
los tres ya estaban sentados en una pequeña mesa, comiendo casi demasiado
silenciosamente. Jane se había sentado al lado de su nueva mejor amiga,
mientras que Bill había acomodado su bandeja en frente de ambas.
Solo cuando Lavel
terminó su helado, comenzaron a hablar un poco más, y es que antes, ella había
estado demasiado concentrada disfrutando de aquella delicia. Pero la
conversación fue relajada. Hablaron de las clases de Jane y de algunas cosas de
la granja. Casi parecía que se hubieran puesto de acuerdo para no incomodar a
Lavel.
La chica, estaba
fascinada escuchándolos, es especial cuando hablaban de los animales.
-¿Y no tienen ningún
animal salvaje? –preguntó entusiasmada- Como Tigres o Cocodrilos.
Jane negó con la
cabeza, luciendo aterrada con la idea.
-Guardamos el ADN de
la mayoría, pero aun no estamos en condiciones de devolverlos a su hábitat
–explicó Bill rascándose el puente de la nariz- Pero creo que hay una organización
en África, que tiene una reserva para cebras en peligro de extinción.
-Cebras… -intentó
recordar Lavel- ¿Las rayadas?
-¡No! –rió Jane- Son
esas de las que se saca la lana. Esas que hacen Bee…
Bill y Lavel rieron
más fuerte. Ambos se dieron cuenta de que la chica estaba confundiendo las
Cabras con las Cebras, así que le hicieron notar su error.
Lavel ni siquiera se
dio cuenta de que estaba riendo, pero la sensación era terriblemente agradable.
¿Por qué no lo había hecho antes? Esa clase de diversión no la había sentido ni
siquiera cuando estaba con sus amigos en el colegio. Era algo, tan olvidado,
que se remontaba a la lejana época en la que su madre aun vivía.
Fue una tarde
agradable. Los dos hermanos con los que estaba sociabilizando eran de lo más
agradables, en especial, porque compartían parte de su amor por el pasado. Más
en la tarde, Lavel volvió a salir a la granja, esta vez con ambos, y
acompañaron a Bill en sus tareas.
El crepúsculo se
veía espectacular ahí afuera. A pesar de que los gases que se habían expulsado
para reemplazar la capa de Ozono, cubría el cielo tenebrosamente, el lugar
lograba darle un enfoque completamente diferente. Era casi como en el pasado.
-Lavel –llamó Jane
apoyada contra el tronco del árbol de Lavel había trepado- Tienes que venir a
verme esta noche en el auditorio. Tocaré el piano en público por primera vez y
estoy muy emocionada.
La cabeza de Lavel
apareció por entre las ramas y miró directamente a la muchacha. Bill volvía en
ese momento, luego de encargarse de encargarse de cerrar el establo.
-¿Tocas piano?
¿Quién te enseñó? –preguntó curiosa.
-Itan. El toca todos
los viernes, pero como tiene su brazo herido, no podrá por un tiempo. Creí que hoy
podría hacer mi show, he practicado mucho
Lavel volvió a
esconderse entre las ramas, recordando que ese chico podía ser el asesino de su
padre y ella lo había salvado. Pero, no, debía olvidarlo. El asesino podía ser
incluso Bruno y ella tenía que olvidarlo.
Comenzó a descender
del árbol, lentamente y cuando se encontró lo suficientemente cerca del suelo,
dio un salto.
-¿A que hora es?
Jane miró a su
hermano, esperando que él diera una respuesta. Se le había olvidado
completamente.
-En una hora
–contestó Bill, luego de mirar su muñeca- Quizá ya deberías ir a arreglarte, si
es que quieres lucirte –le sugirió a su hermana.
Jane sonrió.
-Sí, ven Lavel,
consigamos algo de ropa para ti también.
La chica tomó a
Lavel de la mano y la arrastró hacia el enorme laberinto que utilizaban como
refugio.
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